Por Silvina Cena
29 Enero 2015
Ni la materia oscura, ni los agujeros negros, ni tan siquiera el Triángulo de las Bermudas, un clásico en las listas de las incógnitas mundiales. El nuevo gran misterio del universo es este: ¿para qué existía el numeral hasta hace un par de años? Sí, sí, ya sé. No vaya usted a ponerse literal y a contarme que es un signo que designa cifras o que incluso, como tecla de teléfono, puede activar funciones especiales. De lo que quiero hablar es de otra cosa, es de esa gambeta fenomenal mediante la cual ha pasado de ser el chico tímido de la última fila a la estrella infaltable en cada expresión escrita, aun en las formales. Porque entendible es verlo y escribirlo en las redes sociales, plataforma de su popularidad, pero otra es descubrirlo en partes de prensa, propagandas políticas y hasta -prepárese para mucho más de esto- intercambios orales.
El destape del signo comenzó en Twitter, que lo lanzó como prólogo indispensable de cada hashtag (o etiqueta), una especie de título en común para aunar diferentes comentarios sobre el mismo tema. Y a esa función aparentemente tan seria y provechosa se redujo durante algún tiempo; era un numeral de corbata y lentes gruesos. Pero con el tiempo se hizo seductor y expandió su campo de acción: saltó a Facebook, arrasó en Instagram, conquistó los zócalos de los noticieros televisivos y se coló en los chats personales. Pero, sobre todo, se despegó de su trabajo formal y comenzó a preceder azarosamente palabras o frases, sin ninguna regla que lo justificara, al punto de que ahora #yopodría #empezaraescribirleasí y usted como si nada, porque ya se acostumbró a ese especie de tatetí ubicuo.
Y así andamos, todo el tiempo etiquetados, haciéndonos un poco los tontos para admitir que a veces la máquina de etiquetar es caprichosa y otra veces medio boba, pero como tampoco hace daño, la dejamos alegremente marcarnos. ¿Será que alguna vez, como sucede con las comillas, nos encontraremos haciendo con los dedos el signo de los hashtags para incluirlo en las charlas frente a frente? El tiempo traerá la respuesta. Hasta eso, el numeral se afloja la corbata, regala media sonrisa y nos prende un pucho en la cara.
El destape del signo comenzó en Twitter, que lo lanzó como prólogo indispensable de cada hashtag (o etiqueta), una especie de título en común para aunar diferentes comentarios sobre el mismo tema. Y a esa función aparentemente tan seria y provechosa se redujo durante algún tiempo; era un numeral de corbata y lentes gruesos. Pero con el tiempo se hizo seductor y expandió su campo de acción: saltó a Facebook, arrasó en Instagram, conquistó los zócalos de los noticieros televisivos y se coló en los chats personales. Pero, sobre todo, se despegó de su trabajo formal y comenzó a preceder azarosamente palabras o frases, sin ninguna regla que lo justificara, al punto de que ahora #yopodría #empezaraescribirleasí y usted como si nada, porque ya se acostumbró a ese especie de tatetí ubicuo.
Y así andamos, todo el tiempo etiquetados, haciéndonos un poco los tontos para admitir que a veces la máquina de etiquetar es caprichosa y otra veces medio boba, pero como tampoco hace daño, la dejamos alegremente marcarnos. ¿Será que alguna vez, como sucede con las comillas, nos encontraremos haciendo con los dedos el signo de los hashtags para incluirlo en las charlas frente a frente? El tiempo traerá la respuesta. Hasta eso, el numeral se afloja la corbata, regala media sonrisa y nos prende un pucho en la cara.