Un genio para plantear problemas

30 Noviembre 2015

Santiago Garmendia - Doctor en filosofía (UNT)

Una fuente fascinante de problemas para la filosofía del lenguaje lo constituye la relación entre el lenguaje científico y el lenguaje común. Es innegable que los científicos no pueden arrancarse el lenguaje y las imágenes cotidianas -y todo lo que viene con él- Pero tampoco podemos negar que la cantera de muchos de nuestros términos y conceptos son teorías científicas que con frecuencia desconocemos alegremente. En nuestro país, el que no pase al diván no crea que se salva del psicoanálisis: hablamos de “inconsciente”, de “represiones”, y usamos así tantas expresiones freudianas con impune ignorancia.

Así ocurre con la idea de “relatividad” de Albert Einstein, que muchas veces ha sido usada para prender la llama protagórica. Pero su formulación centenaria no tiene nada de subjetiva, sino al contrario. Como dice Samuel Schkolnik en Tiempo y Sociedad: “No sólo no es pensado (el tiempo) como irreductible a la subjetividad del observador, sino que su dependencia de las relaciones entre el observador se cumple según leyes objetivas y universales…”. Sin embargo la relatividad no dejará de ser utilizada –sin la necesaria referencia- por enamorados y políticos, bandidos, o no, para abonar relativismos.

Por supuesto, Einstein no desconocía el relativismo en los ámbitos humanos, y le sobraba ironía para expresarlo. “Por una aplicación de la teoría de la relatividad al gusto de los lectores, hoy en Alemania soy llamado un hombre alemán de la ciencia y en Inglaterra un judío suizo. Pero si paso a ser representado como una bête noire, las descripciones se van a dar vuelta…” (al London Times)

¿Por qué no nos interesa lo que dice la ciencia más que en tanto corrobore o sacuda nuestros pareceres, quedándonos tantas veces en la sorpresa hueca o en la tranquilidad de una autoridad? ¿Por qué pensamos que la ciencia trae las respuestas a nuestros problemas, y no más y mejores problemas?

Einstein decía pensar en imágenes, que las palabras le eran esquivas. Debe haber pocos físicos más creativos para plantear con exactitud los problemas. “La imaginación es más importante que el conocimiento”, dice en su famosa respuesta de 1929.

Su imagen va a estar siempre sacándonos la lengua, recordándonos que buscar el conocimiento es también dejar de lado las hipocresías. “Por qué es que nadie me entiende, y sin embargo les caigo bien a todos”, se quejaba en 1944 al periodista del New York Times que buscaba la nota complaciente. Admiraba la opinión sincera, como cuando ante el llanto de un bebé que le fue presentado, el genio físico le agradeció su berrinche: “Tú eres la primera persona en años que me ha dicho lo que verdaderamente piensa de mí”.

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