18 Enero 2015
Los lazos de sangre pesan más que la militancia
Impedidos de acceder a un nuevo mandato, la mayoría de los parlamentarios e intendentes del interior apunta a intercambiar roles y funciones con cónyuges, hermanos o cuñados. La proliferación de acoples fomenta la aparición de boletas con apellidos repetidos, lejos de las internas y de las discusiones partidarias. Los principales casos.
La concepción de la política como un bien familiar parece haber echado profundas raíces en Tucumán. Aprovechándose de la debilidad institucional de los partidos, la mayoría de los referentes territoriales del oficialismo y algunos de la oposición asumieron como normal la transición del poder entre cónyuges, hermanos, hijos y primos. Hasta el punto de que en al menos en 12 de los 19 municipios son los propios intendentes los que aspiran a que sea alguno de sus familiares directos quienes hereden la conducción de los municipios.
En la historia argentina, la práctica de sumar a las esposas a la vida pública fue inaugurada por Juan Domingo Perón. Aunque Eva Duarte no pudo ser compañera de fórmula en las presidenciales de 1951, su figura marcó la época de gloria del justicialismo. Luego, María Estela Martínez, la tercera mujer del líder peronista, lo acompañó como vicepresidenta en su retorno al poder en 1973 y gobernó el país hasta el golpe militar de 1976. La historia reciente muestra a matrimonios políticos sumamente fuertes en la Nación: por ejemplo, Néstor Kirchner y Cristina Fernández o, antes, Eduardo Duhalde e Hilda “Chiche” González. El NOA, y concretamente Tucumán, no son la excepción. En Santiago del Estero, Carlos Juárez manejó el poder desde 1949 hasta que su segunda mujer, Mercedes Marina “Nina” Aragonés, fue destituida por una intervención federal en 2004. Impedido por la Justicia, el santiagueño Gerardo Morales debió apelar a su esposa, Claudia Ledesma Abdala, para retener esa gobernación en 2013. En Catamarca, otra intervención terminó con la dinastía de los Saadi. En Salta, los Romero condujeron el justicialismo y la gobernación de la provincia durante décadas.
A fines de 2014, en Tucumán el propio José Alperovich se encargó de advertir que no le gustaría su mujer, la senadora Beatriz Rojkés, como sucesora. Sin embargo, las listas de candidatos provinciales y nacionales del oficialismo prometen estar plagadas de los mismos apellidos en los comicios que tendrán lugar este año. De hecho, se menciona que la hermana de la presidenta del PJ y cuñada del mandatario, Silvia Rojkés, podría liderar o integrar en un lugar expectante la nómina parlamentaria del Frente para la Victoria por la Sección Capital.
El boom del canje de cargos dentro de las familias encuentra parte de su explicación en el tope constitucional a una reelección. Como la mayoría de los dirigentes que tienen cargos públicos están en funciones desde hace ya dos mandatos, se ven obligados a agudizar el ingenio para encontrar una salida que los mantenga en el poder público por los próximos cuatro años.
Pero hay un dato que no puede ser soslayado: como en esta provincia rige el sistema de acoples, que son listas que van por fuera del partido cabecera, se presenta la ventaja de que quienes los arman no deben sortear comicios internos para definir sus candidatos: simplemente los designan y los proclaman. De esa manera, en muchos de estos casos los nombres y el lugar que cada uno ocupará en la nómina se resuelven en el living de la casa particular o en el dormitorio, lejos de cualquier discusión o debate público.
En la historia argentina, la práctica de sumar a las esposas a la vida pública fue inaugurada por Juan Domingo Perón. Aunque Eva Duarte no pudo ser compañera de fórmula en las presidenciales de 1951, su figura marcó la época de gloria del justicialismo. Luego, María Estela Martínez, la tercera mujer del líder peronista, lo acompañó como vicepresidenta en su retorno al poder en 1973 y gobernó el país hasta el golpe militar de 1976. La historia reciente muestra a matrimonios políticos sumamente fuertes en la Nación: por ejemplo, Néstor Kirchner y Cristina Fernández o, antes, Eduardo Duhalde e Hilda “Chiche” González. El NOA, y concretamente Tucumán, no son la excepción. En Santiago del Estero, Carlos Juárez manejó el poder desde 1949 hasta que su segunda mujer, Mercedes Marina “Nina” Aragonés, fue destituida por una intervención federal en 2004. Impedido por la Justicia, el santiagueño Gerardo Morales debió apelar a su esposa, Claudia Ledesma Abdala, para retener esa gobernación en 2013. En Catamarca, otra intervención terminó con la dinastía de los Saadi. En Salta, los Romero condujeron el justicialismo y la gobernación de la provincia durante décadas.
A fines de 2014, en Tucumán el propio José Alperovich se encargó de advertir que no le gustaría su mujer, la senadora Beatriz Rojkés, como sucesora. Sin embargo, las listas de candidatos provinciales y nacionales del oficialismo prometen estar plagadas de los mismos apellidos en los comicios que tendrán lugar este año. De hecho, se menciona que la hermana de la presidenta del PJ y cuñada del mandatario, Silvia Rojkés, podría liderar o integrar en un lugar expectante la nómina parlamentaria del Frente para la Victoria por la Sección Capital.
El boom del canje de cargos dentro de las familias encuentra parte de su explicación en el tope constitucional a una reelección. Como la mayoría de los dirigentes que tienen cargos públicos están en funciones desde hace ya dos mandatos, se ven obligados a agudizar el ingenio para encontrar una salida que los mantenga en el poder público por los próximos cuatro años.
Pero hay un dato que no puede ser soslayado: como en esta provincia rige el sistema de acoples, que son listas que van por fuera del partido cabecera, se presenta la ventaja de que quienes los arman no deben sortear comicios internos para definir sus candidatos: simplemente los designan y los proclaman. De esa manera, en muchos de estos casos los nombres y el lugar que cada uno ocupará en la nómina se resuelven en el living de la casa particular o en el dormitorio, lejos de cualquier discusión o debate público.