Por Carlos Werner
06 Enero 2016
LOEB. REUTERS
En las dos etapas más parecidas a una prueba del Mundial de Rally que tiene este Dakar 2016, Sébastien Loeb, otrora todopoderoso campeón del WRC, fue amo, señor, rey, un Indiana Jones látigo en mano que dejó entumecidos a sus rivales. En las dos etapas que lo fueron acercando a sus pagos, Kevin Benavides fue dejando atrás su casi anonimato nacional para empezar a probar las mieles del reconocimiento.
Como una letanía, se escuchará por estas horas que falta mucho, que la carrera es larga, que de a poco empieza el verdadero Dakar. Bla, bla, bla. Lo cierto, la verdad más clara, es que Loeb y Benavides ya hicieron historia, sea lo que sea que les suceda hasta el final. Que ya no se hable de sorpresas, mucho menos de fortuna. Ambos lo hicieron porque son muy buenos en lo suyo, y a otra cosa. Célebre uno, de carrera más bien doméstica el otro, a ambos los une ser debutantes dakarianos y ser ganadores de etapa. Talento puro.
Como una letanía, se escuchará por estas horas que falta mucho, que la carrera es larga, que de a poco empieza el verdadero Dakar. Bla, bla, bla. Lo cierto, la verdad más clara, es que Loeb y Benavides ya hicieron historia, sea lo que sea que les suceda hasta el final. Que ya no se hable de sorpresas, mucho menos de fortuna. Ambos lo hicieron porque son muy buenos en lo suyo, y a otra cosa. Célebre uno, de carrera más bien doméstica el otro, a ambos los une ser debutantes dakarianos y ser ganadores de etapa. Talento puro.