¿Por qué siempre hay que esperar el desastre para empezar nuevamente una cruzada contra los violentos del fútbol? Me pregunto y pregunto, ¿Por qué?

Si algo le faltaba a nuestro deporte nacional por elección era esto, que un grupo minúsculo destruya lo que para los fanáticos es el clásico que todos deberían ver antes de morir. Incluso, este clásico, el del mamarracho del jueves, el de las bengalas, el de la guerra química, el del drone armado para cargar al rival, está por encima de cualquier duelo barrial de primer nivel, de primer mundo. Resulta doloroso hablar del tema, bochornoso. Argentina estuvo una vez más en el ojo de la tormenta. Ya no se trata ni de Boca ni de River si no de nosotros como país, como sociedad. Pagamos los platos rotos.

Boca saneará las culpas pero quizás no su vergüenza. Su gente también. Es increíble imaginar hasta donde llega el ingenio popular del daño hacia el contrario. Ya no se piensa, se actúa. Se lastima, ese es el propósito. El fútbol, este arte inexplicable, en el que el débil puede con el más grande y el más grande puede con el resto, entró a ser una zona sitiada. Es el lugar donde los malos deciden por el resto. Por los que juegan y por los que no. Y los que juegan, lamanteblemente, colaboran.

Los que deben hacerse cargo de la seguridad, bien gracias. ¿Cómo puede ser que haya habido más de 1.500 uniformados, entre seguridad privada y la Policía Federal, y haya pasado algo así? No se trata solamente del gas pimienta.

Aplausos para el verdadero hincha de Boca, el que se fue en silencio masticando bronca. Repudio para quien vende un buzón de paz, pero incitan al resto del equipo a saludar a los agresores. Castigo para los ineptos. Sanciones para quienes llevan una chapa que brilla en el pecho y engrosa el bolsillo. Sanciones para quienes dicen haber atinado en un operativo cuando el operativo se arruinó en el mismísimo momento en que los ojos de los jugadores de River probaron la pimienta.

Tres cacheos había que pasar antes de llegar a La Bombonera. Y nada, siga la flecha. Total Argentina sangra por la herida culpa de un puñado de decididos a arruinar el show más atrapante, el que todos desean ver antes de morir pero que parece haber fallecido ya.

Comentarios