Un motín en la cárcel de Villa Urquiza

El motín en la cárcel de Villa Urquiza ocurrido el lunes ha reavivado el debate acerca de las condiciones en que afrontan su condena los convictos. También puede ser un motivo para considerar el actual sistema carcelario cumple con su objetivo. Alrededor de las 23 del lunes pasado, cuando se produjo un corte de energía en el barrio donde está enclavada la prisión, los reclusos quemaron colchones en la Unidad 2, donde se alojan 300 presos, fueron alrededor de 60 los revoltosos, según la Policía. Hubo cinco heridos (cuatro guardiacárceles y un recluso). La rebelión cesó alrededor de la 1 del martes, cuando volvió la luz.

Los carceleros solicitaron apoyo a la Policía y lograron sofocar la revuelta. El lesionado de mayor consideración, pero no de gravedad- fue un convicto de la Unidad 2, que recibió un corte en la cabeza y fue llevado al Centro de Salud para ser atendido.

Llama la atención que un corte de luz pueda dejar a oscuras una prisión, que al parecer, no contaría con un grupo electrógeno. Esa circunstancia podría ser aprovechada por los reclusos, por ejemplo, para fugarse. ¿Cómo mantener la seguridad en medio de la oscuridad en el mismo penal?

El titular de la comisión de Derechos Humanos de la Legislatura afirmó que el Gobierno provincial está en mora en lo que se refiere al cumplimiento de la orden de la Corte Suprema para evitar que los presos sean alojados por largos períodos en las comisarías. “Hay mucho por mejorar a fin de que se los prepare para la reinserción a los detenidos”, dijo. Recordó que en junio de 2015, la Corte Suprema hizo lugar el habeas corpus presentado por dos fiscales para que no hubiera más detenidos en lugares que no se hallaran en condiciones de alojarlos. El máximo tribunal fijó plazos en esa ocasión para que los presos fueran sacados de las comisarías y trasladados a establecimientos del servicio penitenciario. Además, dispuso que el personal de esta última dependencia se ocupara de la custodia de los detenidos en dependencias policiales.

Algunas finalidades de las prisiones son proteger a la sociedad de individuos peligrosos; disuadir a quienes pretenden cometer actos contrarios a la ley, reeducar al detenido para que, tras el cumplimiento de la condena, pueda reinsertarse en la sociedad, y evitar que los acusados puedan escaparse de la prisión. Una persona que delinque, viola o mata, tiene problemas psicológicos serios que le impiden adaptarse socialmente. La pérdida de la libertad es uno de los castigos más terribles que puede padecer un ser humano. Se supone que durante el período de encierro que dure la expiación, el recluso será ayudado en lo que a salud mental se refiere para luego readaptarse en la sociedad.

A fines de 2015, se informó que sólo 107 de los 1.152 reclusos trabajaban en talleres. Si no se los estimula y se obliga a todos a que concluyan sus estudios, a trabajar y a practicar deportes, si no reciben tratamiento psicológico sostenido durante su encierro, difícilmente puedan reincorporarse a la sociedad sin volver a reincidir en el delito. Se debería diseñar una política carcelaria que surgiera de los aportes de las áreas de salud, educación, deporte, cultura, justicia, seguridad. En caso contrario, probablemente el popular refrán seguirá conservando vigencia: “En el patio de la cárcel hay escrito con carbón: ‘aquí el bueno se hace malo y el malo se hace peor’”.

Comentarios