28 Febrero 2015
Una zanja le cuesta $ 27.000
Una vecina cayó en un pozo en la calle Magallanes, justo detrás de la Municipalidad. Asegura que va a demandar a la intendencia de Toledo. “Iba por Sarmiento. De repente, se me hundió el auto. Fue una sensación similar a una caída brusca. Sentí como un reventón”, cuenta otra ciudadana.
HASTA LAS RODILLAS. Esta vecina rompió el tren delantero de su vehículo, al caer en una abertura.
Cuando Florencia Gallo cuenta lo que le pasó, uno no le cree. No le cree que eso haya ocurrido en Yerba Buena. Porque decir que los habitantes de esta urbe caen en pozos mientras manejan, suena estrambótico. ¡Qué cosas raras! Pero sí, pasan.
La señora Gallo es abogada. Por eso, tal vez, no piensa quedarse de brazos cruzados. Por eso, y porque el arreglo de su auto le cuesta caro. El episodio que la tiene como protagonista empezó a escribirse la madrugada del 8 de diciembre, cuando regresaba a su casa. De repente, detrás del edificio municipal, por Magallanes, se hundió.
“Me tragué una zanja. Como estaba oscuro y había llovido, no se veía bien. Rompí el tren delantero. Hablé a la Municipalidad y me dijeron que no me reconocen nada. Así que voy a demandarlos”, afirma. Hasta ahora, lleva gastados unos $ 20.000, y todavía tiene que desembolsar $ 7.000 para pagar la chapa y la pintura.
Lo que acrecienta su bronca es que la zanja en la que cayó había sido abierta por la Sociedad Aguas del Tucumán -según ella- y no se encontraba señalizada.
El susto de Sabrina
No obstante, los boquetes no solo andan atrapando conductores en las narices del intendente Daniel Toledo. A juzgar por las evidencias, se reproducen por doquier. Sabrina Herrera, por ejemplo, se pegó un buen susto hace dos semanas, cuando paseaba en su vehículo por una zona coqueta, cerca del shopping El Portal.
“Iba por Sarmiento. De repente, se me hundió el auto. Fue una sensación similar a una caída brusca. Sentí como un reventón. Bajé y me di con un agujero enorme”, relata.
Cerca de allí -en Zavalía al 100- otra vecina tiene un cuento para el asombro. María Inés Bobba dice que, desde su casa, oye cómo suenan los coches cuando caen en un bache. “Se escuchan las caídas constantes. Gracias a Dios, no pasó nada aún. Pero es un peligro para los motociclistas”.
Lourdes Navarro Luna opina que en este municipio es una odisea ser automovilista, puesto que no hay una cuadra que se salve de los baches. “Lo más triste es que los reparan, pero a la semana vuelven a aparecer”. Agustina Villafañe recuerda que, en una ocasión, agarró un bache y se le cortó una polea de la correa de distribución del coche.
En resumen, cualquiera de estas conductoras podría escribirle una respuesta ficticia al bache de la página anterior, que diría algo así:
No voy a hacerlo. No señor. ¿Acaso es un delirante? Jamás voy aceptarlo. Sepa que lo detesto. Cuando manejo con el tráfico enfurecido de las ocho de la mañana, no hago más que insultarlo. A usted y a los suyos. Esta es mi ciudad, la que mantengo cada vez que pago un impuesto. Quiero calles, no trampas.
Firmado: una ciudadana.
La señora Gallo es abogada. Por eso, tal vez, no piensa quedarse de brazos cruzados. Por eso, y porque el arreglo de su auto le cuesta caro. El episodio que la tiene como protagonista empezó a escribirse la madrugada del 8 de diciembre, cuando regresaba a su casa. De repente, detrás del edificio municipal, por Magallanes, se hundió.
“Me tragué una zanja. Como estaba oscuro y había llovido, no se veía bien. Rompí el tren delantero. Hablé a la Municipalidad y me dijeron que no me reconocen nada. Así que voy a demandarlos”, afirma. Hasta ahora, lleva gastados unos $ 20.000, y todavía tiene que desembolsar $ 7.000 para pagar la chapa y la pintura.
Lo que acrecienta su bronca es que la zanja en la que cayó había sido abierta por la Sociedad Aguas del Tucumán -según ella- y no se encontraba señalizada.
El susto de Sabrina
No obstante, los boquetes no solo andan atrapando conductores en las narices del intendente Daniel Toledo. A juzgar por las evidencias, se reproducen por doquier. Sabrina Herrera, por ejemplo, se pegó un buen susto hace dos semanas, cuando paseaba en su vehículo por una zona coqueta, cerca del shopping El Portal.
“Iba por Sarmiento. De repente, se me hundió el auto. Fue una sensación similar a una caída brusca. Sentí como un reventón. Bajé y me di con un agujero enorme”, relata.
Cerca de allí -en Zavalía al 100- otra vecina tiene un cuento para el asombro. María Inés Bobba dice que, desde su casa, oye cómo suenan los coches cuando caen en un bache. “Se escuchan las caídas constantes. Gracias a Dios, no pasó nada aún. Pero es un peligro para los motociclistas”.
Lourdes Navarro Luna opina que en este municipio es una odisea ser automovilista, puesto que no hay una cuadra que se salve de los baches. “Lo más triste es que los reparan, pero a la semana vuelven a aparecer”. Agustina Villafañe recuerda que, en una ocasión, agarró un bache y se le cortó una polea de la correa de distribución del coche.
En resumen, cualquiera de estas conductoras podría escribirle una respuesta ficticia al bache de la página anterior, que diría algo así:
No voy a hacerlo. No señor. ¿Acaso es un delirante? Jamás voy aceptarlo. Sepa que lo detesto. Cuando manejo con el tráfico enfurecido de las ocho de la mañana, no hago más que insultarlo. A usted y a los suyos. Esta es mi ciudad, la que mantengo cada vez que pago un impuesto. Quiero calles, no trampas.
Firmado: una ciudadana.
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