Un año sin Gabo

El próximo viernes se cumple el primer aniversario de la muerte del Premio Nobel colombiano. En este número, Carmen Balcells (la mítica agente literaria que proyectó Cien años de soledad al mundo, la célebre “Mamá grande” del Boom latinoamericano que excepcionalmente se ha expresado a través de la prensa en las últimas décadas) habla sobre su amigo. Jon Lee Anderson, uno de los mayores cronistas de la actualidad y autor de un extraordinario perfil sobre el escritor, se refiere a la relación del colombiano con el poder. Ofrecemos también diversos enfoques de otros de sus amigos y especialistas de su obra escritos para este número o rescatados de ediciones especiales de este suplemento. Además, una lista de los libros que hay que leer o releer

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12 Abril 2015

Por Carmen Balcells - Para LA GACETA - Barcelona

La muerte, cuando nos toca muy de cerca, deja una impronta en nuestro sistema emocional que ya no se elimina nunca más; y esa impronta es más profunda, más sólida y más imborrable cuando se trata de grandes amores o afectos como una madre, un esposo, un amante o un hermano, aunque la convivencia con ese dolor queda incorporada y casi nunca se olvida.

La poca fama que yo pueda tener no es más que una parte de la proyección de la de García Márquez hacia mi persona por haber trabajado a su lado durante más de cincuenta años. Pero la impronta del dolor ocupa el mismo espacio en mi sistema emocional como podría tenerlo un hermano o mi mamá. Con esa explicación ya le contesto a casi todas sus preguntas, sobre todo la de qué significó la muerte de García Márquez; la respuesta es la pérdida de él, que era todo.

Ocurre además un fenómeno muy peculiar, que la gloria póstuma que García Márquez ha recibido es tan extraordinaria que, en el proceso emocional del dolor, convierte el dolor en bienestar, porque esa ausencia y esa carencia está restaurada, restituida, entronizada, fijada in eternum, como un éxito mundial en el que, sin quererlo, estoy otra vez en esa cola de papel que me lleva girando por el mundo gracias a ese éxito.

(c) LA GACETA

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PERFIL

Carmen Balcells
- Agente literaria de los principales referentes del Boom latinoamericano: García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes y Cortázar, entre otros.


García Márquez Nació en la Argentina

Por Daniel Dessein* - Para LA GACETA - Buenos Aires

Gabo nació en Aracataca, Colombia, en 1927. Gabriel García Márquez, el escritor que revolucionó la literatura en lengua castellana, nació cuatro décadas más tarde, en Buenos Aires, el día en que se publicó Cien años de soledad.

Durante los últimos 15 años entrevisté y conversé con casi todos los que firman las notas de este número. Muchos de ellos fueron ayudantes de parto o testigos privilegiados de ese segundo nacimiento.

Tomás Eloy Martínez es quien mejor ha contado, en un artículo en The New York Times y en distintas notas en este suplemento, la historia del manuscrito que llegó a manos del editor Paco Porrúa, gracias a los billetes que tanto le costó reunir a un endeudado Gabo para pagar el correo. La historia de la transformación de ese manuscrito en 50 millones de ejemplares que mostraron al mundo una América latina sin fronteras entre lo cotidiano y lo mágico, tiene como protagonista al desbordante talento de su creador como así también a la efervescencia cultural del país que primero lo valoró y que lo proyectó más allá de sus fronteras.

No fue casualidad que haya sido Buenos Aires la ciudad en la que la novela del escritor colombiano con cuatro libros anteriores que habían pasado relativamente inadvertidos, agotara edición tras edición, apareciera mezclada con verduras en las bolsas de las compras de mujeres que iban al mercado y convirtiera a su autor en una celebridad.

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Hasta junio de 1967, Gabo era un narrador oculto. En la Argentina, su nombre era conocido por un puñado de escritores, periodistas y lectores de un par de antologías que tenían textos suyos. Su primera novela, La hojarasca, había sido rechazada por Guillermo de Torre, cuñado de Borges y editor de Losada. Uno de esos pocos que había oído hablar de él era Paco Porrúa, director literario de la editorial Sudamericana. En 1966 había publicado un libro, del crítico chileno Luis Harss, que contenía perfiles de escritores latinoamericanos consagrados, promesas y de un desconocido llamado García Márquez, al que el autor había llegado por insistencia de Carlos Fuentes. Eso predispuso a Porrúa a apostar por el colombiano pidiéndole que le mandara, a cambio de un giro de 500 dólares por adelanto de derechos, el manuscrito de una nueva novela. Ya deslumbrado por la primeras páginas, llamó a Tomás Eloy para compartir el descubrimiento. Este último fue quien orquestó el número que pondría al escritor en tapa de Primera Plana, la revista que marcaba tendencia en materia cultural en la Argentina irradiando su influencia sobre el resto de América latina, con un título aparentemente desmesurado para un autor ignoto: “García Márquez - La gran novela de América”. Ese número contenía una entrevista que le había hecho Ernesto Schoo, a fines del año anterior en México, y una crítica de Tomás Eloy sobre Cien años..., la primera integral, ya anunciando su destino canónico. Dos meses después del lanzamiento del libro, que no detendría sus ventas en el país hasta superar los dos millones de ejemplares, García Márquez hizo su única visita a la Argentina. Martínez y Porrúa lo recibieron y constataron, durante su estadía, cómo lo abrazaba la fama para no abandonarlo nunca más.

Buenos Aires era, en los 60, el faro cultural de habla hispana. Allí se habían instalado, huyendo de la Guerra Civil, editores españoles que fundaron o renovaron los sellos más destacados en lengua castellana, como Antonio López Llausás, gerente de Sudamericana. El periodismo local ofrecía títulos innovadores y muchas de las firmas más brillantes en nuestro idioma (en Primera Plana se hablaba antes que nadie, excepto en su país de origen, de Bergman; nacía Mafalda; daban lecciones de periodismo Alsina Thevenet, Soriano, Troiani). Era la ciudad en la que uno podía encontrar a Borges en una esquina, la de Rayuela en las manos de infinitos jóvenes, la del vanguardismo del Di Tella, las innumerables librerías, los cafés en los que se debatían las posiciones de Sartre, la de los admirados índices educativos que décadas más tarde nos encargaríamos de destrozar. Ese fue el terreno fértil en el que Cien años de soledad encontró sus primeros lectores y sus principales difusores.

Carmen Balcells esparciría el fenómeno García Márquez por todos los rincones del mundo, junto a amigos, biógrafos y especialistas, como los que aparecen en estas páginas, tratando de descifrar las claves de  una obra descomunal.

Le pregunté a Jaime García Márquez, mientras nos acercábamos a la casa de Gabo en Cartagena de Indias, por qué creía que su hermano no había querido volver más a la Argentina, después de ese único viaje en el que todo empezó. Me dijo que Gabo asociaba los países con los amigos que vivían ahí. “Desde que Tomás Eloy se exilió, volver a la Argentina dejó de tener sentido”, afirmó. De todos modos no puede volver -agregué-; la Argentina que conoció Gabo ya no existe.

(c) LA GACETA

* Editor de LA GACETA Literaria. Ex becario de la Fundación de García Márquez.

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