En las calles de Rusia, los argentinos ganan por goleada

Los hinchas de nuestro país le ponen color a la previa.

Los cánticos argentinos son una constante en las calles. TÉLAM Los cánticos argentinos son una constante en las calles. TÉLAM

En las puertas de la cancha de Spartak; alrededor de la Plaza Roja; cerca del mausoleo de Lenin; en los aeropuertos; en las peatonales, en todo Moscú, en realidad, los argentinos se fortalecen como si fueran girasoles al sol. No existe la kriptonita, ni pócimas malignas que puedan romper con lo que un Mundial genera entre los hinchas: amistad.

He conocido diferentes amigos a lo largo del viaje, en su mayoría de diferentes puntos del país. También a otros argentinos que viven lejos de donde nacieron. Echaron raíces por laburo, necesidad o gusto en Brasil, Europa, Estados Unidos. Son tipos a la vista solitarios durante sus viajes en avión, pero después de recibir bandera verde en Migraciones, su panorámica muta. Ya no están solos, ahora se mueven en grupos compactos, algo así como si formaran parte de un pack de forwards hermanado desde la cuna. Lo curioso es que estos tipos se encuentran con amigos que han visto por última vez hace cuatro años. En el Mundial pasado.

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“Desde que se inventó Whatsapp nos mantenemos en contacto por ahí. Así vamos organizando el viaje que viene”, cuenta Gino, empresario retirado ahora en posición de gastar el dinero que hizo durante sus años de laburo. A Gino no le falta nada, pero tampoco juega a la ruleta rusa con sus rublos. Los que mantienen sus vicios son sus hijos, a los que les cedió su empresa de fabricación de piletas de natación. Gino vino a Rusia con otros amigos, todos hechos en Mundiales. Como Carlos, que vive a 10 minutos de diferencia de Gino, que juega al tenis en el mismo club de Gino, pero que jamás se había cruzado con Gino hasta Brasil 2014. La pelota es un imán.

La pelota hermana

El fútbol es el gancho y un hostel el terreno donde se construye la amistad. Así me lo recontra jura otro grupo de lobos solitarios que hizo migas cada uno por su cuenta en un hostel en Río de Janeiro. La relación quedó y antes que perder el tiempo con “otros” que no entienden la pasión por el fútbol, de viajar a la ver a la Selección, forjan lazos con desconocidos. Menos dolores de cabeza, confían. Me cruzo con un tucumano que anda con una pareja de correntinos. Los conoció en Brasil 2014. Y así, la colecta de recuerdos y de anécdotas puede llenar más de una canasta, largamente.

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Y si Brasil fue el punto de partida de varias amistades, Rusia 2018 lo será de otras tantas, eso no se discute.

Moscú vuelve a renovarse de público. Han llegado nuevos turistas, nuevas camisetas, más pasión.

Los peruanos, en su mayoría familias, intentan ponerse a tono con la escena que les pintan sus coterráneos que vienen copando una de las calles de mayor recorrido. Lo mismo hacen los colombianos, los mexicanos, argentinos, y la lista continúa. Entre medio de todos ellos está Guido, nacido en Entre Ríos pero que vive desde hace años en Buzios, donde se encarga de alquilar departamentos.

Guido transpira para ganarse el pan. El año pasado vino a Moscú a conversar con diferentes dueños de departamentos. Sería como un Air BnB sin licencia. La comisión que los dueños deberían pagarle al portal, se la pagan a él, que hace videos, fotos y demás de los ambientes. Vende bien su producto. No le fue bien en 2017. “Nadie sabía que era el Mundial”, me cuenta. No se dio por vencido y regresó a Rusia hace mes y medio. Tuvo la suerte de estar en el momento y lugar indicado: un programa de TV local con alcance nacional lo entrevistó: le llovieron interesados en ceder las llaves de sus dptos. Ahora Guido, que se sumó a un grupete de argentinos que no conocía, espera por una entrada para ver a la Selección hoy. Esa sí que está difícil…

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