Cristina buscará blindar la mística militante

En sus discursos ante la Asamblea Legislativa y a sus militantes, la Presidenta expondrá casi con seguridad de que no existe ningún fin de ciclo. Hugo E. Grimaldi | columnista de DYN

01 Marzo 2015
La Presidenta abrirá el 133° período de sesiones ordinarias del Congreso con una clara meta entre ceja y ceja: por más que explicite el hecho desde las formas, bajo ninguna circunstancia ella quiere que su último discurso en ese ámbito resulte ser una caída de telón político ni para ella ni para el modelo y no está dispuesta a que nadie siquiera sospeche eso. Y no es porque se preocupe únicamente por no cumplir de aquí a diciembre el papel de “pato rengo” rumbo al virtual ocaso, sino porque está auténticamente convencida de que no existe ningún “fin de ciclo” y que el proyecto del kirchnerismo tiene cuerda para rato. Así, se espera que Cristina Fernández lo plasme de modo indubitable en su discurso frente a la Asamblea Legislativa y así se lo dirá luego, a los miles y miles de militantes que han sido convocados el 1-M a la plaza para empardar, al menos, la intragable movilización del 18-F.

Un punto no menor será el tono que adoptará la Presidenta en cada caso, ya que venía de ser sumamente grave en sus apariciones públicas desde la denuncia de Alberto Nisman, actitud que se multiplicó en un crescendo de nervios tras su muerte, con los episodios judiciales simultáneos que acorralaron a varios en el Gobierno, hasta que le llegó a ella misma la imputación del fiscal Gerardo Pollicita por encubrimiento en la causa AMIA. A ese pico de tensión, le siguió luego el alivio que le produjo el rechazo de la denuncia por parte del juez federal Daniel Rafecas y sobre todo los jugados argumentos del magistrado, algunos hasta de corte laudatorio hacia el poder, párrafos que para algunos juristas han sido escritos adrede para salirse del problema si hay apelaciones y la investigación continúa. Lo más significativo del caso es que el juez desligó, por ahora, a Cristina de aquellos delitos, con los mismos argumentos de lógica jurídica que el kirchnerismo nunca usó: la firma de un tratado internacional es un acto de gobierno que está bajo el amparo de Constitución.

Sin embargo, desde el minuto cero, la obsesión kirchnerista por no quedar nunca mal, llevó al Gobierno, antes que a refutar la denuncia jurídicamente, a desacreditar a Nisman. Así, la traumática muerte del fiscal se convirtió en un boomerang del que le costó salir por su propio afán marketinero, aunque nunca del todo, ya que hasta la propia Presidenta se enredó en tareas detectivescas a través de Facebook. “Nos tiraron un muerto”, se le oyó decir a las autoridades y todavía lo creen y bregan por instalar definitivamente la hipótesis del suicidio. Ahora, el tironeo sobre el pronunciamiento de Rafecas pasó a ser toda una discusión en sí misma, ya que muchos lo ven tan apasionado como la denuncia que hizo Nisman y otros lo denigran porque favorece al poder.

En cuanto al modo de redacción, es notable que tanto al fiscal como al juez se los acuse de que otros les escribieron los argumentos, aunque lo más objetivo de toda la historia es que mientras el fallecido fiscal tardó más de dos años en darle forma a su denuncia, inclusive con miles de horas de escuchas telefónicas, a Rafecas le llevó desactivarla, sin encontrar “elementos mínimos” para avanzar, apenas un par de semanas. Lo concreto es que el juez dio por buenos también casi todos los argumentos gubernamentales, como que el tratado con Irán nunca estuvo en vigencia, cosa cierta si se atiende que fue porque los persas no avanzaron a la espera de la baja de las alertas rojas que Interpol no concedió, y hasta criticó al fiscal Nisman en su tarea y a la “orfandad probatoria” de su trabajo y hasta justificó al canciller Héctor Timerman por el simple hecho de ser judío.

Ese dictamen de Rafecas, no era para menos, fue el que calmó a Cristina el jueves pasado y en la jura de los nuevos funcionarios esa misma noche, en la que mostró sus preferencias por encerrarse más, se la notó mucho más afable y distendida, salvo cuando salió con las uñas afuera a quejarse en sordina porque algunos medios interpretaron que la llegada de Eduardo “Wado” de Pedro a la secretaría general era un avance de La Cámpora dentro del Gobierno.

En el extenso discurso que pronunciará en el Congreso, se descuenta que habrá una alocución formal de la Presidenta en la que dará cuenta del estado de la Nación, en la que no sólo realizará seguramente un recorrido más que puntilloso y apasionado sobre lo que considera que ha sido el inventario de los logros del modelo, sino que además es lógico esperar que plantee algunas orientaciones políticas y económicas más o menos consistentes con su modo de ver las cosas para completar de modo decoroso el año actual. Esto es lo previsible y por eso, las expectativas se centran aún mucho más sobre otro tipo de líneas, las más interesantes que puede llegar a bajar sobre la Argentina del futuro, la que ella misma supone que fatalmente estará condicionada por las ideas que, de menor a mayor, supo sembrar el kirchnerismo desde 2003 a esta parte. Se verá luego, lo que el fervor de la calle le impulsa a decir en esa otra tribuna más apasionada.

Es verdad que un político de fuste -y Cristina tiene ese rango- no debería dar pistas certeras, pero leer entre líneas y encontrar en su prédica esos cursos de acción y lo que planea hacer este año para reforzarlos, va a ser desde el análisis una tarea más que importante. Ya se sabe que el 10 de diciembre habrá otra batuta en Balcarce 50 y que el elegido será obsequiado con un paquete de muchísimas asignaturas pendientes que exceden el “no tuvimos tiempo” o la habitual excusa de los “palos en la rueda de las corporaciones”. El problema es que si se desmadran más, algunos serán de tanta gravedad como aquellos de 2001.

Sin embargo, para los militantes, los problemas que se han acumulado y que podrían estallarle al próximo Presidente pueden justificarse plenamente, ya que la creencia del universo ultra K apunta a sostener que la idea del avance populista sobre el Estado, por haber ganado tres elecciones, es algo tan superador que todo lo demás puede esperar, porque ya llegarán a pleno las buenas cuando desaparezcan los “poderes concentrados”, suelen decir. En este rubro, es sabido que el kirchnerismo siempre marca a quienes se le oponen, como ahora pasa con los empresarios que se sienten ahogados por la burocracia y los cepos estatales y lo denuncian o con el “Partido Judicial” que, según la militancia, se ensaña con ellos para no perder privilegios o con la prensa independiente, que tiene la mala costumbre de visibilizar lo que no se debe mostrar, tal como ocurrió con la abominable censura que hizo el monopolio de Fútbol para Todos al reclamo de “justicia” por la tragedia de Once.

En cambio, entre los preocupados críticos del kirchnerismo hay claras divergencias en cuanto al futuro, ya que algunos más contemplativos piensan que todas las dificultades que se han sumado en estos ha años han sido por mala praxis en la gestión o por descuido entre aquellos que se preocuparon más por sus beneficios personales, hechos que derivaron en corrupción, que por hacer un buen gobierno para todos.

Ellos suponen que un cambio hacia formas menos agresivas y de valores comunes no sólo democráticos, sino también morales, además de los acuerdos de gobernabilidad que todos asociados deberían tejer para buscar consensos en temas comunes, será un bálsamo para la sociedad, trabajo que también permitirá una mejor sintonía con el mundo para asegurar inversiones y sumar puestos de trabajo privados, lo que haría menos traumático desmontar el empleo público. Por el lado del ala más dura de los opositores, se señala que todo lo que viene haciendo Cristina va en línea con un plan sistemático y orquestado de destrucción, para dejarle a quien venga múltiples pastillas de veneno diseminadas por el camino.

Este razonamiento lo construyen a partir de la pasividad que denuncian en el manejo de la economía que hace el Gobierno, en los vericuetos de la legislación de sesgo antiempresario que ha impulsado en todos estos años, en los conflictos abiertos con la comunidad internacional que ha alejado al país del mundo, en la virulencia de su ataque permanente a la prensa no alineada y en el copamiento de la estructura del Estado, especialmente en la Justicia y ahora, en los organismos de Inteligencia. Justamente, en todos estos casos, ellos observan que desde hace un buen tiempo se acrecienta la influencia de La Cámpora que, en primer lugar desde la cercanía de Máximo Kirchner a su madre, ahora se fortalece con la presencia de un cuadro tan ideológico como De Pedro.

Igualmente, para cada uno de esos temas, la Presidenta tiene sus propios argumentos bien encolumnados, que ella cada vez que puede en sus discursos pretende hacer universales a partir de cierta paranoia que envuelve en general a los gobernantes, pero mucho más a los populismos: los aciertos son todos propios, pero cuando hay tropiezos, la culpa es de los demás, nunca de quienes no supieron prever la jugada.

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