Sasha no está; Sasha se fue

Tantos infructuosos clics, de zarandear el mouse, de rayar la mesa de madera con tantos círculos y de rezar por una entrada para el partido del sábado. Tanto de eso para que el premio fuera absolutamente nada. Me lo decía Germán, que se la pasó como tantos otros argentinos en Rusia sentado todo el día frente a la computadora: “la FIFA juega con nosotros, con nuestros sentimientos. Parecemos nosotros el buscaminas del viejo Windows”, la bronca de Germán se expandió entre todos los “argentos” que andamos sueltos por acá y lejos también, sentados frente a la computadora.

Una broma de mal gusto. Para colmo, si te creías cerca de la entrada, después del “algo salió mal” te aparecía un “alguien debe haber sido más rápido que vos seleccionado la entrada”, enterrate viva, web. Honestamente, este jueves vino con un estrés de aquellos. Vamos a la calle.

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Hasta Moscú estuvo bastante extraña. Ya sin tantas camisetas de equipos por la calle, la capital rusa nos regaló otra postal, igual de hermosa que todas las anteriores, pero ahora más pura, propia, sin tantos filtros. Los hinchas están desperdigados por los diferentes puntos del país, pensando ya en los octavos de final.

Modo turista. Los fan ID desaparecieron también de los cuellos visitantes. Lo que no desapareció es la demanda. Bares y restaurantes arden entre sí, en una pelea por quedarse con la mayoría de los extranjeros. En una rotation por una de las peatonales algo alejadas del Kremlin, decidimos hacer una parada gourmet. Veamos qué onda.

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“Todo muy sofisticado e interesante”, nos decía Sasha, el mozo trilingüe del resto que te comía, posta, la cabeza de tanto cotorrear. A decir verdad, y con la carga emocional de un día pleno de clics pero con cero éxito, escuchar a Sasha decir todo el tiempo “sofisticado e interesante” fue demasiado. Quedamos peor que los alemanes después de perder con Corea.

Por suerte Sasha voló antes de que llegará el menú, uno en versión de caracú ruso, que en realidad lo único que tenía de nuestro adorado caracú era el hueso. Lo demás era una carne medio cruda con hierbas locales. Flojito. Lo siguiente, dos medallones de carne estilo francés, crudos en el medio, cocidos a los costados, con una salsa del color increíble Hulk. Maravillosa elección.

Sasha es peor que collar de melones; pesado, pesado. Volvió a ruedo, en este caso para investigar acerca de Argentina, porque él ama argentina y dice que trabaja para ahorrar dinero y así visitar nuestro país. Obvio que ama argentina porque le gusta Lionel Messi. Le gusta cómo juega.

Sasha tiene 20 años, habla hasta por los codos. Entre tanto relato personal, nos cuenta que va a la facultad estatal de Moscú, una mole inmensa de cemento que prestó su inmenso patio para ubicar en fan fest moscovita. Lujo total.

Sasha es un loro. No para. Ahora quiere saber de dónde somos. “De Tucumán, amigo”. Obvio que no tiene idea dónde está el Jardín, pero Sasha es prolijo. Entre las anotaciones de sus pedidos, me pide que le muestre cómo se escribe Tucumán. Lo va a googlear. Maestro.

Sasha es una máquina de proyectar palabras. Estudia física, quizás sea algo así como un genio loco, o en potencia. Sasha no para. Basta. La comida puede caer como patada al hígado. Sasha no te da respiro. Se disculpa y repregunta. Es ansioso, eléctrico. Se atolondra tanto que habla como puede, entre español, inglés y ruso. No se le entiende nada, pero se vuelve a disculpar y sigue. Sasha es demasiado intenso para un día que lejos estuvo de correr derecho. Pero Sasha es simpático. Sasha quiere caernos bien.

Sasha, por el amor de cristo, dejanos comer el postre. Sasha se fue.

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