
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Aquí está Lionel Messi, ansioso por disputar su cuarto Mundial. Tanto que desde el aeropuerto marchó sin escalas rumbo al predio de la Selección y se calzó el uniforme con el escudo de la AFA. Son señales poderosas que emite el número uno, decidido a emplear los 24 días que separan a la Argentina del debut para afinarse físicamente y sintonizar todo lo necesario con sus compañeros.
Llegó Messi y todo se ve diferente. Más colorido. Lo mira Sampaoli y respira porque lo tiene sin lesiones -aparentes-. Lo miran los jugadores y el efecto contagio es inmediato. Lo mira el país futbolero y la ilusión, que viene algo chamuscada, se prende en un fogonazo. Llegó Messi y todos, sin excepción, se permiten soñar con gambetas y con goles.
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El Mundial, que venía en segunda, saltó a quinta a fondo. Sin términos medios. Ahora sí, muchos dejarán de lado las dudas y comprarán el bendito Smart TV. Porque llegó Messi y nos reinventamos, esperanzados.