“Decidí quemar la boina y enterrar el vestido azul”

La pasante que tuvo un amorío con Clinton revela su vida

LA BECARIA DE LA CASA BLANCA. Su relación con el presidente Bill Clinton se transformó en un escándalo. FOTO DE DAMON WINTER / THE NEW YORK TIMES LA BECARIA DE LA CASA BLANCA. Su relación con el presidente Bill Clinton se transformó en un escándalo. FOTO DE DAMON WINTER / THE NEW YORK TIMES
11 Abril 2015

Jessica Bennet - New York Times

Mónica Lewinsky estaba sentada en un auditorio neoyorquino en febrero, viendo a unas adolescentes actuar en una obra de teatro titulada “Slut” (Zorra). Tenía puesto vaqueros y un bléiser, y el cabello recogido. Se enjugaba las lágrimas. En la escena, una joven estaba sentada en una sala de interrogatorios. Se le había pedido que describiera, en repetidas ocasiones, lo que había sucedido la noche en cuestión -cuando- dijo, se dirigían a una fiesta, un grupo de amigos la habían acorralado en un taxi y la habían atacado sexualmente. Los había denunciado. Ahora lo sabían todos en la escuela; todos habían tomado partido. “Mi vida se hizo añicos por completo”, dijo, con voz temblorosa. Sus padres estaban en el salón contiguo. “Ahora soy esa chica”.

Terminó la obra y Lewinsky buscó un pañuelo desechable en su bolsa, luego una mujer la llevó rápidamente al escenario. “Hola, soy Mónica Lewinsky”, sostuvo, visiblemente nerviosa. “Es posible que algunos de ustedes jóvenes solo me conozcan por la letra de una canción de rap”, desatando risas. “Mónica Lewinsky” es el título de una canción del rapero G.Eazy; su nombre es referencia en docenas de otras más: de Kanye, Beyoncé y Eminem. “Gracias por venir y al hacerlo, se alzan contra el hecho de que las mujeres y muchachas sean el chivo expiatorio sexual”, afirmó.

Cuando, después, se le preguntó que cuál era su reacción ante la obra de teatro, respondió: “Es realmente inspirador escuchar que la gente trae conciencia hacia este problema. La escena en la sala de interrogatorios fue difícil de ver. Una de las cosas que aprendí de los traumas es que cuando te das cuenta de que todo se repite, es útil reconocer cuando las cosas son diferentes”. Mucho es diferente para Lewinsky hoy día, empezando por el hecho de que, hasta el año pasado, apenas si había aparecido en público en una década. Ahora con 41 años, quien fuera pasante en la Casa Blanca, otrora famosamente rechazada por el presidente como “esa mujer”, tiene una maestría en psicología social por la London School of Economics, pero le ha sido difícil encontrar trabajo; se adoptó a una existencia discreta: con meditación y terapia, como voluntaria y viviendo con amistades.

Sin embargo, la tranquilidad terminó en mayo pasado, cuando escribió un ensayo para Vanity Fair sobre las consecuencias de su amorío con el ex presidente de EEUU Bill Clinton. En el ensayo, que quedó finalista para un premio nacional de revistas de 2015, dice que llegó el momento de “quemar la boina y enterrar el vestido azul” y “darle un sentido a mi pasado”. Ese nuevo propósito -escribió- tiene dos aspectos: se trata de reclamar su propia historia -una que pareció metastatizarse-, y ayudar a otras personas a las que hayan humillado en forma similar. “Lo que esto va a costarmepronto lo voy a averiguar”, dijo. Al parecer, no le ha costado y de hecho, ocurrió lo contrario.

En los últimos seis meses, se ha presentado en una beneficencia del Centro Norman Mailer, en una presentación para la diseñadora Rachel Comey, en una cena en la Semana de la Moda en Nueva York, en la fiesta de Vanity Fair Oscar, y, como pareja de su amigo Alan Cumming en una fiesta después de los premios Golden Globes.

Quizá lo más interesante sea que en octubre, en el escenario durante una conferencia de Forbes, habló por primera vez sobre el acoso digital, que ha afectado a todas, desde las blogueras hasta Jennifer Lawrence y hasta ella. Solo llevó la declaración un paso más allá en el escenario de la organización TED en Vancouver, Columbia Británica, el 19 de marzo, donde hizo una crítica cultural mordaz sobre la humillación como mercancía. El título de su charla de 18 minutos, la cual recibió una estrepitosa ovación de pie, es: “The Price of Shame” (El precio de la vergüenza).

No es el primer intento que Lewinsky hace para reivindicarse. Y tampoco es la Lewinsky de hace una década: la que creó una línea de bolsos de mano y probó suerte con la televisión. A los 41 años, no tiene muchas de las cosas que una persona de su edad pudiera querer: una residencia permanente, una fuente de ingresos, un camino claro para una carrera. Ella no llamaría a esto reivindicación, ésta, dice, es, simplemente, la Mónica a la que “vieron muchos, pero que pocos conocieron de verdad”, como lo expresó en el escenario de TED.

Me acerqué a ella después del ensayo en Vanity Fair porque, en parte, me intrigaba, pero también porque sentía algo de culpa. Cumplí la mayoría de edad en la época de Lewinsky. Ninguno de nosotros tenía la madurez para entender las complejidades del poder, del amorío del presidente con una joven pasante. Cuando yo tenía 16 años, una imagen dominante de ella parecía eclipsar a las demás: la de una zorra.

Claro que la pasante de 22 años era solo unos años mayor que yo. Así es que le mandé un correo electrónico. Le dije que me interesaba su esfuerzo por resurgir y que me había fascinado la reacción, como si se estuviese dando una especie de ajuste de cuentas público. Feministas que permanecieron calladas en el primer asalto, la estaban defendiendo con expresiones como “tacharla públicamente de zorra” y “prejuicio mediático” para hacerlo. Me dijo que lo lamentaba de verdad, pero que, simplemente, no podía avanzar con un artículo.

TED buscó a Lewinsky para que hablara en la conferencia, cuyo tema fue “Truth and Dare” (Verdad y desafío), después de que vieron su discurso en Forbes. Kelly Stoetzel, la directora de TED, dijo: “Lo que yo creo que hace interesante esta historia es que la gente podrá ver todas las dimensiones de Mónica, no solo la persona sobre la cual se informó hace 17 años”. Lewinsky pensó a menudo en el precio que le cobró la vergüenza en su vida; en la licenciatura estudió el impacto del trauma en la identidad.

Más adelante, Tyler Clementi, un estudiante de primer año en la Universidad Rutgers, se suicidó después de que su compañero de cuarto lo filmó cuando tenía relaciones íntimas con un hombre. Era 2010 y la madre de Lewinsky estaba fuera de sí, “destrozada por el dolor”, como contó en el escenario, “en una forma que yo no podía comprender del todo”. Al final, señaló que se dio cuenta: para su madre, Clementi representaba a ella. “Revivía 1998”, contó mirando más allá de la multitud. “Reviviendo una época en la que se sentaba en mi cama cada noche; una época en la que hacía que me duchara con la puerta del baño abierta”. En la forma en la que lo cuenta, ella fue “la paciente cero” en el tipo de deshonra por internet que ahora vemos con regularidad. Antes, le había preguntado qué buscaba: me preguntó que si había leído el libro “Brief Interviews With Hideous Men” (Entrevistas breves con hombres monstruosos) por David Foster Wallace. En él, hay un capítulo sobre el sufrimiento y la historia de una chica que sobrevivió a las agresiones. Lo que aguanta la joven es espantoso, pero al pasar por ello, aprende algo sobre sí misma: que puede sobrevivir, sostuvo Mónica. “Eso es parte de aquello con lo que pensé que podría contribuir. Que en el peor momento de alguien, alojado en su subconsciente, podría estar el conocimiento de que había alguien más que era, en ese momento, la persona más humillada del mundo. Y que había sobrevivido”, sostuvo.

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