El Trasmontaña es el mundo que todo biker ama

Diez postales describen el fenómeno deportivo que empujó ayer a miles de ciclistas a adentrarse en el corazón de los cerros tucumanos con el único objetivo de llegar a la meta.

BARRO, BARRO Y MÁS BARRO. Los competidores chocaron y se cayeron a metros de la largada; el lodo fue un ingrediente especial que complicó la competencia. la gaceta / fotos de diego aráoz / florencia zurita BARRO, BARRO Y MÁS BARRO. Los competidores chocaron y se cayeron a metros de la largada; el lodo fue un ingrediente especial que complicó la competencia. la gaceta / fotos de diego aráoz / florencia zurita
1- A Gabriel Aciar, la bicicleta se le rompió cuando promediaba la mitad de la competencia. En el barro de la senda se le empezaron a hundir las ilusiones, el esfuerzo, los sacrificios... En fin, todo lo que implica prepararse para enfrentar la carrera que cualquier biker sueña completar. Fue entonces cuando tomó una decisión límite: dejó la bicicleta y empezó a trotar. Eso le valió los aplausos del público que se había amontonado como buscando un poco de calor en el mediodía gris y helado de La Sala. Es que, de alguna manera, sintetizó la actitud casi heroica que implica enfrentar el cerro año tras año: llegar a la meta es más que cumplir un simple objetivo; es “recibirse” de biker.

2- Si hay algo por lo que el Trasmontaña 2015 será recordado, sin dudas, es por el barro. Las lluvias convirtieron el circuito en un inmenso tobogán que obligó a multiplicar esfuerzos, a modificar estrategias, que causó más de un golpe, pero que también potenció la satisfacción de cruzar la línea de llegada.

3- No importa cuántos Trasmontañas se haya corrido, la tensión que implica la previa de la largada es una moledora de carne que año a año se come los nervios de los competidores. Bromas y carcajadas intentan disimular los temblores, el sudor helado y hasta las ganas de volverse a casa que paraliza a algunos ciclistas (incluso de elite) a metros de la salida. El salteño Fernando Navarro miraba con el ceño fruncido el tobogán de barro en el que se habían transformado los primeros metros de la competencia. “Tengo ocho Trasmontañas encima y los nervios no se van”, renegó.

4- Por más poblada de competidores que esté, la senda es esencialmente solitaria: en ella, el biker se enfrenta con él mismo, con sus decisiones, con sus errores, con sus fortalezas, con sus límites. Pero fuera del circuito propiamente dicho el Trasmontaña es multitudinario. Y, más importante que eso, es familiar. Porque se lo vive con los padres, con los hermanos, con las esposas, con las novias, con los hijos, con los nietos... De hecho, ellos constituyen el equipo de apoyo técnico, logístico, psicológico y anímico que posibilita la hazaña. Distribuidos en puntos estratégicos, acercan las caramañolas con agua, ayudan con alguna reparación de urgencia o simplemente brindan ese aliento tan necesario para seguir pedaleando.

5- “Cada vez que pienso en esta carrera empiezo a transpirar, me pongo mal. Lo único que quiero es que termine, que mi hijo termine bien, que todos terminen bien”. La que habla es la mamá de un biker. Pero no de cualquiera. Es la madre del número 1: Darío Gasco. Con una caramañola en una mano y un binocular en la otra, Silvia pasa inadvertida en la inmensidad marrón de La Sala. Su angustia también la iguala con cualquier otra madre de la competencia. Pero se sobrepone cuando ve aparecer a su hijo. “¡Eh, Gasco! Ahí viene!”, le grita a su esposo y se alista para acercarle agua a Darío.

6- Participar del Trasmontaña cuesta esfuerzo, dedicación y dinero. El cordobés Fabio Mayore, que llegó a Tucumán para acompañar a su hijo, Ignacio, calculó que entre viaje, hospedaje, alimentos y logística para la competencia invirtió cerca de $ 10.000.

7- Ayer, el mundo estuvo en Tucumán. Suena a exageración, pero no lo es. Si el Trasmontaña tiene un mérito más allá del deportivo, es que atrae no sólo a los bikers argentinos, sino también a decenas de deportistas que llegan desde otros países de la región y que se hospedan, se alimentan y dejan su dinero en bolsillos tucumanos. Puede ser un buen puntapié para empezar a pensar el turismo deportivo como una prioridad.

8- En el Trasmontaña se sufre: Matías Carrizo caminaba con dificultad hacia donde se divisaban unos médicos. Su cuerpo estaba cubierto por barro, pero igual se advertía sangre en su pierna derecha. Lo acompañaba Gladys González con el rostro desencajado. “Se cayó y rodó varios metros”, contó ella, mamá de otro competidor. Carrizo fue trasladado en ambulancia a la ciudad.

9- En el Trasmontaña también se festeja con abrazos, gritos y sonrisas que el frío no borra. En el heladísimo Portezuelo no hacía falta ser el ganador de la competencia para celebrar. De hecho, la euforia parecía mayor entre quienes nunca habían tenido expectativas de llegar al podio. Para el 90% de los 3.126 competidores, con cruzar la meta bastaba y sobraba. Básicamente porque eso implica probarse a uno mismo y salir victorioso. Porque es el resultado de vencer las cuestas, el frío, el desgaste, la lluvia y el barro omnipresente. Pero, fundamentalmente, porque significa que si uno alcanza ese objetivo es capaz de lograr (casi) cualquier otra cosa.

10- Parafraseando al múltiple ganador Sebastián Quiroga (le dedicó un libro a la competencia), el Trasmontaña es, en definitiva, un mundo en sí mismo, el mundo que todo biker ama.

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