Nada más injusto que morir en combate con apenas 16 años

El relato de doña Berta, la madre que nada olvida.

TODO BIEN GUARDADO. Una carta, algunas fotos, la medalla y la tapa de LA GACETA que dio cuenta del episodio.  la gaceta / fotos de adrián lugones TODO BIEN GUARDADO. Una carta, algunas fotos, la medalla y la tapa de LA GACETA que dio cuenta del episodio. la gaceta / fotos de adrián lugones
El césped, al ras, brilla al sol; los helechos serrucho cuelgan como enormes plumeros verdes; los pisos, impecables, encerados. Pero nada enmascara la profunda tristeza que de marzo a mayo, cada año, envuelve la casa de Berta Valdez, en Banda del Río Salí.

Los ojos húmedos, pero contenidos; el relato lineal, casi susurrado, Berta (74 años) asombra con su precisión. Desde fechas, horas y sensaciones hasta frases que ella ha elegido congelar, textuales, 35 años después del hundimiento del Crucero Ara General Belgrano. Así, con nombre completo, llama al buque que se llevó a su hijo, Ángel Ricardo Juárez.

La mesa se va llenando de cartas, fotos, recortes amarillentos de revistas y de diarios que van trayendo las hermanas, Raquel y Mabel.

“’Yo me quiero ir Berta; aquí no hay futuro para mí; quiero hacer otra cosa’, me dijo mi hijo, que me llamaba Berta a mí y ‘Mamita’ a su abuela. Decidió rendir las tres materias en la Delegación Naval de Tucumán para entrar en la Escuela de Mecánica de la Armada. Tenía 15 años, había cursado primer año del secundario en Ranchillos y quería dejar de cosechar caña con el tractor. El padre, Ángel Juárez (que todavía vive en el campo, en La Favorina) lo autorizó.

El comienzo

“Era difícil para todos porque era muy chico. El 31 de enero del 82 lo incorporaron. Habían entrado 130 aspirantes. A los pocos días muchos pidieron la baja y quedaron poquitos. No aguantaron las exigencias. ‘Aquí es todo por horarios, a mí me encanta. Vos no te preocupés porque yo ya me he acostumbrado. A uno lo tratan con mucho rigor, pero yo lo estoy aguantando, así que voy a seguir. El primer día nos entregan una bolsa, un equipo. Teníamos que bañarnos, cenar e ir a dormir temprano. Al otro día a las cinco ya estábamos en pie’”.

“En un año se recibió de marinero. En enero del 82 lo mandan al Belgrano: ‘Berta: nos están por trasladar por cuatro años’”.

El marinero

“Dos veces le dieron franco. La primera llegó calladito. Yo, de espaldas a la puerta. ‘Bueno, aquí estoy, como vos me querías ver’. Por primera vez estaba de uniforme. En marzo fue la segunda vez, cuatro días nada más. Cuando ya se tenía que ir lo vi triste. ‘Berta, quiero que vos me acompañés porque si ahora no vas conmigo no vas a ir nunca a Buenos Aires’. A él le daban el boleto de tren. Cuando pasamos el límite de Tucumán, lloró. ‘¿Qué vas a hacer vos si me pasa algo?’, me preguntó”.

“Para mí que él ya sabía. Para mí que los habían mandado a despedirse de los padres. ¿Qué, va haber guerra hijo?, le pregunté. ‘¡No! Pero vos sabés que hay problemas’. Si te llega a pasar algo yo me muero, le dije. Se recostó en mi hombro. ‘No, no tenés que pensar eso; vos pedile a Dios porque nosotros sólo salimos en navegación’”.

Me separé de él en Buenos Aires porque partió a embarcar en Bahía Blanca. Ya no lo vi más.

El 8 de abril, el día que cumplía 16 años, me escribe: ‘he pasado un día muy triste en mi cumpleaños porque estuve solito, sentado en el bar’”.

La noticia

“Volví a Tucumán muy triste. Yo andaba sola; cada día, durante trece días, caminaba tres kilómetros de La Favorina (Ranchillos) a la ruta para tomar el ómnibus y venir a la Delegación Naval en busca de noticias. Un día me fui a la iglesia La Merced a pedirle a la Virgen. Una chica me avisó que me citaban en la Delegación. Era el 13 de mayo del 82 a las cinco de la tarde. Ya tenían la noticia. Cuando llego, no aparecía nadie. Tomo asiento y no se animaban a decirme nada; había un montón de marinos. Finalmente me dicen que no habían rescatado a Ángel Ricardo Juárez y que presumían su fallecimiento”.

“No creía, pero no derramé ni una lágrima porque había quedado destrozada. No quería volver a la casa. Fui a avisarle a mi hija, en el Colegio Las Esclavas. La rectora del colegio, una delegación y los vecinos llenaron la casa. Pero yo no quería ver a nadie. No podía ni caminar. Estuve un mes en cama”.

“Pasaron muchísimos años y no le quería hacer misa. Estaba enojada con Dios porque el 26 de abril él escribe una carta donde me vuelve a decir que le pida a Dios que no le pase nada”, dice Berta. Y sigue el monólogo: “él quería que yo estuviera bien. Decía que en dos años en la Marina le darían préstamos y que me compraría una casa en la ciudad para que me viniera del campo. Por eso se fue”.

El mar

“Él nunca había estado en el mar, pero estaba ilusionado. En el 94 nos invitan al viaje al lugar del hundimiento, donde estaría su cuerpo. El padre me dijo: ‘ni loco. Yo si llego a subir en un barco me muero’. ‘Sí, te hace falta -me dijo el neurólogo-. Te vas a aliviar un poco, pero en las espaldas vas a llevar siempre ese peso”.

“Para empezar, yo nunca había viajado en avión. En Buenos Aires nos esperaba una comitiva de la Marina. Nos llevan a un hotel; al otro día, vuelo a Río Grande. Al llegar allá ¡un viento tremendo! Teníamos que estar el 2 de mayo en el mar. Yo, de guantes y botas que nos compraron ellos. Tengo la foto de un monumento de ocho metros con los nombres de los caídos, en Ushuaia. Al ver su nombre recién pude llorar. Fue muy fuerte”.

El héroe

“Yo lo considero un héroe, pero nadie lo reconoce. El Gobierno no le da importancia. El 2 de mayo no hacen ningún homenaje, sólo el 2 de abril. El 2 de mayo, a las cuatro de la tarde, yo estaba escuchando la radio en La Favorina cuando dijeron: ‘torpedearon el Crucero Ara General Belgrano. No se sabe si hay desaparecidos’.

Eso fue el 2. El 13 me entregaron la carta. Y no lo he visto más”.

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