Tomar un subte en Rusia es entrar en un palacio subterráneo
El 25 de octubre de 1917 del calendario juliano sucedió la gran revolución del siglo XX. LA GACETA repasa este hito mediante una serie de publicaciones elaboradas donde ocurrieron los hechos. En la edición de ayer presentamos ejemplos de la cartelería forjada al calor de la insurrección bolchevique. Mañana: una entrevista con Pilar Bonet, la prestigiosa corresponsal española. Hoy nos introducimos en el Metro de Moscú, legado monumental de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Este orden se extinguió en 1991 hundido por el peso de siete décadas de fracasos. Pero el paso de un sistema a otro no sucedió, en los hechos, con el vértigo del Octubre Rojo. Y los vestigios del comunismo todavía son visibles en la Federación Rusa del presente, como lo acredita el sistema de transporte bajo tierra que deslumbra por su elegancia y majestuosidad.
La vida bajo tierra suele aludir a la peor vida posible, si no directamente a la muerte. Esa lógica no se verifica en el Metro de Moscú, donde el subterráneo presenta las características de un palacio. Este tendido con 206 estaciones dispuestas a lo largo de 340 kilómetros de vías reúne las virtudes de este tipo de transporte público y las ambiciones elevadas del régimen comunista que lo inició.
Esas aspiraciones crearon el mejor mundo concebible en aquellas época y circunstancias. Fue una idea revolucionaria en función de los sistemas de subterráneos existentes, entre ellos, el Tube pionero de Londres (1863); el Métropolitain parisino (1900); el Subway de Nueva York (1904) y el Subte porteño (1913). La construcción de la red soviética empezó en los años 30: los bolcheviques habían afianzado el poder conquistado en el Octubre Rojo y se proponían la expansión del programa marxista-leninista. Con esas premisas como telón de fondo, el Metro de Moscú debía cumplir las funciones prácticas esperadas y, además, ser bello.
Giros palaciegos
Las galerías atestadas de la estación Komsomolskaya (Konsomol se denominaba la organización de jóvenes del Partido Comunista) tranquilamente podrían pertenecer al Teatro Colón. Distribuidores generosos llevan a un recinto amarillo pálido con techos abovedados, arañas, bajorrelieves, mosaicos decorativos, y columnas y paredes revestidas de mármol. Este salón de bronces relucientes tranquilamente podría haber albergado una de las fiestas memorables que daban los autócratas Romanov, pero fue edificado para la mayor gloria del proletariado. La opulencia del zarismo opresor pasó así, triunfo de la Revolución mediante, al pueblo oprimido.
Llega el tren del socialismo
La red del Metro de Moscú consta de 14 líneas identificadas con colores: una de ellas forma el anillo central que las conecta a todas. El sistema en ampliación permanente nació con 13 estaciones levantadas -o más bien excavadas- durante la fase de máximo poder de Stalin. En el proyecto colaboraron ingenieros británicos entrenados en la construcción del Underground (o Tube). La apertura del Metro acaeció el 15 de mayo de 1935. El acontecimiento fue celebrado como una victoria palpable del socialismo: en él convergían un futuro prometido que estaba llegando del mismo modo que la formación estaba llegando a su plataforma, pero también la exaltación de la cosmovisión que había llevado a Lenin al Kremlin.
Las estaciones más antiguas contienen la mayor carga propagandística. Stalin no dejó ningún detalle suelto, como lo demuestran las estatuas de Plóshchad Revolutsii: prototipos idealizados de hombres y mujeres comunistas todavía vigilan, con sus ojos ausentes, el tránsito de los hombres y mujeres de carne y hueso.
El paradigma del campo
Tanta exaltación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) terminó generando una atracción turística, con rutas sugeridas y carteles indicadores para selfies. El paseo de unos se encuentra con el traslado obligado de otros, pero todo el movimiento se desarrolla, gracias a las dimensiones generosas de los espacios, sin roces ni amontonamientos desagradables. Así, mientras unos suben o bajan del tren en Prospekt Mira, otros contemplan los frisos que homenajean la botánica. Flores de mármol con marcos dorados conviven con candelabros solemnes y una serie artística inspirada en el desarrollo de la agricultura durante la URSS, que, como se sabe, colectivizó las granjas y persiguió a los kulaks (o productores). La campaña represiva en el campo dio pie a la invención de un término específico: la deskulakización.
Mensaje pasajero
Uno de los corredores de la estación Belorusskaya desemboca en el tributo a los Milicianos de Bielorrusia que resistieron la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La escultura marrón exhibe tres figuras: en el centro, un hombre mayor sentado con barba y la mano rígida que apunta hacia la tierra, y a los costados, dos jóvenes de pie. La mujer apoya la mano sobre el hombro del miliciano sentado mientras que el varón sostiene un fusil y la insignia soviética. Con un mensaje melancólico, la composición increpa a los que pasan.
El barco estrellado
Subir y bajar: dos infinitivos bastan para describir la actividad del Metro de Moscú. Son descensos y ascensos profundos, que no terminan más. Las escaleras mecánicas trabajan a destajo para servir a los casi nueve millones de pasajeros que cotidianamente usan el servicio. El sistema fue pensado así para, en la eventualidad de un bombardeo, ser utilizado como refugio. Pero lo cierto es que esta experiencia subterránea intensa se ajusta a la idea de un viaje a un universo de fantasía incrustado en las capas terrestres intermedias. Allí esperan los tesoros tangibles y abstractos de la URSS, como el futurismo de Vladimir Mayakovsky en la estación que lleva su nombre. En la cubierta, 34 mosaicos desarrollan las escenas de paz, progreso e igualdad que imaginó el poeta. El palacio del Metro de Moscú evoca con la sutileza de la esperanza a quien, antes de suicidarse el 14 de abril de 1930, escribió: “la historia ha terminado / El barco del amor se ha estrellado contra la vida cotidiana / Y estamos a mano / tú y yo”.
Ruta sugerida: las 10 estaciones imprescindibles
Sólo 30 rublos ($ 9) -la tarifa de un viaje- hay que pagar para pasear por las estaciones más bellas del Metro de Moscú. La ruta sugerida por la guía Lonely Planet incluye 10 paradas: Komsomolskaya; Prospekt Mira; Novoslobodskaya; Belorusskaya; Mayakovskaya; Teatralnaya; Ploshchad Revolutssi; Arbatskaya; Kievskaya y Park Pobedy. Esta última estación es la más profunda de la red: está situada a 84 metros bajo la tierra y tiene la escalera mecánica más larga de 126 metros de longitud (no se ve el final nunca). Los paneles de Park Pobedy reflejan las victorias militares rusas en 1812 (contra Napoleón) y en 1945 (contra el nazismo).