06 Marzo 2015
LA GACETA/ FOTO DE DIEGO ARÁOZ
Por primera vez en siete años, Emanuel Molina lleva más de un mes en continuado viviendo en Argentina. Desde que se fue en 2008, el volante se la pasó fuera del país y jugando al fútbol. En la misma situación están miles de jugadores, pero el caso se torna especial cuando surge la siguiente pregunta: ¿qué lo hará volver? ¿Qué motiva a alguien que anda deambulando por el mundo a regresar a su lugar de origen (o al menos cerca de él) y quizás quedarse allí para siempre?
En su caso, parte de esa respuesta la contestó Atlético. Sí, Atlético casi convirtió un nómade en sedentario, por más que Molina siga moviéndose por todo el frente de ataque. “Mi idea hasta hace muy poco era no volver (a la Argentina). Estaba muy tranquilo en Colombia”, reconoció el jugador.
Ya a los 17 años, debió dejar Río Tercero en Córdoba para probar suerte en Deportivo Merlo, en Buenos Aires. A los 20, el salto sería un poco más lejos: Turquía.
El club que lo recibió fue Altay Spor Kulübü, en Esmirna, una de las ciudades bañadas por el mar Egeo. “Fue complicado al principio, pero una vez que te acostumbrás lo disfrutás mucho”, admitió. Y con esa especie de lema sobrellevó casi ocho años seguidos en el exterior.
“Estar afuera me dio la posibilidad de conocer un montón de gente, no sólo del lugar donde estaba sino de muchos más”, contó. Así es como tampoco tuvo problemas en partir a Colombia un par de años después de la experiencia turca.
De aquí para allá
Los sellos del pasaporte se estampaban junto con los dorsales en su camiseta. En Colombia podríamos decir que encontró su segunda casa. Rodante, porque dentro de la misma tierra cafetera fue de aquí para allá, pero casa al fin.
Deportivo Pasto y Real Cartagena fueron sus dos primeros clubes pero pese a que allí se quedaría más tiempo, Molina no pudo con su genio: armó las valijas nuevamente y se fue a Portugal, más precisamente a Guimaraes, a las filas de Vitoria. Problemas económicos en el club lo obligaron a pegar la rápida vuelta a Colombia. A esa altura, tomarse el avión era como tomarse un taxi para él.
“De chico me acostumbré a estar solo y a viajar, creo que por eso no lo sufrí tanto”. Con tanto tiempo afuera, era obvio que algún evento trascendente lo tenía que pillar allí. Delfina Liz, su pequeña hija, nació en 2013 en Bogotá, mientras él jugaba para Independiente de Santa Fe.
“Tanto el club como la ciudad y el hospital donde nació nos trataron bárbaro”, recuerda. A él, a Delfina Liz y a Sofía Vezzani, su pareja, a quien conoció a pocas cuadras de su primera casa en Río Tercero. “Me empezó acompañar cuando volví de Portugal a Colombia”.
Hora de volver
Increíblemente, las piezas de su vida parecían haber encajado perfectamente lejos de casa. La cabeza parecía sentada a miles de kilómetros de Córdoba. Hasta que... sonó el teléfono. Juan Manuel Azconzábal lo llamó personalmente para intentar hacer lo que no había hecho desde 2008: jugar en su país.
“Personalmente no lo conocía, pero me habló y me dejó pensando. Me volvieron a dar ganas de jugar en el fútbol argentino”, confesó el volante sobre esa charla en los primeros días de enero.
Nadie se opuso y finalmente terminó en Tucumán. A casi 700 kilómetros de su primera casa, pero su país. “¿En serio? Eso sería buenísimo”, responde cuando LG Deportiva le avisa que el aeropuerto Benjamín Matienzo ya incoporó vuelos a Córdoba. Porque aún después de haber vuelto, Molina no puede dejar de moverse.
En su caso, parte de esa respuesta la contestó Atlético. Sí, Atlético casi convirtió un nómade en sedentario, por más que Molina siga moviéndose por todo el frente de ataque. “Mi idea hasta hace muy poco era no volver (a la Argentina). Estaba muy tranquilo en Colombia”, reconoció el jugador.
Ya a los 17 años, debió dejar Río Tercero en Córdoba para probar suerte en Deportivo Merlo, en Buenos Aires. A los 20, el salto sería un poco más lejos: Turquía.
El club que lo recibió fue Altay Spor Kulübü, en Esmirna, una de las ciudades bañadas por el mar Egeo. “Fue complicado al principio, pero una vez que te acostumbrás lo disfrutás mucho”, admitió. Y con esa especie de lema sobrellevó casi ocho años seguidos en el exterior.
“Estar afuera me dio la posibilidad de conocer un montón de gente, no sólo del lugar donde estaba sino de muchos más”, contó. Así es como tampoco tuvo problemas en partir a Colombia un par de años después de la experiencia turca.
De aquí para allá
Los sellos del pasaporte se estampaban junto con los dorsales en su camiseta. En Colombia podríamos decir que encontró su segunda casa. Rodante, porque dentro de la misma tierra cafetera fue de aquí para allá, pero casa al fin.
Deportivo Pasto y Real Cartagena fueron sus dos primeros clubes pero pese a que allí se quedaría más tiempo, Molina no pudo con su genio: armó las valijas nuevamente y se fue a Portugal, más precisamente a Guimaraes, a las filas de Vitoria. Problemas económicos en el club lo obligaron a pegar la rápida vuelta a Colombia. A esa altura, tomarse el avión era como tomarse un taxi para él.
“De chico me acostumbré a estar solo y a viajar, creo que por eso no lo sufrí tanto”. Con tanto tiempo afuera, era obvio que algún evento trascendente lo tenía que pillar allí. Delfina Liz, su pequeña hija, nació en 2013 en Bogotá, mientras él jugaba para Independiente de Santa Fe.
“Tanto el club como la ciudad y el hospital donde nació nos trataron bárbaro”, recuerda. A él, a Delfina Liz y a Sofía Vezzani, su pareja, a quien conoció a pocas cuadras de su primera casa en Río Tercero. “Me empezó acompañar cuando volví de Portugal a Colombia”.
Hora de volver
Increíblemente, las piezas de su vida parecían haber encajado perfectamente lejos de casa. La cabeza parecía sentada a miles de kilómetros de Córdoba. Hasta que... sonó el teléfono. Juan Manuel Azconzábal lo llamó personalmente para intentar hacer lo que no había hecho desde 2008: jugar en su país.
“Personalmente no lo conocía, pero me habló y me dejó pensando. Me volvieron a dar ganas de jugar en el fútbol argentino”, confesó el volante sobre esa charla en los primeros días de enero.
Nadie se opuso y finalmente terminó en Tucumán. A casi 700 kilómetros de su primera casa, pero su país. “¿En serio? Eso sería buenísimo”, responde cuando LG Deportiva le avisa que el aeropuerto Benjamín Matienzo ya incoporó vuelos a Córdoba. Porque aún después de haber vuelto, Molina no puede dejar de moverse.
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