18 Septiembre 2016
ESPACIO CONOCIDO. Donna Guy volvió al archivo de LA GACETA, una de sus fuentes de investigación. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.-
Donna Guy llegó por primera vez a Tucumán allá por 1968, cerca de la medianoche, sin conocer a nadie. Una joven estudiante estadounidense en tránsito a una montañosa parcela bien al sur de América. Por esas cosas de la vida se encontró en el viaje con una becaria de Fullbright, a quien esperaba el Dr. Raúl Martínez Moreno. “¿Y usted dónde se va a quedar?”, le preguntó él. “Y... en un hotel”, le dijo Donna, toda inocencia. “Una mujer decente no se queda en un hotel en Tucumán”, sentenció Martínez Moreno, y acto seguido la depositó en el seno de la familia Ramos. Ellos la adoptaron hace 48 años y aquí está Donna, contando la anécdota con una sonrisa en compañía de Olga Ramos (“somos hermanas”, aclaran).
Desde que eligió la historia de la industria azucarera como materia de estudio -y de allí aquella visita iniciática a la provincia-, la vida profesional de Donna Guy quedó ligada con la Argentina. Los temas fueron variando, los viajes se sucedieron y los lazos se estrecharon. En 2010 la UNT le confirió el doctorado Honoris Causa y Edunt reeditó “Política azucarera. Tucumán y la Generación del 80”, aquella tesis que había sido publicada por primera vez en 1981.
“Me pasé tres años tratando de convencer a José María Nougués para que abriera una caja donde guardaba documentos y me los mostrara”, revela Donna. No fue sencilla aquella investigación, a la que se abocó bajo la dirección de James Scobie.
Con un ojo en Estados Unidos, otro en la Argentina, la mente concentrada en el estudio de la historia de América Latina -su especialidad- y buena parte de su corazón en Tucumán, los años fueron pasando para Donna. También los libros e investigaciones.
Esta vez, en su condición de profesora emérita de la universidad de Ohio State, presentará su nuevo trabajo, referido a la construcción del liderazgo carismático construido por Perón y Evita a través de las cartas que les remitían de todo el país. No habrá que hacer esfuerzos para comprenderla, porque su castellano es muy bueno. Y cuando puede, le filtra algún tucumanismo.
- Llegó para investigar por primera vez a fines de los 60. ¿Qué recuerda de aquel Tucumán?
- Eran años duros. Vivíamos en San Martín primera cuadra y cerca estaba la seccional de Policía, era una zona peligrosa. Mientras tanto investigaba en varios archivos -el de la Provincia, el de la Legislatura, el del Lillo-. La gente de la Fotia me contaba sus problemas. En LA GACETA me abrieron las puertas Ramón Leoni Pinto y Carlos Páez de la Torre, que me ayudaron muchísimo.
- ¿Por qué el interés por la Argentina?
- Estudio historia latinoamericana, pero entre todos los países el más difícil de entender me parecía Argentina. Para mí era un desafío. Argentina es un rompecabezas, hay que saber dónde ubicar cada pieza. Tengo una mirada diferente, imparcial, para analizar la historia. Lo aprendí a través del azúcar y eso me facilitó seguir con otros temas.
- ¿Cuál fue el siguiente proyecto entonces?
- Quería seguir con la cuestión de la industria, pero buscando bibliografía en Washington para ayudar a una alumna me interesé por la trata de mujeres judías en Nueva York y Buenos Aires. La chica decidió no avanzar con eso y yo me dije “con esto me voy a ganar la fama”. Bueno, coincidió que justo en ese momento salía un libro sobre el tema (risas). El mío es un estudio interdisciplinario y lo editó Sudamericana con el título “El sexo peligroso”. El libro está agotado pero se lo puede bajar gratis de internet. Cada vez que vengo a la Argentina pasa lo mismo: en Tucumán me hablan del azúcar y en Buenos Aires, de “El sexo peligroso”.
- Y de ahí saltó a la beneficencia...
- Es que la trata de blancas tiene que ver con la salud pública y tiene que ver con el abandono de los niños. Se escribió mucho sobre el abandono y la delincuencia juvenil, pero la voz de esos chicos nunca llegó a los documentos. Por eso decidí escribir sobre la beneficencia, que se ocupaba de cuidarlos, y también sobre las feministas que atendían a las madres pobres (el libro se titula “Las mujeres que construyeron el estado de bienestar: beneficencia y creación de derechos en Argentina”).
- Era inevitable llegar al primer peronismo. ¿Cómo surgió el abordaje de este nuevo libro?
- Mientras investigaba me topé con algunas cartas dirigidas a Eva Perón. Fui al Archivo General de la Nación y encontré 668 cajones llenos de la correspondencia que les enviaban a Perón y a Evita. Se habían salvado, porque al resto lo quemaron después del golpe de 1955. Sumé otras cartas halladas en otros lugares. Para procesar todo este material me faltaba una hipótesis y me decidí por la cuestión del alfabetismo y de la construcción de los lazos carismáticos entre los líderes y el pueblo.
- ¿Cómo era el sistema?
- Por medio de las cartas la gente podía “conversar” con los Perón. En el caso de Eva le escribían muchas mujeres y los temas tenían que ver con la familia, los niños, la salud. Se sabe que ella leía algunas cartas y que se constestaban. Perón no las leía, había creado una Secretaría de Asuntos Técnicos que se encargaba de registrarlas y de analizar los pedidos, que eran amplios: servicios públicos, industrias, diques, puestos de trabajo, hospitales. Fue algo único en el mundo, un presidente que invitaba a todo el mundo a que le escribiera. La construcción de un populismo desde el carisma del líder.
- ¿Y cómo era esa relación del pueblo con Eva Perón?
- Queda claro que sin la figura de Eva todo esa construcción hubiera sido más difícil. Y en las cartas le decían Eva, no Evita. Los mensajes revelan un mundo de emoción y de respeto hacia ella, pero también de necesidades. El libro está traduciéndose en estos momentos, aquí vamos a presentar la edición en inglés.
- Con tantos estudios sobre la Argentina, ¿cuál es su visión sobre nuestro país?
- Me gustan la Argentina y los argentinos. Aquí se come bien (risas)... pero también hay gente que no come. Pienso que la política debe ser más transparente. En Estados Unidos, por lo general los políticos se enriquecen después de ser presidentes, no durante el ejercicio del cargo. Pero bueno, ahora está Trump...
Desde que eligió la historia de la industria azucarera como materia de estudio -y de allí aquella visita iniciática a la provincia-, la vida profesional de Donna Guy quedó ligada con la Argentina. Los temas fueron variando, los viajes se sucedieron y los lazos se estrecharon. En 2010 la UNT le confirió el doctorado Honoris Causa y Edunt reeditó “Política azucarera. Tucumán y la Generación del 80”, aquella tesis que había sido publicada por primera vez en 1981.
“Me pasé tres años tratando de convencer a José María Nougués para que abriera una caja donde guardaba documentos y me los mostrara”, revela Donna. No fue sencilla aquella investigación, a la que se abocó bajo la dirección de James Scobie.
Con un ojo en Estados Unidos, otro en la Argentina, la mente concentrada en el estudio de la historia de América Latina -su especialidad- y buena parte de su corazón en Tucumán, los años fueron pasando para Donna. También los libros e investigaciones.
Esta vez, en su condición de profesora emérita de la universidad de Ohio State, presentará su nuevo trabajo, referido a la construcción del liderazgo carismático construido por Perón y Evita a través de las cartas que les remitían de todo el país. No habrá que hacer esfuerzos para comprenderla, porque su castellano es muy bueno. Y cuando puede, le filtra algún tucumanismo.
- Llegó para investigar por primera vez a fines de los 60. ¿Qué recuerda de aquel Tucumán?
- Eran años duros. Vivíamos en San Martín primera cuadra y cerca estaba la seccional de Policía, era una zona peligrosa. Mientras tanto investigaba en varios archivos -el de la Provincia, el de la Legislatura, el del Lillo-. La gente de la Fotia me contaba sus problemas. En LA GACETA me abrieron las puertas Ramón Leoni Pinto y Carlos Páez de la Torre, que me ayudaron muchísimo.
- ¿Por qué el interés por la Argentina?
- Estudio historia latinoamericana, pero entre todos los países el más difícil de entender me parecía Argentina. Para mí era un desafío. Argentina es un rompecabezas, hay que saber dónde ubicar cada pieza. Tengo una mirada diferente, imparcial, para analizar la historia. Lo aprendí a través del azúcar y eso me facilitó seguir con otros temas.
- ¿Cuál fue el siguiente proyecto entonces?
- Quería seguir con la cuestión de la industria, pero buscando bibliografía en Washington para ayudar a una alumna me interesé por la trata de mujeres judías en Nueva York y Buenos Aires. La chica decidió no avanzar con eso y yo me dije “con esto me voy a ganar la fama”. Bueno, coincidió que justo en ese momento salía un libro sobre el tema (risas). El mío es un estudio interdisciplinario y lo editó Sudamericana con el título “El sexo peligroso”. El libro está agotado pero se lo puede bajar gratis de internet. Cada vez que vengo a la Argentina pasa lo mismo: en Tucumán me hablan del azúcar y en Buenos Aires, de “El sexo peligroso”.
- Y de ahí saltó a la beneficencia...
- Es que la trata de blancas tiene que ver con la salud pública y tiene que ver con el abandono de los niños. Se escribió mucho sobre el abandono y la delincuencia juvenil, pero la voz de esos chicos nunca llegó a los documentos. Por eso decidí escribir sobre la beneficencia, que se ocupaba de cuidarlos, y también sobre las feministas que atendían a las madres pobres (el libro se titula “Las mujeres que construyeron el estado de bienestar: beneficencia y creación de derechos en Argentina”).
- Era inevitable llegar al primer peronismo. ¿Cómo surgió el abordaje de este nuevo libro?
- Mientras investigaba me topé con algunas cartas dirigidas a Eva Perón. Fui al Archivo General de la Nación y encontré 668 cajones llenos de la correspondencia que les enviaban a Perón y a Evita. Se habían salvado, porque al resto lo quemaron después del golpe de 1955. Sumé otras cartas halladas en otros lugares. Para procesar todo este material me faltaba una hipótesis y me decidí por la cuestión del alfabetismo y de la construcción de los lazos carismáticos entre los líderes y el pueblo.
- ¿Cómo era el sistema?
- Por medio de las cartas la gente podía “conversar” con los Perón. En el caso de Eva le escribían muchas mujeres y los temas tenían que ver con la familia, los niños, la salud. Se sabe que ella leía algunas cartas y que se constestaban. Perón no las leía, había creado una Secretaría de Asuntos Técnicos que se encargaba de registrarlas y de analizar los pedidos, que eran amplios: servicios públicos, industrias, diques, puestos de trabajo, hospitales. Fue algo único en el mundo, un presidente que invitaba a todo el mundo a que le escribiera. La construcción de un populismo desde el carisma del líder.
- ¿Y cómo era esa relación del pueblo con Eva Perón?
- Queda claro que sin la figura de Eva todo esa construcción hubiera sido más difícil. Y en las cartas le decían Eva, no Evita. Los mensajes revelan un mundo de emoción y de respeto hacia ella, pero también de necesidades. El libro está traduciéndose en estos momentos, aquí vamos a presentar la edición en inglés.
- Con tantos estudios sobre la Argentina, ¿cuál es su visión sobre nuestro país?
- Me gustan la Argentina y los argentinos. Aquí se come bien (risas)... pero también hay gente que no come. Pienso que la política debe ser más transparente. En Estados Unidos, por lo general los políticos se enriquecen después de ser presidentes, no durante el ejercicio del cargo. Pero bueno, ahora está Trump...
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