Por Álvaro José Aurane
07 Febrero 2015
“Nosotros tenemos que hacer la nuestra”, fue la lacónica respuesta que José Alperovich brindó a cuanto funcionario se le acercó, a modo de síntesis críptica de lo que había resuelto durante sus norteamericanas vacaciones. Esta semana, el concepto “hacer la nuestra” se llenó de contenido político y electoral.
“La nuestra” es apostar a la fórmula de Juan Manzur y de Osvaldo Jaldo. “La nuestra” es no darle ningún lugar al amayismo. “La nuestra” es que para La Cámpora, en el mejor de los casos, habrá un acople. “La nuestra” es que el candidato a Presidente por apoyar es Daniel Scioli, le guste o no a la Casa Rosada. “La nuestra” es jugar a todo o nada por el poder en Tucumán. “La nuestra” implica que Beatriz Rojkés sea candidata a legisladora por el Oeste.
“La nuestra” es el escenario de “máxima” del oficialismo provincial. Es su fórmula del “vamos por todo” otra vez. Claro que en la Argentina todo puede virar violentamente de un día para otro. Pero la jugada del mandatario está en marcha. A pesar de que, técnicamente, “la nuestra” implica disgustarse con todos, pelear en soledad y, por todo ello, activar todas las posibilidades de perder en agosto.
Las rupturas
“La nuestra” implica romper con la Nación, aunque en el alperovichismo hay quienes sostienen que esa ruptura ya se dio. Cuando Alperovich organizó el acto para Scioli en Lules, el 27 de octubre, día del cuarto aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. Cuando el ministro del Interior, Florencio Randazzo, 18 días después, vino a ver al intendente Domingo Amaya. Y sólo a él. Cuando el gobernador tucumano, el mes pasado, no puso la cara en el pronunciamiento del PJ nacional para victimizar a la Presidenta (cuando la única víctima sigue siendo el fiscal que denunció a la Presidenta de encubrir terroristas y su muerte irresuelta). La excusa de que estaba de vacaciones presenta un antecedente problemático: cuando Eduardo Duhalde era Presidente y Alperovich era senador, el mirandista cultural interrumpió su veraneo para votar una ley que eliminaba las barreras arancelarias para importar azúcar de Brasil. Para completar, hace 10 días, cuando volvió a Tucumán, el jefe político de los diputados y senadores locales que avalaron el Memorándum de con Irán declaró que la muerte de Nisman era “gravísima” y que afectaba a la democracia. De hacer cristinismo discursivo, ni hablar.
Nada como el ninguneo de Alperovich para dimensionar la desnutrición “K”. Si los actos no bastaban, están las palabras. Los referentes de “La Cámpola” (así la rebautizó la risueña mandataria) fueron en grupo a pedir espacios en las listas oficiales. El gobernador les contestó que “redoblen los esfuerzos”. Dicho en tucumano, los mandó a laburar. Del proceder del mandatario se desprende que la Presidenta nada condiciona hoy y que su capacidad de daño está menguada. El magnicidio profundiza y acelera el fin de ciclo, frente a un Gobierno que, incapaz de responder los interrogantes de la prensa de todo Occidente, sólo atina romper diarios.
Las brechas
Como si el frente nacional no bastase, el gobernador abrió la brecha local. Es verdad que el amayismo no se queda en la conducción del PJ porque no encuentra lugar allí para su proyecto gubernamental. También es cierto que Alperovich se encargó de hacer que se fuera.
En diciembre, el multiministro Jorge Gassenbauer visitó al intendente para manifestarle que el gobernador lo quería en una lista de unidad en la elección de renovación de autoridades justicialistas. El miércoles pasado, Gassenbauer volvió a la intendencia 48 horas después de que su jefe hubiera dicho a la prensa que no habría negociación para las listas de los comicios generales de la Provincia: todo se dirimiría en elecciones internas. Léase, el gobernador le comunicaba al intendente por los medios que si podía dejarlo sin candidatura alguna, así lo haría.
Gassenbauer dijo que Alperovich quería al intendente “adentro”. Amaya le dijo que no se podía hablar de las internas del PJ sin discutir los espacios para las elecciones generales. El ministro le respondió que “José” quería tratar ese asunto en abril. Cualquier parecido con una tomada de pelo no es pura coincidencia. Así que el intendente le propuso aplazar 60 días la renovación de la conducción partidaria. Pero el funcionario contestó que eso implicaba dejar acéfala a la agrupación. Huelga decirlo: una vez que el alperovichismo (que por años mantuvo despreocupadamente acéfalos medio centenar de despachos judiciales) se declaró preocupado por la institucionalidad, la conversación sólo podía seguir con bonetes y caretas.
Las razones
Las razones personales del gobernador para trabajar por un peronismo que hoy camina dividido hacia las elecciones de agosto son imposibles de desentrañar. Pero sí pueden barajarse, cuanto menos, dos razones políticas y públicas.
La primera: es claro que para el alperovichismo lo que menos conviene enfrentar es un escenario de polarización. En consecuencia, trabajan para que no haya un esquema de “Manzur o Cano”, a partir de que un tercer postulante importante -Amaya- rompa esa dicotomía.
La segunda: Alperovich no es peronista ni lo será. Sólo un extranjero de ese movimiento puede apostar por una fuerza dividida, cuando la única fórmula infalible que conocen los “compañeros” para ganar es la unión. Pero el gobernador jamás llamó a la unidad. Sí ensayó una pantomima, pero nadie se sintió llamado.
Claro que en el alperovichismo abundan las encuestas para justificar la diáspora, pero si hay algo en lo que hoy no puede creerse es en las encuestas. Las de Casa de Gobierno dicen que ellos van primeros, con Cano segundo y Amaya tercero. Las del canismo, aportadas por el PRO, dicen que el radical va a la cabeza, con el intendente segundo y el vicegobernador al final. Las de la Municipalidad ponen al “Colorado” en primera y al resto casi empatados por el segundo y el tercer puesto...
Si algo puede inferirse de ese mentidero es que Tucumán presenta hoy un escenario con tres alternativas electorales parejas.
Las esperas
Con el alperovichismo casi definido (el gobernador no oficializa la fórmula, pero Manzur y Jaldo van al podio del PJ), Cano y Amaya esperan, pero en circunstancias disímiles.
El radical reunió el miércoles a la mesa chica de parlamentarios nacionales y provinciales para hablar no de candidaturas sino de recursos. Salvo por las cifras de ocho dígitos que se barajaron para encarar la campaña, no hubo definiciones electorales. Sólo negaciones, del estilo de que no bendecirá candidaturas, de que no ha elegido un candidato a intendente para la capital, de que no está casado con el massismo, de que no está divorciado del macrismo...
Cano sigue jugando a esperarlos a todos. A seguir trabajando de “indiscutible”, a especular con la ansiedad de sus correligionarios y a capitalizar los descontentos que genera el oficialismo. Su complicación es nacional.
Massa, que viene cayendo poco pero irrefrenablemente en las encuestas, le pide muy poco al tucumano. Es más, en principio vendría el próximo 20 para pasearse con el opositor. En cambio Mauricio Macri, que viene ascendiendo en los sondeos, le pide muchos espacios clave al tucumano (desde la vicegobernación hasta la intendencia capitalina). Es más, también vendría el 20 a Tucumán, a presentar sus propios candidatos si no hay acuerdo con Cano, a quien ya no le ofrece esa foto que llegó a pedirle cuando no había despegado en las encuestas.
El horizonte tampoco se presenta despejado: el PRO no descarta un binomio presidencial con una autoridad de la UCR nacional, y el desguazado radicalismo tampoco descarta proponer una fórmula propia a través del descuartizado UNEN. El canismo deberá hacer malabares para no parecer contradictorio en los comicios provinciales del 23 de agosto con respecto a las PASO, que se celebrarán 15 días antes.
Estas horas cruciales del amayismo, en cambio, presentan un escenario inverso. El intendente juega a esperar el escenario nacional porque el kirchnerismo aún no escogió (ni defenestró) a ningún aspirante. Ello sumado a que el macrismo sigue alimentando contactos para el caso de disgustarse con Cano y de que Amaya decida separarse también del PJ nacional.
En el plano provincial, en cambio, la espera ha expirado. Empezó la disputa sin cuartel por las filas del peronismo entre el alperovichismo (maneja una estructura ampliamente mayor a la de la intendencia) y el amayismo (infinitamente más peronista que todo el Poder Ejecutivo). Esa será la madre de las batallas políticas.
Las aguas
La batalla social, en contraste, no exhibe la democrática incertidumbre de la lid electoral. Febrero ha mostrado descarnadamente la favelización de la pobreza de los tucumanos. En el sur, la lluvia (ese fenómeno atmosférico varias veces más viejo que la humanidad) sigue inundando impiadosamente a los tucumanos. Año tras año, los ríos desbordan y tapan las paupérrimas casas de los comprovincianos asentados en las tierras fiscales de las riberas. Cuando el agua baja, ellos vuelven a sus mismas viviendas, a ser más pobres que antes del anegamiento. Vuelven porque no tienen otro lugar donde irse a sobrevivir la Década Ganada.
Tras 11 años y $ 100.000 millones en Presupuestos públicos, esas personas necesitaban que el Estado hiciera algo por ellas. Pero el régimen asfaltador puso en práctica el plan “Nosotros tenemos que hacer la nuestra”.
En el barrio Santa Rosa, al sur de Aguilares, donde las familias viven en terrenos más bajos que la calzada de la ruta 38, hubo que romper el asfalto para desagotar las ahogadas casitas de todos y todas. La democracia pavimentadora tiene allí su símbolo inolvidable.
“La nuestra” es apostar a la fórmula de Juan Manzur y de Osvaldo Jaldo. “La nuestra” es no darle ningún lugar al amayismo. “La nuestra” es que para La Cámpora, en el mejor de los casos, habrá un acople. “La nuestra” es que el candidato a Presidente por apoyar es Daniel Scioli, le guste o no a la Casa Rosada. “La nuestra” es jugar a todo o nada por el poder en Tucumán. “La nuestra” implica que Beatriz Rojkés sea candidata a legisladora por el Oeste.
“La nuestra” es el escenario de “máxima” del oficialismo provincial. Es su fórmula del “vamos por todo” otra vez. Claro que en la Argentina todo puede virar violentamente de un día para otro. Pero la jugada del mandatario está en marcha. A pesar de que, técnicamente, “la nuestra” implica disgustarse con todos, pelear en soledad y, por todo ello, activar todas las posibilidades de perder en agosto.
Las rupturas
“La nuestra” implica romper con la Nación, aunque en el alperovichismo hay quienes sostienen que esa ruptura ya se dio. Cuando Alperovich organizó el acto para Scioli en Lules, el 27 de octubre, día del cuarto aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. Cuando el ministro del Interior, Florencio Randazzo, 18 días después, vino a ver al intendente Domingo Amaya. Y sólo a él. Cuando el gobernador tucumano, el mes pasado, no puso la cara en el pronunciamiento del PJ nacional para victimizar a la Presidenta (cuando la única víctima sigue siendo el fiscal que denunció a la Presidenta de encubrir terroristas y su muerte irresuelta). La excusa de que estaba de vacaciones presenta un antecedente problemático: cuando Eduardo Duhalde era Presidente y Alperovich era senador, el mirandista cultural interrumpió su veraneo para votar una ley que eliminaba las barreras arancelarias para importar azúcar de Brasil. Para completar, hace 10 días, cuando volvió a Tucumán, el jefe político de los diputados y senadores locales que avalaron el Memorándum de con Irán declaró que la muerte de Nisman era “gravísima” y que afectaba a la democracia. De hacer cristinismo discursivo, ni hablar.
Nada como el ninguneo de Alperovich para dimensionar la desnutrición “K”. Si los actos no bastaban, están las palabras. Los referentes de “La Cámpola” (así la rebautizó la risueña mandataria) fueron en grupo a pedir espacios en las listas oficiales. El gobernador les contestó que “redoblen los esfuerzos”. Dicho en tucumano, los mandó a laburar. Del proceder del mandatario se desprende que la Presidenta nada condiciona hoy y que su capacidad de daño está menguada. El magnicidio profundiza y acelera el fin de ciclo, frente a un Gobierno que, incapaz de responder los interrogantes de la prensa de todo Occidente, sólo atina romper diarios.
Las brechas
Como si el frente nacional no bastase, el gobernador abrió la brecha local. Es verdad que el amayismo no se queda en la conducción del PJ porque no encuentra lugar allí para su proyecto gubernamental. También es cierto que Alperovich se encargó de hacer que se fuera.
En diciembre, el multiministro Jorge Gassenbauer visitó al intendente para manifestarle que el gobernador lo quería en una lista de unidad en la elección de renovación de autoridades justicialistas. El miércoles pasado, Gassenbauer volvió a la intendencia 48 horas después de que su jefe hubiera dicho a la prensa que no habría negociación para las listas de los comicios generales de la Provincia: todo se dirimiría en elecciones internas. Léase, el gobernador le comunicaba al intendente por los medios que si podía dejarlo sin candidatura alguna, así lo haría.
Gassenbauer dijo que Alperovich quería al intendente “adentro”. Amaya le dijo que no se podía hablar de las internas del PJ sin discutir los espacios para las elecciones generales. El ministro le respondió que “José” quería tratar ese asunto en abril. Cualquier parecido con una tomada de pelo no es pura coincidencia. Así que el intendente le propuso aplazar 60 días la renovación de la conducción partidaria. Pero el funcionario contestó que eso implicaba dejar acéfala a la agrupación. Huelga decirlo: una vez que el alperovichismo (que por años mantuvo despreocupadamente acéfalos medio centenar de despachos judiciales) se declaró preocupado por la institucionalidad, la conversación sólo podía seguir con bonetes y caretas.
Las razones
Las razones personales del gobernador para trabajar por un peronismo que hoy camina dividido hacia las elecciones de agosto son imposibles de desentrañar. Pero sí pueden barajarse, cuanto menos, dos razones políticas y públicas.
La primera: es claro que para el alperovichismo lo que menos conviene enfrentar es un escenario de polarización. En consecuencia, trabajan para que no haya un esquema de “Manzur o Cano”, a partir de que un tercer postulante importante -Amaya- rompa esa dicotomía.
La segunda: Alperovich no es peronista ni lo será. Sólo un extranjero de ese movimiento puede apostar por una fuerza dividida, cuando la única fórmula infalible que conocen los “compañeros” para ganar es la unión. Pero el gobernador jamás llamó a la unidad. Sí ensayó una pantomima, pero nadie se sintió llamado.
Claro que en el alperovichismo abundan las encuestas para justificar la diáspora, pero si hay algo en lo que hoy no puede creerse es en las encuestas. Las de Casa de Gobierno dicen que ellos van primeros, con Cano segundo y Amaya tercero. Las del canismo, aportadas por el PRO, dicen que el radical va a la cabeza, con el intendente segundo y el vicegobernador al final. Las de la Municipalidad ponen al “Colorado” en primera y al resto casi empatados por el segundo y el tercer puesto...
Si algo puede inferirse de ese mentidero es que Tucumán presenta hoy un escenario con tres alternativas electorales parejas.
Las esperas
Con el alperovichismo casi definido (el gobernador no oficializa la fórmula, pero Manzur y Jaldo van al podio del PJ), Cano y Amaya esperan, pero en circunstancias disímiles.
El radical reunió el miércoles a la mesa chica de parlamentarios nacionales y provinciales para hablar no de candidaturas sino de recursos. Salvo por las cifras de ocho dígitos que se barajaron para encarar la campaña, no hubo definiciones electorales. Sólo negaciones, del estilo de que no bendecirá candidaturas, de que no ha elegido un candidato a intendente para la capital, de que no está casado con el massismo, de que no está divorciado del macrismo...
Cano sigue jugando a esperarlos a todos. A seguir trabajando de “indiscutible”, a especular con la ansiedad de sus correligionarios y a capitalizar los descontentos que genera el oficialismo. Su complicación es nacional.
Massa, que viene cayendo poco pero irrefrenablemente en las encuestas, le pide muy poco al tucumano. Es más, en principio vendría el próximo 20 para pasearse con el opositor. En cambio Mauricio Macri, que viene ascendiendo en los sondeos, le pide muchos espacios clave al tucumano (desde la vicegobernación hasta la intendencia capitalina). Es más, también vendría el 20 a Tucumán, a presentar sus propios candidatos si no hay acuerdo con Cano, a quien ya no le ofrece esa foto que llegó a pedirle cuando no había despegado en las encuestas.
El horizonte tampoco se presenta despejado: el PRO no descarta un binomio presidencial con una autoridad de la UCR nacional, y el desguazado radicalismo tampoco descarta proponer una fórmula propia a través del descuartizado UNEN. El canismo deberá hacer malabares para no parecer contradictorio en los comicios provinciales del 23 de agosto con respecto a las PASO, que se celebrarán 15 días antes.
Estas horas cruciales del amayismo, en cambio, presentan un escenario inverso. El intendente juega a esperar el escenario nacional porque el kirchnerismo aún no escogió (ni defenestró) a ningún aspirante. Ello sumado a que el macrismo sigue alimentando contactos para el caso de disgustarse con Cano y de que Amaya decida separarse también del PJ nacional.
En el plano provincial, en cambio, la espera ha expirado. Empezó la disputa sin cuartel por las filas del peronismo entre el alperovichismo (maneja una estructura ampliamente mayor a la de la intendencia) y el amayismo (infinitamente más peronista que todo el Poder Ejecutivo). Esa será la madre de las batallas políticas.
Las aguas
La batalla social, en contraste, no exhibe la democrática incertidumbre de la lid electoral. Febrero ha mostrado descarnadamente la favelización de la pobreza de los tucumanos. En el sur, la lluvia (ese fenómeno atmosférico varias veces más viejo que la humanidad) sigue inundando impiadosamente a los tucumanos. Año tras año, los ríos desbordan y tapan las paupérrimas casas de los comprovincianos asentados en las tierras fiscales de las riberas. Cuando el agua baja, ellos vuelven a sus mismas viviendas, a ser más pobres que antes del anegamiento. Vuelven porque no tienen otro lugar donde irse a sobrevivir la Década Ganada.
Tras 11 años y $ 100.000 millones en Presupuestos públicos, esas personas necesitaban que el Estado hiciera algo por ellas. Pero el régimen asfaltador puso en práctica el plan “Nosotros tenemos que hacer la nuestra”.
En el barrio Santa Rosa, al sur de Aguilares, donde las familias viven en terrenos más bajos que la calzada de la ruta 38, hubo que romper el asfalto para desagotar las ahogadas casitas de todos y todas. La democracia pavimentadora tiene allí su símbolo inolvidable.