Por LA GACETA
12 Noviembre 2016
Es un acontecimiento inevitable. Hay acciones de la naturaleza que suceden en forma inesperada, como un temblor o un terremoto, poco o nada se puede hacer en el momento que se producen. Cualquiera puede ser víctima de las circunstancias y el dolor que causa en quienes la rodean puede ser insoportable. Ayer, la comunidad se conmovió con la muerte de un niño de cinco años en Yerba Buena.
Un añoso eucalipto, que se hallaba en una propiedad privada, se desplomó sobre un transporte escolar y una moto en calle Solano Vera al 1.000, de esa ciudad, ocasionando el deceso. Las otras dos personas fueron llevadas al hospital Padilla con múltiples traumatismos. El accidente ocurrió a las 8.30; hacía pocos minutos que el chofer de la combi había recogido al niño para ir llevarlo al jardín.
La caída de los árboles ocurre con alguna frecuencia cuando se producen temporales. El 9 de octubre pasado, en Cariola y Camino del Perú, de Yerba Buena un ejemplar de gran tamaño cayó sobre un auto en el que iban dos personas, afortunadamente produjo sólo daños materiales. Hace pocos días en San Miguel de Tucumán, una rama cayó sobre un auto en 25 de Mayo al 100, frente a la Caja Popular de Ahorros. Algo similar ocurrió el 9 de marzo, en Rondeau al 500, ocasión en que resultó dañado un camión repartidor de bebidas.
En enero de 2012, se registró un vendaval, cuyas ráfagas alcanzaron los 60 km/h. De acuerdo con un relevamiento municipal, sólo en el centro y en las principales avenidas de la ciudad, cayeron 32 árboles. Un episodio similar se había producido en la tormenta del 22 de diciembre de 2011, donde la mayor cantidad de víctimas arbóreas se registró en Yerba Buena. En enero de 2011, 60 árboles cayeron en San Miguel de Tucumán, 30 solamente en el parque 9 de Julio. A comienzos de noviembre de 2013, fuertes vientos y una tormenta, derribaron más de 30 árboles en Yerba Buena. A fines de ese mes, las ráfagas voltearon alrededor de 45 en San Miguel de Tucumán, mientras que el 31 de diciembre cayeron 40 en Simoca y en enero de 2015, 21 más.
Algunas de las causas por las que caen los árboles, se debe a que son muy viejos y han cumplido su ciclo de vida o se hallan en mal estado. “En el caso de Yerba Buena, el arbolado de la avenida Aconquija está integrado por tarcos y lapachos de más de 70 años y que bien podrían comenzar a ser reemplazados”, dijo un docente de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT en enero de 2014. El catedrático dijo entonces que se debía destinar más recursos al cuidado de los espacios verdes.
Hay acciones que podrían realizarse para morigerar los efectos de estas situaciones accidentales, como comenzar con el diseño una política específica sobre el arbolado público, que primeramente educara al ciudadano sobre qué ejemplares plantar en su vivienda, que sea necesario un permiso de la autoridad para instalar uno en la vereda. Podría encararse en cada ciudad un censo para saber cuántos árboles tienen, verificar la edad de cada ejemplar, la altura, su estado fitosanitario; realizar un control permanente de las plagas. Sería interesante saber, por ejemplo, si los enormes eucaliptos de Marco Avellaneda y Santiago del Estero o los árboles centenarios de la ciudad se hallan en buen estado o podrían podarse aquellos árboles cuyas ramas fueran una amenaza de peligro.
No se puede responsabilizar a quienes plantaron el eucalipto hace un siglo cuando Yerba Buena no imaginaba convertirse en ciudad. Se trata de una tragedia propia de la fatalidad, “Lo que ha de suceder, sucederá”, afirmaba el poeta Virgilio, pero si algo hacemos para enfrentar lo imprevisto, tal vez podamos salvar vidas.
Un añoso eucalipto, que se hallaba en una propiedad privada, se desplomó sobre un transporte escolar y una moto en calle Solano Vera al 1.000, de esa ciudad, ocasionando el deceso. Las otras dos personas fueron llevadas al hospital Padilla con múltiples traumatismos. El accidente ocurrió a las 8.30; hacía pocos minutos que el chofer de la combi había recogido al niño para ir llevarlo al jardín.
La caída de los árboles ocurre con alguna frecuencia cuando se producen temporales. El 9 de octubre pasado, en Cariola y Camino del Perú, de Yerba Buena un ejemplar de gran tamaño cayó sobre un auto en el que iban dos personas, afortunadamente produjo sólo daños materiales. Hace pocos días en San Miguel de Tucumán, una rama cayó sobre un auto en 25 de Mayo al 100, frente a la Caja Popular de Ahorros. Algo similar ocurrió el 9 de marzo, en Rondeau al 500, ocasión en que resultó dañado un camión repartidor de bebidas.
En enero de 2012, se registró un vendaval, cuyas ráfagas alcanzaron los 60 km/h. De acuerdo con un relevamiento municipal, sólo en el centro y en las principales avenidas de la ciudad, cayeron 32 árboles. Un episodio similar se había producido en la tormenta del 22 de diciembre de 2011, donde la mayor cantidad de víctimas arbóreas se registró en Yerba Buena. En enero de 2011, 60 árboles cayeron en San Miguel de Tucumán, 30 solamente en el parque 9 de Julio. A comienzos de noviembre de 2013, fuertes vientos y una tormenta, derribaron más de 30 árboles en Yerba Buena. A fines de ese mes, las ráfagas voltearon alrededor de 45 en San Miguel de Tucumán, mientras que el 31 de diciembre cayeron 40 en Simoca y en enero de 2015, 21 más.
Algunas de las causas por las que caen los árboles, se debe a que son muy viejos y han cumplido su ciclo de vida o se hallan en mal estado. “En el caso de Yerba Buena, el arbolado de la avenida Aconquija está integrado por tarcos y lapachos de más de 70 años y que bien podrían comenzar a ser reemplazados”, dijo un docente de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT en enero de 2014. El catedrático dijo entonces que se debía destinar más recursos al cuidado de los espacios verdes.
Hay acciones que podrían realizarse para morigerar los efectos de estas situaciones accidentales, como comenzar con el diseño una política específica sobre el arbolado público, que primeramente educara al ciudadano sobre qué ejemplares plantar en su vivienda, que sea necesario un permiso de la autoridad para instalar uno en la vereda. Podría encararse en cada ciudad un censo para saber cuántos árboles tienen, verificar la edad de cada ejemplar, la altura, su estado fitosanitario; realizar un control permanente de las plagas. Sería interesante saber, por ejemplo, si los enormes eucaliptos de Marco Avellaneda y Santiago del Estero o los árboles centenarios de la ciudad se hallan en buen estado o podrían podarse aquellos árboles cuyas ramas fueran una amenaza de peligro.
No se puede responsabilizar a quienes plantaron el eucalipto hace un siglo cuando Yerba Buena no imaginaba convertirse en ciudad. Se trata de una tragedia propia de la fatalidad, “Lo que ha de suceder, sucederá”, afirmaba el poeta Virgilio, pero si algo hacemos para enfrentar lo imprevisto, tal vez podamos salvar vidas.