Un científico obsesionado por alcanzar la verdad

30 Noviembre 2015

Jorge Saltor - Doctor en filosofía - Prof. epistemología

“El señor es sutil. Pero no hace trampas”. La formulación de la Teoría General de la Relatividad explica exactamente el sentido de esta enigmática frase. Su historia moderna comienza con Descartes y la creación de la geometría analítica. Continúa con la célebre tesis de Galileo en su libro “El Ensayador”, donde afirma que la naturaleza está escrita en el lenguaje de las matemáticas. Se prolonga con Newton y su formulación de cálculo diferencial. Y concluye con Einstein, a fines de noviembre de 1915, en una célebre disertación en la Academia Prusiana de Ciencias.

¿Por qué el señor es sutil? Porque utilizó unas matemáticas muy complejas para crear el universo.

¿Por qué no hace trampas? Porque al mismo tiempo dotó al hombre de una inteligencia capaz de descifrar, cuanto menos en parte, las sutilezas de las matemáticas divinas.

La Teoría de la Relatividad Especial (1905) explicó con leyes invariantes el comportamiento de los fenómenos electromagnéticos que acontecen en los campos inerciales. La Teoría de la Relatividad General, luego, amplió el panorama de la física porque sus fórmulas se aplica no sólo al electromagnetismo sino también a los fenómenos gravitatorios. Su validez alcanza no sólo a los movimientos rectilíneos y uniformes, de los que se había ocupado Galileo; sino a todo movimiento concebible. Estableció una equivalencia lógica y fáctica entre materia y energía. Resolvió al menos seis problemas astronómicos que, desde el descubrimiento de Neptuno (1846) habían torturado la mente de los expertos en mecánica celeste.

Búsqueda

Este formidable poder de síntesis hizo que los fenómenos ópticos, magnéticos, eléctricos, dinámicos, mecánicos, acústicos, térmicos, se comprendieran a partir de unas pocas leyes invariantes. Se inició, así, la búsqueda de una teoría unificada de los campos. Tal vez nunca concluya, porque los fenómenos propios del campo de las partículas elementales parecieran obedecer a un grupo de leyes de neto carácter indeterminista. Las ecuaciones de la Relatividad, por el contrario, son causales.

Los esfuerzos de Einstein en favor de un conocimiento más profundo de la naturaleza, así como de la instalación de valores de mayor calidad espiritual en la sociedad (jamás se desentendió de los problemas políticos y predicó siempre en favor de la paz) se resumen en un pasaje de su libro “Sobre el humanismo”: “El público en general puede ser capaz de seguir los detalles de la investigación científica sólo hasta un cierto grado. Pero la ciencia puede ya apuntarse al menos dos importantes victorias: la confianza en que el pensamiento humano es, en ocasiones, verdadero; y la convicción de que la ley natural es universal”.

Las afirmaciones de que es posible alcanzar la verdad y de que es posible que haya conocimientos objetivos universales trazan un parentesco admirable entre Aristóteles y Einstein.

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