“Lo único que pido es que no me lleven en ambulancia”

05 Noviembre 2014
Con cada golpe de cortafierro, a doña Hilda Nélida Guantay se le cierran los ojos y se le derrama una nueva lágrima. Como si fuera el último sobreviviente de una catástrofe natural, esta mujer de 93 años, 13 hijos, nietos y bisnietos por decenas ve cómo todo se derrumba a su alrededor. Literalmente, porque mientras ella aguarda a que le llegue el momento desde una magullada cama ortopédica, el cuarto de al lado, la cocina y el baño de su casa comienzan a desaparecer a golpes de masa y resignación.

Según los vecinos, Nélida es la habitante viva más antigua del barrio Ángela Riera, ese que el tiempo condenó con el nombre de “Villa Piolín”. Hace algunos meses, cuando sonaba el rumor de un inminente desalojo, ella aseguraba que, si la sacaban de su barrio, ella se iba a morir. Hoy sólo pide que no la lleven en ambulancia, sabiendo que el traslado hacia El Manantial es irremediable. “No quiero que me lleven en ambulancia, es lo único que pido, porque me hace sentir más enferma de lo que estoy y me da mala sensación”, suplica la abuela. Por su enfermedad, ella será una de las últimas en dejar la villa.

Doña Nélida dice que nunca antes estuvo enferma. En esa casa que hoy se convierte en escombros, un día, yendo del dormitorio a la cocina, se cayó y se quebró la cadera. Fue hace dos años, y nunca más se pudo levantar de la cama. A partir de ese momento, su habitación comenzó a convertirse en una especie de santuario (“una iglesia”, dice ella), rodeada de imágenes de santos de todos los colores. En estos días de mudanza, sólo la acompañan un póster de San Benito Abad, una foto pequeña del papa Francisco y una imagen de yeso de la Virgen del Valle. Mira a su alrededor, con los ojos que casi alcanzan a mirar un siglo, y encuentra las paredes vacías. “¿Que si me quiero ir? ¿Y qué otra opción me queda?”, dice “la mamita”, como la llaman todos sus descendientes.

Además de que no la lleven en camilla, Nélida tiene otro pedido, que apunta directo al gobernador, José Alperovich, a quien le gustaría conocer en persona: “le pido por favor que, ya que me llevan, me ayude a hacer la tapia en la casa. A mí no me alcanza para hacerla, y me siento desprotegida con la casa al campo”.

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