22 Febrero 2015
Indagatorias, imputados, carátulas, testigos, jueces, fiscales y camaristas. El mundo judicial, que en los últimos tiempos se ha metido de prepo en la vida cotidiana, terminó de oscurecer a la política, a favor de una manifiesta fatiga que registra buena parte de la ciudadanía, tras casi doce años de sostener con sus votos a un mismo signo político en el poder.
Como también parece que el grueso de la sociedad ya no convalida que quien gana se puede quedar con todo y vuelve a creer en los contrapesos que prevé la Constitución, desde lo institucional, la Justicia le arrebató de cuajo por unos días, nada menos que al kirchnerismo, la instalación de la agenda.
Es lo que la Presidenta acaba de definir en su jerga bélica como un poder “contra” otro, destinado a “desestabilizar”, en un manifiesto que publicó en Facebook, en el que puso a todos los supuestos enemigos en fila. Quizás nunca se sepa si en su cabeza sólo funciona el esquema de amigo-enemigo, debido a la llamada lógica binaria que adopta de modo recurrente el Gobierno para tener siempre a mano alguien con quien confrontar o si habla para victimizarse y así mantener o acrecentar el número de fieles.
En cuanto a la masiva movilización callejera del 18F, tal su costumbre de imponer sus propias interpretaciones como Biblia y bajarle el precio a las cosas, la Presidenta la acaba de definir en su escrito como una “marcha opositora” e imaginativamente como el “bautismo de fuego del partido judicial”, ante el homenaje que, ante una muerte tan “dudosa”, una parte de la Justicia le hizo al fiscal Alberto Nisman.
Cuatro días antes de morir, el fiscal denunció nada menos que a la Presidenta de la Nación de encubrir a los acusados iraníes por la voladura de la AMIA. Cómo esperar entonces el pésame oficial, si ese fiscal había tenido tamaño tupé. No parece muy humano, pero es el temperamento que siguió siempre el Gobierno en primera instancia cada vez que vio (o creyó) que lo querían involucrar, como en Cromañon o en la tragedia de Once. Para suplir a las autoridades en las condolencias y ante la convocatoria de jueces y fiscales, miles de ciudadanos marcharon el miércoles por las calles de todo el país para recordar a Nisman, pero además para respaldar la independencia de la Justicia. El hecho, bien contundente, dejó al Gobierno en shock, verdaderamente maltrecho y en retroceso.
La imagen del kirchnerismo desorientado, haciéndose “bicho bolita” alrededor de la Presidenta hasta que pase el chubasco o esperando a que ella elabore alguna reacción, resultó patética. No alcanzó para nada la bajada de línea que intentó en Atucha el miércoles, destinada a galvanizar a la tropa, ya que por la tarde-noche el silencio, la lluvia, los paraguas y la cantidad de gente dejó al oficialismo girando como un trompo. No debe haber sido fácil la semana que pasó para la Presidenta, sobre todo porque no está acostumbrada, así lo dijo, a que “le marquen la cancha”, aunque esta vez, recibió muchas malas noticias, justamente el día de su cumpleaños.
Tras haber soportado el fervor de quienes se hicieron ver bajo la lluvia, tuvo que atajar una ofensiva judicial que avanzó con inusuales bríos y de modo simultáneo sobre Amado Boudou, los hoteles de su familia y la ultrakirchnerista procuradora del Tesoro. Si no fuese tan dramático el actual deterioro institucional, bien podría decirse con cierta ironía que pareció que en los últimos días la tan mentada corporación judicial se globalizó contra la Argentina para terminar de golear al Gobierno: un juez uruguayo mandó a poner preso a Alejandro Vanderbroele, supuesto testaferro del vicepresidente, mientras que el odiado Thomas Griesa, en Nueva York, le dio vía libre al mediador Daniel Pollack para que vociferara que es la Argentina la no que responde desde hace dos semanas a una oferta de los buitres para negociar “sin condiciones previas” y “sin ningún anticipo de efectivo”.
En tanto, otro juez estadounidense, del estado de Nevada, prometió dar a conocer una serie de cuentas de argentinos sospechados de haber lavado dinero, entre ellos, probablemente, Lázaro Báez y Cristóbal López. Sin embargo, la propia Presidenta metió suspenso en el tema, ya que en noviembre planteó, con cierto misterio, aunque se supone que con información privilegiada, que en esa nómina de 123 empresas argentinas “que se adjudicaban quién sabe a quién, fueron a buscar nombres que no encontraron y se encontraron con otros”. Ya se verá el 5 de marzo. En el medio de tantos mamporros de la Justicia, a Cristina le quedó para el balance su discurso de celebración de la puesta en régimen de generación plena de Atucha II y la reclusión cumpleañera en Chapadmalal, las alusiones de los funcionarios al “golpe blando”, la terrible desvalorización que hizo Alex Freyre de la memoria de Néstor Kirchner, la ofensiva verbal de Aníbal Fernández, las balas que el Ejército no supo cuidar en tierra de narcos, más sus tuits sobre el horóscopo chino y esta última irrupción en Facebook.
Se sabe que el oficialismo siempre ha sido de reacción lenta y en esta oportunidad, la Presidenta ha venido a confesar que ése es su estilo: primero “analizar, evaluar y luego opinar sobre cualquier hecho, una vez que este ocurre”, lo que definió como una “sana costumbre que no pienso abandonar”.
Sin embargo, no siempre ha sido de esa manera y se nota que esta vez percibe que lo que viene puede ser muy dramático. Entonces, no extrañó que haya salido a defenderse, como hace siempre, para blindar su últimos 10 meses de gobierno y redoblando la apuesta con un ataque de 300 líneas, para confrontar con todos y cada uno de los enemigos que describe.
Según definió en su análisis Cristina, quien por lo visto la siguió por televisión con mucho detalle, la marcha del 18 estuvo conformada por “varios integrantes de un Poder del Estado, el Judicial, contra otro Poder de la Constitución: el Ejecutivo. Es lo que se vio, se escuchó, se filmó y se fotografió. O sea, el hecho que ocurrió”, sentenció.
En su publicación definió al “Partido Judicial”, como un “nuevo ariete contra los gobiernos populares, que suplanta al Partido Militar” y que está integrado por “grupos de jueces y fiscales vinculados y promocionados por los grandes medios y grupos económicos…, otros ex-funcionarios políticos de la década del noventa y casi todos de aceitada articulación con las conducciones subterráneas desplazadas de los organismos de inteligencia”.
Para Cristina, el Partido Judicial resulta ser algo supraconstitucional que “articula con los poderes económicos concentrados y fundamentalmente con el aparato mediático monopólico, intentando desestabilizar al Poder Ejecutivo y desconociendo las decisiones del Legislativo. O sea, un súper poder por encima de las instituciones surgidas del voto popular” y no el órgano que se ocupa del ejercer el control de constitucionalidad y revisar los actos de los otros dos poderes. En cuanto a ciertos sucesos de aquella tarde de la marcha que encabezaron los jueces y fiscales de la conjura, en el posteo la Presidenta recortó una mínima parte de la realidad, al denunciar que vio “a dirigentes políticos riéndose a carcajadas y también a manifestantes llevando carteles con leyendas ofensivas e insultantes contra el Gobierno” y concluyó que no se trató de una marcha del “silencio”, ya que “el mismo fue sonoramente roto por un orador sindical integrante de una central obrera ferozmente opositora al Gobierno”.
Con respecto a la primera observación, es verdad que hubo políticos desubicados y que se vieron ese tipo de carteles, pero hay que considerar que “gorilas” hay en todas partes y que esa ínfima porción de indignados fue manifiestamente convocada por las bravuconadas previas del propio Gobierno y por la Presidenta en particular, con actitudes y discursos que los elevaron a la categoría de principales promotores de la marcha. En cuanto a Julio Piumato, el dirigente gremial que se encargó de la logística del acto, es cierto que se hizo notar un poco sobre el final, aunque toda su verborragia fue para pedir apenas un minuto de silencio. En aquella alocución en Atucha, ni siquiera el párrafo más simbólico que hizo la Presidenta sobre el futuro, con el verbo “garantizar” de por medio, había logrado inyectarle mística a sus seguidores: “el Estado son ustedes… no me lo llevo a mi casa, el Estado no es mío, el Estado se queda y en el 2015 tenemos que garantizar que quien conduzca este Estado argentino tenga las mismas ideas sobre autonomía, sobre soberanía, sobre ingreso popular, sobre el trabajo de los argentinos, sobre la ciencia y tecnología”, dijo.
Ahora, en el mensaje por Facebook, Cristina desgranó varios ítems más, casi un punteo de campaña, relativos a los derechos humanos, a la situación de los jubilados, a la acción de la Anses, a los trenes, al DNI, al desendeudamiento, a la reindustrialización, al plan nuclear y a los logros en innovación científica y tecnológica. Llamó la atención que no nombrara entre los logros los controvertidos acuerdos con China, al tiempo que destacó todos los avances que hizo el kirchnerismo para el “esclarecimiento” de la causa AMIA y “aunque no lo creas, el Gobierno que mayor presupuesto le ha dado al Poder Judicial”. En toda esa lista y en medio de la defensa extrema de un proyecto que ya no existe, no hubo ni en su parrafada en las redes sociales ni una sola mención, con atisbo de autocrítica, no ya a las fallas estructurales del modelo, sino a las cosas más cotidianas, como son la desvalorización de la moneda o la inseguridad. Y seguro que, por esto, también marchó mucha gente.
Como también parece que el grueso de la sociedad ya no convalida que quien gana se puede quedar con todo y vuelve a creer en los contrapesos que prevé la Constitución, desde lo institucional, la Justicia le arrebató de cuajo por unos días, nada menos que al kirchnerismo, la instalación de la agenda.
Es lo que la Presidenta acaba de definir en su jerga bélica como un poder “contra” otro, destinado a “desestabilizar”, en un manifiesto que publicó en Facebook, en el que puso a todos los supuestos enemigos en fila. Quizás nunca se sepa si en su cabeza sólo funciona el esquema de amigo-enemigo, debido a la llamada lógica binaria que adopta de modo recurrente el Gobierno para tener siempre a mano alguien con quien confrontar o si habla para victimizarse y así mantener o acrecentar el número de fieles.
En cuanto a la masiva movilización callejera del 18F, tal su costumbre de imponer sus propias interpretaciones como Biblia y bajarle el precio a las cosas, la Presidenta la acaba de definir en su escrito como una “marcha opositora” e imaginativamente como el “bautismo de fuego del partido judicial”, ante el homenaje que, ante una muerte tan “dudosa”, una parte de la Justicia le hizo al fiscal Alberto Nisman.
Cuatro días antes de morir, el fiscal denunció nada menos que a la Presidenta de la Nación de encubrir a los acusados iraníes por la voladura de la AMIA. Cómo esperar entonces el pésame oficial, si ese fiscal había tenido tamaño tupé. No parece muy humano, pero es el temperamento que siguió siempre el Gobierno en primera instancia cada vez que vio (o creyó) que lo querían involucrar, como en Cromañon o en la tragedia de Once. Para suplir a las autoridades en las condolencias y ante la convocatoria de jueces y fiscales, miles de ciudadanos marcharon el miércoles por las calles de todo el país para recordar a Nisman, pero además para respaldar la independencia de la Justicia. El hecho, bien contundente, dejó al Gobierno en shock, verdaderamente maltrecho y en retroceso.
La imagen del kirchnerismo desorientado, haciéndose “bicho bolita” alrededor de la Presidenta hasta que pase el chubasco o esperando a que ella elabore alguna reacción, resultó patética. No alcanzó para nada la bajada de línea que intentó en Atucha el miércoles, destinada a galvanizar a la tropa, ya que por la tarde-noche el silencio, la lluvia, los paraguas y la cantidad de gente dejó al oficialismo girando como un trompo. No debe haber sido fácil la semana que pasó para la Presidenta, sobre todo porque no está acostumbrada, así lo dijo, a que “le marquen la cancha”, aunque esta vez, recibió muchas malas noticias, justamente el día de su cumpleaños.
Tras haber soportado el fervor de quienes se hicieron ver bajo la lluvia, tuvo que atajar una ofensiva judicial que avanzó con inusuales bríos y de modo simultáneo sobre Amado Boudou, los hoteles de su familia y la ultrakirchnerista procuradora del Tesoro. Si no fuese tan dramático el actual deterioro institucional, bien podría decirse con cierta ironía que pareció que en los últimos días la tan mentada corporación judicial se globalizó contra la Argentina para terminar de golear al Gobierno: un juez uruguayo mandó a poner preso a Alejandro Vanderbroele, supuesto testaferro del vicepresidente, mientras que el odiado Thomas Griesa, en Nueva York, le dio vía libre al mediador Daniel Pollack para que vociferara que es la Argentina la no que responde desde hace dos semanas a una oferta de los buitres para negociar “sin condiciones previas” y “sin ningún anticipo de efectivo”.
En tanto, otro juez estadounidense, del estado de Nevada, prometió dar a conocer una serie de cuentas de argentinos sospechados de haber lavado dinero, entre ellos, probablemente, Lázaro Báez y Cristóbal López. Sin embargo, la propia Presidenta metió suspenso en el tema, ya que en noviembre planteó, con cierto misterio, aunque se supone que con información privilegiada, que en esa nómina de 123 empresas argentinas “que se adjudicaban quién sabe a quién, fueron a buscar nombres que no encontraron y se encontraron con otros”. Ya se verá el 5 de marzo. En el medio de tantos mamporros de la Justicia, a Cristina le quedó para el balance su discurso de celebración de la puesta en régimen de generación plena de Atucha II y la reclusión cumpleañera en Chapadmalal, las alusiones de los funcionarios al “golpe blando”, la terrible desvalorización que hizo Alex Freyre de la memoria de Néstor Kirchner, la ofensiva verbal de Aníbal Fernández, las balas que el Ejército no supo cuidar en tierra de narcos, más sus tuits sobre el horóscopo chino y esta última irrupción en Facebook.
Se sabe que el oficialismo siempre ha sido de reacción lenta y en esta oportunidad, la Presidenta ha venido a confesar que ése es su estilo: primero “analizar, evaluar y luego opinar sobre cualquier hecho, una vez que este ocurre”, lo que definió como una “sana costumbre que no pienso abandonar”.
Sin embargo, no siempre ha sido de esa manera y se nota que esta vez percibe que lo que viene puede ser muy dramático. Entonces, no extrañó que haya salido a defenderse, como hace siempre, para blindar su últimos 10 meses de gobierno y redoblando la apuesta con un ataque de 300 líneas, para confrontar con todos y cada uno de los enemigos que describe.
Según definió en su análisis Cristina, quien por lo visto la siguió por televisión con mucho detalle, la marcha del 18 estuvo conformada por “varios integrantes de un Poder del Estado, el Judicial, contra otro Poder de la Constitución: el Ejecutivo. Es lo que se vio, se escuchó, se filmó y se fotografió. O sea, el hecho que ocurrió”, sentenció.
En su publicación definió al “Partido Judicial”, como un “nuevo ariete contra los gobiernos populares, que suplanta al Partido Militar” y que está integrado por “grupos de jueces y fiscales vinculados y promocionados por los grandes medios y grupos económicos…, otros ex-funcionarios políticos de la década del noventa y casi todos de aceitada articulación con las conducciones subterráneas desplazadas de los organismos de inteligencia”.
Para Cristina, el Partido Judicial resulta ser algo supraconstitucional que “articula con los poderes económicos concentrados y fundamentalmente con el aparato mediático monopólico, intentando desestabilizar al Poder Ejecutivo y desconociendo las decisiones del Legislativo. O sea, un súper poder por encima de las instituciones surgidas del voto popular” y no el órgano que se ocupa del ejercer el control de constitucionalidad y revisar los actos de los otros dos poderes. En cuanto a ciertos sucesos de aquella tarde de la marcha que encabezaron los jueces y fiscales de la conjura, en el posteo la Presidenta recortó una mínima parte de la realidad, al denunciar que vio “a dirigentes políticos riéndose a carcajadas y también a manifestantes llevando carteles con leyendas ofensivas e insultantes contra el Gobierno” y concluyó que no se trató de una marcha del “silencio”, ya que “el mismo fue sonoramente roto por un orador sindical integrante de una central obrera ferozmente opositora al Gobierno”.
Con respecto a la primera observación, es verdad que hubo políticos desubicados y que se vieron ese tipo de carteles, pero hay que considerar que “gorilas” hay en todas partes y que esa ínfima porción de indignados fue manifiestamente convocada por las bravuconadas previas del propio Gobierno y por la Presidenta en particular, con actitudes y discursos que los elevaron a la categoría de principales promotores de la marcha. En cuanto a Julio Piumato, el dirigente gremial que se encargó de la logística del acto, es cierto que se hizo notar un poco sobre el final, aunque toda su verborragia fue para pedir apenas un minuto de silencio. En aquella alocución en Atucha, ni siquiera el párrafo más simbólico que hizo la Presidenta sobre el futuro, con el verbo “garantizar” de por medio, había logrado inyectarle mística a sus seguidores: “el Estado son ustedes… no me lo llevo a mi casa, el Estado no es mío, el Estado se queda y en el 2015 tenemos que garantizar que quien conduzca este Estado argentino tenga las mismas ideas sobre autonomía, sobre soberanía, sobre ingreso popular, sobre el trabajo de los argentinos, sobre la ciencia y tecnología”, dijo.
Ahora, en el mensaje por Facebook, Cristina desgranó varios ítems más, casi un punteo de campaña, relativos a los derechos humanos, a la situación de los jubilados, a la acción de la Anses, a los trenes, al DNI, al desendeudamiento, a la reindustrialización, al plan nuclear y a los logros en innovación científica y tecnológica. Llamó la atención que no nombrara entre los logros los controvertidos acuerdos con China, al tiempo que destacó todos los avances que hizo el kirchnerismo para el “esclarecimiento” de la causa AMIA y “aunque no lo creas, el Gobierno que mayor presupuesto le ha dado al Poder Judicial”. En toda esa lista y en medio de la defensa extrema de un proyecto que ya no existe, no hubo ni en su parrafada en las redes sociales ni una sola mención, con atisbo de autocrítica, no ya a las fallas estructurales del modelo, sino a las cosas más cotidianas, como son la desvalorización de la moneda o la inseguridad. Y seguro que, por esto, también marchó mucha gente.