Ecos tucumanos de la revolución del 90

La caída del presidente Miguel Juárez Celman arrastró al flamante gobernador de Tucumán, Silvano Bores, quien tuvo que dimitir pocos meses después.

LA REVOLUCIÓN DE 1890. Una escena de violento combate callejero, según un dibujo de ese año, obra de Lenz, en “El Sudamericano”. LA REVOLUCIÓN DE 1890. Una escena de violento combate callejero, según un dibujo de ese año, obra de Lenz, en “El Sudamericano”.
En algunas ocasiones, la caída del presidente de la República puede arrastrar al gobernador de una provincia. Es lo que sucedió en Tucumán, en 1890. El 12 de junio de ese año, el Colegio Electoral había nombrado gobernador a Silvano Bores. El nuevo mandatario –activo periodista, ex ministro y ex diputado nacional- era uno de los más entusiastas partidarios del presidente Miguel Juárez Celman. Seguía así la línea de Lídoro J. Quinteros, gobernador que ya terminaba su mandato y del cual Bores había sido eficaz ministro.

A los pocos días, Quinteros resolvió dar por concluida su gestión. Renunció y el electo Bores asumió la magistratura. Pronto pidió licencia (veinte días, luego extendidos a cuarenta y cinco) por razones de salud, y partió a la Capital. Al frente del Ejecutivo, quedó el ministro Zenón J. Santillán.

La revolución del 90
De esa manera, Bores se hallaba en Buenos Aires el 26 de julio, día en que estalló el movimiento armado contra la Presidencia: la famosa “Revolución del 90”, o “Revolución del Parque”, porque se inició en el Parque de Artillería. Como se sabe, la encabezaba la flamante “Unión Cívica” y contaba con el beneplácito del ex presidente Julio Argentino Roca, jefe del Partido Autonomista Nacional y ya definitivamente distanciado de Juárez Celman, su concuñado y sucesor.

El movimiento fue controlado, no sin lucha, por las fuerzas del presidente. Pero este no pudo seguir en el cargo. En el Congreso, el senador Manuel Pizarro sintetizó la realidad con su célebre frase: “La revolución está vencida, pero el gobierno está muerto”.

Días de inquietud
Juárez Celman renunció, su dimisión fue aceptada el 6 de agosto y lo reemplazó el vicepresidente, doctor Carlos Pellegrini, hombre de Roca. Luego de estos graves sucesos, Bores regresó a Tucumán. Estaba justificadamente inquieto por la situación en que lo ponía el retiro de quien lo había tenido como fervoroso sostenedor. Pero confiaba en que la buena relación que mantenía –y mantuvo siempre- con Roca, podía hacerlo superar el trance.

La prensa local atacaba la administración Bores desde varios ángulos, y el gobernador se mantenía en silencio. Pero el 24 de agosto se dispuso a actuar. Es que había recibido –manifestaría- desde Buenos Aires, advertencias respecto a que la Unión Cívica “contrataba hombres para convulsionar la provincia”.

Prisiones y desaire
Ordenó entonces el arresto de los “cívicos” más destacados: el ex gobernador Juan Posse, Eugenio Méndez, Martín y Pedro Berho, Emilio Sal, Alberto Lacavera y Justino Posse. Esto a la vez que acantonaba soldados en los techos de la Catedral, de San Francisco, del Club Social y de varias casas particulares de la ciudad, y colocaba una fuerte guardia en la estación del Central Norte. En suma, un imponente despliegue de milicia que sobresaltó al vecindario. Los comerciantes cerraron, prudentemente, las puertas de sus locales.

No calculaba Bores las repercusiones de su medida. Se la comunicó al presidente Pellegrini, y este lo desautorizó sin eufemismos: “Me sorprende su telegrama. Un ciudadano no puede ser privado de su libertad sino por orden de juez competente para ordenar prisiones. Me es sensible tener que recordar principios tan elementales de gobierno. Debe pues V. E. poner inmediatamente en libertad a los ciudadanos cuya prisión ha ordenado”.

Oposición envalentonada
El helado despacho, que publicaron los diarios, representaba un fuerte desaire hacia el gobernador. Ramón J. Cárcano, en “carta confidencial”, decía a Bores: “acabo de leer el grosero telegrama de Pellegrini, que es un verdadero atropello. Seguramente usted le habrá contestado en el tono que merece, haciéndole sentir que se mezcla en lo que no le corresponde, y que así no se respetan las autonomías provinciales”.

Le aconsejaba: “Haga una conciliación franca y abierta con los liberales, que sea su gobierno de verdadera opinión y manténgase firme contra los federales y todos los que pretenden su renuncia. Pellegrini y Roca no han de avanzar donde encuentren entereza”.

Bores no tuvo más remedio que liberar a los “cívicos” arrestados. Éstos, sintiéndose fuertes, organizaron un gran acto en el teatro Belgrano, el 28 de agosto. Allí se escucharon violentos discursos contra el gobierno. Hubo más discursos en la plaza Independencia, y en la recorrida de una columna de manifestantes por las calles del centro.

La renuncia
Era evidente que la continuación de Bores en el gobierno se hacía cada vez más difícil. Los diarios registraban toda clase de rumores.

Se dijo, inclusive, que el gobernador estaba resuelto a entregar el gobierno al presidente de los “cívicos” tucumanos, doctor Próspero García, con quien “celebraba conferencias secretas”, a cambio de que no produjera cesantías en la administración “juarista”.

Sea de todo esto lo que fuere, el hecho es que el 17 de setiembre el gobernador Silvano Bores presentó su renuncia al Senado. Llevaba fecha del día antes y, hacía notar “El Orden”, estaba escrita “de puño y letra” del ministro Santillán. Expresaba Bores: “bajo del Gobierno para salvar, dentro de la marcha regular de lo que se llaman las nuevas tendencias nacionales, interpretaciones más o menos dudosas respecto a mi acción con gobernante que, recogidas por la prensa de la Capital y oras provincias, pudieran perjudicar el crédito de la Provincia de Tucumán, que estamos interesados en mantener bien alto”.

Más alternativas
Se sucedieron todavía algunas alternativas. La noche del 19 de setiembre, Bores retiró su renuncia del Senado. Al parecer, estaba disconforme con la designación del nuevo presidente de esa Cámara. La prensa “cívica” comentó: “es un cadáver al que sólo le falta enterrarlo… Es el paso más falso que ha podido dar en su triste vida cívica”.

El 2 de octubre, renunciaron los ministros Santillán y Santos J. López: Bores aceptó ambas dimisiones, sin designarles reemplazantes. Al día siguiente, se supo que el gobernador había conferenciado de nuevo con el doctor García; sin duda allí quedó establecido el papel que correspondería al dirigente “cívico” en los próximos acontecimientos.

Se acordó que la renuncia sería presentada ese día 2, a las tres de la tarde. Así ocurrió. Junto con la entrega del documento, Bores convocó a la Asamblea Legislativa para tratarlo, y delegó el gobierno en el titular del Senado, Pedro Alurralde.

La dimisión se acepta
La renuncia de Silvano Bores a la gobernación de Tucumán fue aceptada al día siguiente. Todos los legisladores, salvo dos, votaron en ese sentido. Alurralde convocó para el 15 de ese mes al Colegio Electoral. El cuerpo se reunió ese día y, por unanimidad, los electores votaron para gobernador al doctor Próspero García, quien asumió el día 16. El Partido Autonomista Nacional tenía mayoría absoluta de electores, y el curioso hecho de que ellos hubieran consagrado gobernador a un “cívico”, autorizaría la versión de que existió un pacto previo con Bores.

El ex gobernador no se retiró de la política. Al año siguiente, fundó el periódico “Tucumán”, que se editó desde enero hasta julio. En 1894, fue elegido senador provincial, hasta 1897, y en 1895 presidió la Sociedad Sarmiento. En 1898, volvió al Congreso como diputado nacional por Tucumán, y fue reelegido en 1902, mandato que interrumpiría su fallecimiento.

Toda una personalidad
Silvano Bores falleció en Quilino, Córdoba, el 19 de marzo de 1903. En su tumba, Román F. Torres expresó que “no es un muerto vulgar que llega aquí con el cortejo de herederos testamentarios, ni le acompaña tampoco el formulismo social: lo trae en brazos el prestigio de su talento, que no ha muerto”. Afirmó que “su palabra y su pluma fueron arietes de lucha, de lucha fecunda e inolvidable”. Artista “de la idea y del pensamiento”, lo aquejaban “los abatimientos y las fatigas de los que luchan por lo grande, pero no tenía las cobardías y miserias de los que se rinden y arrastran a los éxitos fáciles”.

Hombre de rostro interesante, frente amplia y ojos rasgados cuya mirada escrutadora subrayaban los anteojos, Bores era toda una personalidad. Acaso la mala salud, las tragedias íntimas y cierta persistente mala suerte (como la que lo encumbró a gobernador justo cuando caía Juárez Celman) impidieron dar su medida a este tucumano. Juan B. Terán lo calificó como “distinguido, profundamente tropical, por el fuego permanente, por la lluvia de luz, por la pasión de la forma de sus escritos y discursos, que lo eran también de su alma”.

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