Por Silvina Cena
20 Octubre 2014
“Derek” es una serie inglesa, de pocos capítulos -hasta ahora se han filmado dos temporadas-, protagonizada por Ricky Gervais que se puede ver por Netflix. Derek Noakes, el personaje principal, es voluntario en un hogar de ancianos y, aunque nunca se lo define como tal, queda claro desde el primer minuto que tiene dificultades cognitivas. Como toda creación de Gervais, transita temas sensibles (la vejez, la inminencia de la muerte, el abandono, los prejuicios), pero, a contrapelo del sello característico de este actor y guionista (la transgresión y el humor negro), “Derek” le escapa al morbo y matiza el temario delicado con toques certeros de humor, mucha ternura y una destacable omisión del golpe bajo.
Vale la pena ver las dos temporadas editadas hasta ahora, pero mucha de su genialidad queda condensada en uno de los primeros episodios del primer ciclo. En él hay referencias salteadas al pasado de los ancianos, cuando todavía vivían con su familia, por ejemplo, o tenían la fortaleza para practicar algún deporte. El capítulo bordea el tema de la nostalgia sin ahondar demasiado en las historias y solo se permite el flashback en los minutos finales, cuando la cámara se detiene unos segundos en cada uno de los internados y sus imágenes se van fusionando con los recuerdos que los invaden en ese momento. Así, sin diálogo alguno, puede saberse que aquella viejita que siempre teje en un rincón alguna vez fue una adolescente que saltaba olas con energía envidiable; que aquel abuelo que hoy lo olvida todo vivió momentos de gloria en una cancha de fútbol; o que aquel otro que ahora almuerza solo supo tener y disfrutar de una familia numerosa hasta bien entrada su madurez.
No hay sentida voz en off durante la sucesión de imágenes y tampoco cierra el capítulo un mensaje final y superador, así que las reflexiones quedan a cargo del espectador. Es inevitable, sin embargo, reparar en la felicidad que comunican las postales del pasado -más allá de la juventud que las caracterizan- y caer en un ‘autocuestionamiento’. ¿Como serán los recuerdos que tendremos en el futuro? ¿Qué imágenes nos acecharán en el umbral de la vida? ¿Nos veremos, por ejemplo, chequeando a cada minuto una última conexión de Whastapp? ¿Nos reeditaremos siempre estresados, siempre quejándonos de la falta de tiempo? ¿Nos volveremos a proyectar absortos frente a la pantalla de Facebook, sonrientes frente a la más solitaria selfie, declarándonos amor a través de un chat instantáneo? ¿Cuantas horas perdemos llorando por un amor imposible o una vocación frustrada sin darnos cuenta de que podríamos aprovecharlas en una satisfacción garantizada? Uno nunca sabe en qué medida un recuerdo feliz puede aliviar nuestra coyuntura, pero es necesario tener en cuenta que la materia prima para esos escaparates futuros se adquiere -se trabaja- día a día.
Vale la pena ver las dos temporadas editadas hasta ahora, pero mucha de su genialidad queda condensada en uno de los primeros episodios del primer ciclo. En él hay referencias salteadas al pasado de los ancianos, cuando todavía vivían con su familia, por ejemplo, o tenían la fortaleza para practicar algún deporte. El capítulo bordea el tema de la nostalgia sin ahondar demasiado en las historias y solo se permite el flashback en los minutos finales, cuando la cámara se detiene unos segundos en cada uno de los internados y sus imágenes se van fusionando con los recuerdos que los invaden en ese momento. Así, sin diálogo alguno, puede saberse que aquella viejita que siempre teje en un rincón alguna vez fue una adolescente que saltaba olas con energía envidiable; que aquel abuelo que hoy lo olvida todo vivió momentos de gloria en una cancha de fútbol; o que aquel otro que ahora almuerza solo supo tener y disfrutar de una familia numerosa hasta bien entrada su madurez.
No hay sentida voz en off durante la sucesión de imágenes y tampoco cierra el capítulo un mensaje final y superador, así que las reflexiones quedan a cargo del espectador. Es inevitable, sin embargo, reparar en la felicidad que comunican las postales del pasado -más allá de la juventud que las caracterizan- y caer en un ‘autocuestionamiento’. ¿Como serán los recuerdos que tendremos en el futuro? ¿Qué imágenes nos acecharán en el umbral de la vida? ¿Nos veremos, por ejemplo, chequeando a cada minuto una última conexión de Whastapp? ¿Nos reeditaremos siempre estresados, siempre quejándonos de la falta de tiempo? ¿Nos volveremos a proyectar absortos frente a la pantalla de Facebook, sonrientes frente a la más solitaria selfie, declarándonos amor a través de un chat instantáneo? ¿Cuantas horas perdemos llorando por un amor imposible o una vocación frustrada sin darnos cuenta de que podríamos aprovecharlas en una satisfacción garantizada? Uno nunca sabe en qué medida un recuerdo feliz puede aliviar nuestra coyuntura, pero es necesario tener en cuenta que la materia prima para esos escaparates futuros se adquiere -se trabaja- día a día.
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