Por Juan Manuel Asis
02 Abril 2015
¿Cuándo comienza efectivamente un fin de ciclo? Se anuncia, tanto para el kirchnerismo -o cristinismo- como para el alperovichismo pero, más allá de que tengan fecha de vencimiento en octubre y diciembre, cuándo y cómo se visualizan o bien, cuándo comienzan a experimentarse los primeros síntomas políticos e institucionales de que el poder de unos comienza a ceder en beneficio de otros. Las conductas dicen mucho al respecto. A nivel nacional, la Presidenta gestiona el poder como si nunca lo fuera a dejar o, por lo menos, demuestra que lo ejercerá hasta el último de los días de su administración; sin transición, sin gestos de traspaso a un posible heredero político. No lo quiere. Y no lo tiene. El mensaje es claro: tendrán que arrebatárselo. Es menemista en su concepción del manejo del poder. El riojano tampoco quiso traspasarlo y a su juego de recontra re-re lo terminó sufriendo Duhalde, que finalmente perdió los comicios de 1999 frente a la Alianza. ¿La sufrirá ahora Scioli, que en los papeles parece ser el candidato más fuerte del Frente para la Victoria? La historia podría repetirse. Las “malas lenguas” dicen que Cristina apuesta a la derrota del peronismo, tratando de que las esquirlas no la alcancen para reaparecer dentro de cuatro años. Como Menem. Habrá que esperar para ver si es tan exitosa. Por ahora, cuando pueden, ella y su hijo, Máximo, “inflan” indirectamente a Macri.
¿Y por Tucumán? Alperovich no parece tener por estas horas una vocación kirchnerista por el poder, que en su momento llegó a sugerir la Cristina eterna. El gobernador ya lo ejerció durante 12 años, reforma constitucional de por medio, y no muestra señales de que quiera retornar en 2019. No impone a su esposa, como Kirchner en 2007, al frente de la lista del FpV, lo que sería un indicio más que claro de que quiere conservar el poder detrás de bambalinas. Este episodio no es menor. Más allá de los deslices verbales de la primera dama, que la alejan de la posibilidad de integrar la fórmula ejecutiva del alperovichismo, el gesto de no imponerla habla en sí mismo de un fin de ciclo. ¿Alperovich es consciente de que se viene otro “ismo” a partir del 29 de octubre, cuando entregue el bastón de mando a su sucesor, sea Manzur, Cano o Amaya? Sí, lo espera. No se sorprenderá. Si él hizo lo mismo con Miranda y con Juri; si Kirchner lo hizo con Duhalde. Cristina sabe que Scioli, de ganar, hará lo mismo con ella. Es una receta común, el abc de manejar y gestionar desde el poder. “Al poder no se lo comparte ni con el hijo”, supo decir a este columnista un ex gobernador. La historia argentina, lejana y reciente, señala que sí se lo puede compartir con la esposa. Alperovich renunció por ahora a esa tentación, diciendo algo sobre el porvenir.
El titular del PE, a diferencia de la Presidenta, sí quiere que gane el binomio que bendijo. Alperovich, a diferencia de la mandataria nacional, sí quiere una transición. Quiere socios políticos, al decir de un funcionario que apuesta a que haya secuelas de alperovichismo para que el poder se mantenga en el grupo que integra. Necesita de socios que le cuiden las espaldas cuando no esté en el sillón de Lucas Córdoba. O sea, cuando ya no tenga el poder. Paréntesis: ¿querrá Manzur compartirlo con él? ¿Será un socio que llegará para cuidarle el asiento? ¿Manzur no habilitará al manzurismo ni buscará el bronce y se bancará el segundo plano histórico? Algunos alperovichistas apuestan a eso. Sigamos. El gobernador lentamente está permitiendo que la dupla Manzur-Jaldo lo reemplace en su papel matutino de visitar obras y de responder a la prensa. Quiere instalarlos, más allá de que les pida protagonismo y trabajo. El piso de votos que supo cosechar no es seguro que acompañe a sus elegidos, ya que no se transmiten por ósmosis, máxime cuando el apellido Alperovich no aparecerá entre los principales en la boleta. Manzur tendrá que ganárselos, y transpirar bastante para eso.
En fin, los fines de ciclo siempre vienen con un concepto a cuestas: desgaste. El desgaste alcanza a todos los funcionarios. Y en Tucumán, cada recambio institucional vino acompañado con cierres de gestión complicados. Domato fue intervenido, a Ortega lo afectó la economía nacional, Bussi terminó sin poder asumir en el Congreso y luego fue preso, Miranda salió segundo en la elección de senador afectado por la desnutrición infantil tucumana. ¿Y Alperovich? Llega con una buena aceptación de su gobierno, será candidato a senador, pero con la inseguridad como la principal inquietud de la sociedad. Los que vienen deben tomar nota.
¿Y por Tucumán? Alperovich no parece tener por estas horas una vocación kirchnerista por el poder, que en su momento llegó a sugerir la Cristina eterna. El gobernador ya lo ejerció durante 12 años, reforma constitucional de por medio, y no muestra señales de que quiera retornar en 2019. No impone a su esposa, como Kirchner en 2007, al frente de la lista del FpV, lo que sería un indicio más que claro de que quiere conservar el poder detrás de bambalinas. Este episodio no es menor. Más allá de los deslices verbales de la primera dama, que la alejan de la posibilidad de integrar la fórmula ejecutiva del alperovichismo, el gesto de no imponerla habla en sí mismo de un fin de ciclo. ¿Alperovich es consciente de que se viene otro “ismo” a partir del 29 de octubre, cuando entregue el bastón de mando a su sucesor, sea Manzur, Cano o Amaya? Sí, lo espera. No se sorprenderá. Si él hizo lo mismo con Miranda y con Juri; si Kirchner lo hizo con Duhalde. Cristina sabe que Scioli, de ganar, hará lo mismo con ella. Es una receta común, el abc de manejar y gestionar desde el poder. “Al poder no se lo comparte ni con el hijo”, supo decir a este columnista un ex gobernador. La historia argentina, lejana y reciente, señala que sí se lo puede compartir con la esposa. Alperovich renunció por ahora a esa tentación, diciendo algo sobre el porvenir.
El titular del PE, a diferencia de la Presidenta, sí quiere que gane el binomio que bendijo. Alperovich, a diferencia de la mandataria nacional, sí quiere una transición. Quiere socios políticos, al decir de un funcionario que apuesta a que haya secuelas de alperovichismo para que el poder se mantenga en el grupo que integra. Necesita de socios que le cuiden las espaldas cuando no esté en el sillón de Lucas Córdoba. O sea, cuando ya no tenga el poder. Paréntesis: ¿querrá Manzur compartirlo con él? ¿Será un socio que llegará para cuidarle el asiento? ¿Manzur no habilitará al manzurismo ni buscará el bronce y se bancará el segundo plano histórico? Algunos alperovichistas apuestan a eso. Sigamos. El gobernador lentamente está permitiendo que la dupla Manzur-Jaldo lo reemplace en su papel matutino de visitar obras y de responder a la prensa. Quiere instalarlos, más allá de que les pida protagonismo y trabajo. El piso de votos que supo cosechar no es seguro que acompañe a sus elegidos, ya que no se transmiten por ósmosis, máxime cuando el apellido Alperovich no aparecerá entre los principales en la boleta. Manzur tendrá que ganárselos, y transpirar bastante para eso.
En fin, los fines de ciclo siempre vienen con un concepto a cuestas: desgaste. El desgaste alcanza a todos los funcionarios. Y en Tucumán, cada recambio institucional vino acompañado con cierres de gestión complicados. Domato fue intervenido, a Ortega lo afectó la economía nacional, Bussi terminó sin poder asumir en el Congreso y luego fue preso, Miranda salió segundo en la elección de senador afectado por la desnutrición infantil tucumana. ¿Y Alperovich? Llega con una buena aceptación de su gobierno, será candidato a senador, pero con la inseguridad como la principal inquietud de la sociedad. Los que vienen deben tomar nota.