Por Federico Türpe
29 Diciembre 2016
EL GRAN ICONO DE 2016. Un monumento austero pero que en líneas generales cumple con sus objetivos. la gaceta / foto de jorge olmos sgrosso
El peso de la historia se impuso en 2016. Patriotas, antipatriotas, sentimentales, escépticos, tradicionalistas, extranjeros... Todos, sin excepción, este año fueron atravesados por ese grito emancipador de hace dos siglos.
En algunos casos, hasta pareció que desde afuera nos empujaron a celebrar más, a rememorar más, a valorarnos más como coguardianes de un hecho fundacional para la República Argentina.
Este empuje foráneo llegó de la mano de miles de visitantes que en el transcurso del año asistieron a congresos, talleres, actos y celebraciones, espectáculos artísticos y deportivos, entre otras actividades, algunas de las cuales se realizaron por primera vez en Tucumán, como la sesión especial del Congreso de la Nación.
Nos vimos obligados a hermosear teatros y salas, edificios públicos, museos, plazas, calles y avenidas. El presupuesto no dio para mucho más. Quedó el Monumento al Bicentenario, erguido en un lugar estratégico, austero y sin demasiadas pretensiones, pero que en líneas generales cumple con su objetivo. Algún día podría reemplazarse por otro de una envergadura más relevante.
En la columna del haber reconocemos el trabajo mancomunado en los distintos acontecimientos entre la provincia, los municipios y la Universidad Nacional de Tucumán. Hubo algunas desprolijidades y mezquindades, pero en general primaron la cooperación y la humildad. Entendimos que lo importante eran los resultados y que si estos tenían un saldo positivo nos beneficiábamos todos. Bien.
La columna del debe muestra demasiadas cuentas pendientes, algunas preocupantes. Los accesos a la quinta ciudad más importante del país siguen siendo una foto de presentación desmotivante para cualquiera que llega, visitante o posible inversor. Nuestros ingresos corren a la gente y es evidente que no encontramos la fórmula para resolver este problema.
Otra deuda cada vez más dramática es el transporte público y el tránsito. Con más de un millón de habitantes, al Gran Tucumán le sobra escala para buscar alternativas a los deficitarios colectivos y taxis. Metrobuses, trolebuses, trenes urbanos, nuevas avenidas, más peatonales, bicisendas y más espacios verdes son algunas de las muchas opciones que al menos deben estar sobre la mesa de debate en 2017. Insistir en la dirección contraria, es decir la actual, es empeñar el futuro de nuestros hijos y condenarlos a una urbe tóxica, inviable, expulsadora y de muy baja calidad de vida.
Ya sin los fuegos artificiales del Bicentenario, las autoridades deben imaginar al 2017 como una nueva oportunidad para seguir haciendo historia.
Atlético Tucumán y San Martín disputando categorías importantes son una marquesina bien luminosa que debe aprovecharse al máximo. Un nuevo estadio de nivel internacional debería encabezar las agendas.
El centro cívico que proyectará César Pelli es otra gran apuesta para ubicar a 2017 en el casillero de las oportunidades y empezar a pensar Tucumán con un plan estratégico urbanístico a largo plazo y abandonar definitivamente el cortoplacismo mezquino, secuestrado por los negociados políticos y por la medioicridad que se limita al pago de sueldos.
De concretarse el aterrizaje de Avianca, Tucumán se convertirá en un importante nudo de conexión internacional. Otra gran oportunidad. Por ahora, ni siquiera el acceso al aeropuerto está a la altura de las expectativas.
El envión que deja 2016 debería aprovecharse como una gran oportunidad para pensar esta metrópolis en grande, unidos y coordinados. No sólo en los distintos niveles de la administración pública, sino con la colaboración del sector privado, también en deuda con una provincia y una ciudad que les ha permitido enriquecerse. Los problemas son muchos, pero en el balance de las ideas, son bastante menos que las soluciones.
En algunos casos, hasta pareció que desde afuera nos empujaron a celebrar más, a rememorar más, a valorarnos más como coguardianes de un hecho fundacional para la República Argentina.
Este empuje foráneo llegó de la mano de miles de visitantes que en el transcurso del año asistieron a congresos, talleres, actos y celebraciones, espectáculos artísticos y deportivos, entre otras actividades, algunas de las cuales se realizaron por primera vez en Tucumán, como la sesión especial del Congreso de la Nación.
Nos vimos obligados a hermosear teatros y salas, edificios públicos, museos, plazas, calles y avenidas. El presupuesto no dio para mucho más. Quedó el Monumento al Bicentenario, erguido en un lugar estratégico, austero y sin demasiadas pretensiones, pero que en líneas generales cumple con su objetivo. Algún día podría reemplazarse por otro de una envergadura más relevante.
En la columna del haber reconocemos el trabajo mancomunado en los distintos acontecimientos entre la provincia, los municipios y la Universidad Nacional de Tucumán. Hubo algunas desprolijidades y mezquindades, pero en general primaron la cooperación y la humildad. Entendimos que lo importante eran los resultados y que si estos tenían un saldo positivo nos beneficiábamos todos. Bien.
La columna del debe muestra demasiadas cuentas pendientes, algunas preocupantes. Los accesos a la quinta ciudad más importante del país siguen siendo una foto de presentación desmotivante para cualquiera que llega, visitante o posible inversor. Nuestros ingresos corren a la gente y es evidente que no encontramos la fórmula para resolver este problema.
Otra deuda cada vez más dramática es el transporte público y el tránsito. Con más de un millón de habitantes, al Gran Tucumán le sobra escala para buscar alternativas a los deficitarios colectivos y taxis. Metrobuses, trolebuses, trenes urbanos, nuevas avenidas, más peatonales, bicisendas y más espacios verdes son algunas de las muchas opciones que al menos deben estar sobre la mesa de debate en 2017. Insistir en la dirección contraria, es decir la actual, es empeñar el futuro de nuestros hijos y condenarlos a una urbe tóxica, inviable, expulsadora y de muy baja calidad de vida.
Ya sin los fuegos artificiales del Bicentenario, las autoridades deben imaginar al 2017 como una nueva oportunidad para seguir haciendo historia.
Atlético Tucumán y San Martín disputando categorías importantes son una marquesina bien luminosa que debe aprovecharse al máximo. Un nuevo estadio de nivel internacional debería encabezar las agendas.
El centro cívico que proyectará César Pelli es otra gran apuesta para ubicar a 2017 en el casillero de las oportunidades y empezar a pensar Tucumán con un plan estratégico urbanístico a largo plazo y abandonar definitivamente el cortoplacismo mezquino, secuestrado por los negociados políticos y por la medioicridad que se limita al pago de sueldos.
De concretarse el aterrizaje de Avianca, Tucumán se convertirá en un importante nudo de conexión internacional. Otra gran oportunidad. Por ahora, ni siquiera el acceso al aeropuerto está a la altura de las expectativas.
El envión que deja 2016 debería aprovecharse como una gran oportunidad para pensar esta metrópolis en grande, unidos y coordinados. No sólo en los distintos niveles de la administración pública, sino con la colaboración del sector privado, también en deuda con una provincia y una ciudad que les ha permitido enriquecerse. Los problemas son muchos, pero en el balance de las ideas, son bastante menos que las soluciones.
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