Cuentan los dignos de fe que fue durante un ventoso viernes de octubre que Juan Ramón Jiménez, el padre de Platero, escribió el festivo poema “Octubre”. Y casi con seguridad, fue en este mes cuando Federico García Lorca compuso de un tirón las estrofas de su conmovedor “Idilio”; esa poesía que termina con la exclamación “¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera”. Fue también durante un crepúsculo de octubre -tal vez porque sabía con certeza de que por la noche late lo sagrado- que Jorge Luis Borges compuso las estrofas de “Los justos” y la chilena Gabriela Mistral consiguió destejer el arco iris con su conmovedor “Doña primavera”, repleto de versos con “rosas de alegría, rosas de perdón, / rosas de cariño y de abnegación”.

Y es que el mes de octubre -a todas luces singular- encierra historias que ya hemos olvidado. O que jamás habíamos conocido. De hecho, en la más remota antigüedad, octubre tenía pocas celebraciones. Fue el emperador romano Rómulo el que colocó a este mes en el octavo lugar. De ahí su nombre latino que viene de octo, es decir, ocho. Posteriormente el emperador Numa Pompilio reformó el calendario (decidió adoptar el gregoriano, que aún rige nuestros días), colocando al mes en el lugar que ocupa actualmente. En los viejos bajorrelieves clásicos octubre era representado por la figura de una joven cazadora con una liebre a sus pies, pájaros en la cabeza y una especie de estanque a su lado, simbolizando así la caza y la pesca, que en esta época son propicias en algunos lugares del mundo. De acuerdo con esta misma tradición, se eligió al ópalo (o turmalina) como la piedra de octubre y a la caléndula, como su flor. De manera que para los griegos y los romanos, este mes era iridiscente como el ópalo y levemente perfumado como la caléndula. En cambio, para los antiguos guaraníes, el décimo mes representaba la miseria, ya que durante esta época del año la mandioca, el maíz y otros vegetales comenzaban a escasear. De esta creencia surgió una curiosa tradición: cada 1 de octubre era dedicado a honrar la memoria de Karaí, un duendecito que -según dicen- solía castigar con un látigo a los que no tuvieron el tino de ahorrar “como Dios manda” y bendecir con una espiga dorada a los que presentaban la olla llena de alimento. Los guaraníes aún reciben este mes con un delicioso guiso Yopará, para ganar la bendición del Karaí.

Este simbolismo rico y proverbial ha sido prácticamente desdeñado en nuestros días. A tal punto que octubre suele discurrir, para nosotros, sin demasiadas sorpresas; aprisionado por una sucesión de celebraciones heterogéneas, impuestas en su gran mayoría por la mendaz tiranía del mercado. Durante octubre se recuerdan acontecimientos tan disímiles como el Descubrimiento de América (el 12); el Día de la Lealtad Peronista (el 17) y la importada Noche de Brujas o Hallowen (el 31). Y hay más: es el mes en el que se celebra el Día de la Madre (el 19), el Día Internacional de la Música (hoy), el Día Mundial del Hábitat (el 6), el Día de la Danza (15), la Semana de la Familia, el Día Mundial de la Alimentación (el 16) y el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza (el 17). También se recuerda a San Francisco (que murió el 4 de octubre de 1226) y a San Lucas evangelista (cuya fiesta es el 18). Pero, a partir de este año, octubre será también el mes de Néstor Kirchner... Sí porque el 27 de octubre, fecha en la que falleció el ex presidente, será considerado feriado provincial en su propia tierra: Santa Cruz. Aunque no sería sorprendente que, dentro de poco, el feriado se extienda al resto del país.

Semejante rosario de festividades convierten a octubre en uno de lo meses más extraños del año, porque en él coinciden eventos que tienen que ver con la muerte y también con la vida. Muchos consideran, además, que al ser el mes 10 del calendario, octubre tiene una magia particular. Según los cabalistas, el 10 es un atributo de la divinidad y, al mismo tiempo, representa la suma de los conocimientos humanos. Por eso hoy, que comenzamos a transitar este antepenúltimo mes del año, vale la pena hablar de estas cosas. No vaya a ser que decidamos vivir sus días como si fuera un mes sin nombre y sin historia.

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