El trasmontaña, otro desafío más en la vida de Hugo Shaw
A diez años de haber sufrido un accidente que casi le cuesta la vida, Hugo Shaw se erige como un modelo de lucha. En el mountain bike encontró paz a un día a día de constante dolor físico pero pleno por el amor de su familia. El domingo será uno de los tantos intrépidos en correr el Trasmontaña. Al no tener dedos en los pies, su esfuerzo será extremo.
Confieso que al principio me costó entrevistarlo. Sentía ganas de abrazarlo, de agradecerle por haber vuelto el tiempo atrás y caminado junto a él por esa pesadilla. Hugo Shaw es un superhéroe como Batman o Superman. Lástima que aquel 8 de agosto de 2008 no llevó consigo el traje del “Hombre de Acero”. Quizás hubiera salvado los dedos de sus pies y sus piernas de arder. En una recta de la ruta 34, entre Icaño y Real Sayana, pueblos lindantes de Santiago del Estero, un “hdp” se mandó a pasar un camión sin siquiera tomar nota de que Hugo venía a medio camino, de frente.
En una maniobra de manejo defensivo, Hugo se tiró a la banquina y frenó, dejando el carril libre, pero el inconsciente se mancó y también fue hacia la banquina. No vio la luz de giro, no vio nada. ¿Cómo terminó la maniobra? El Peugeot 206 incrustado sobre el vértice izquierdo del Corsa alquilado de Hugo, entre la rueda y la puerta del conductor.
De aquel injusto bombazo a estos días previos a correr su primer Trasmontaña, este hombre sonríe como si nada le hubiera pasado. Mira a “Vane”, su esposa, bien fijo, y a mí me dice que nada le fue fácil después del accidente, que sabe lo que es vivir con dolor, pero que eso jamás le va a quitar la sonrisa. Porque si lo hiciera, Catalina, su primer gran amor -nació dos años después del desastre- no podría ver a su padre contento. Y también me dice que es feliz al 101% porque “Cata” va a tener un hermanito. “Vane está de cinco meses, esperamos a Pedro Ignacio”. Eso es felicidad, caramba.
Hugo camina porque es un titán. Pero a Hugo le duelen mucho los pies y necesita de tratamiento médico de por vida. Lo injusto es que él se llevó la peor parte. Al otro no le pasó nada, apenas se quebró la clavícula. “Jamás lo conocí, jamás se disculpó. Es más, intentó hacerme juicio. Creo que fue mal asesorado. Si yo hubiera sido el culpable, habría encontrado la forma de disculparme. Así me criaron a mí. Esta persona no lo hizo. Me parece un pobre infeliz”, esa fue la única vez en toda nuestra conversación que Hugo maldijo. Lo vi decepcionado.
A su lado, Ignacio Figueroa me pide que no entremos en detalles emocionales porque todos en la sala se van a quebrar menos Hugo, claro. “No le entran las balas”, se queja el “Colo”, compañero de Shaw en la categoría Master B Caballeros de una carrera que suele ser una pesadilla para cualquier biker. Imagine entonces lo que serán esos 50 kilómetros de sendas tortuosas para un tipo que perdió todos los dedos del pie derecho, y al que todavía le quedan el tercero y el cuarto del izquierdo. “No sirven para nada, están muertos, je”, se ríe “Huguito”, el mismo que viene preparándose desde hace tiempo y que encontró en el mountain bike la mejor terapia. Es recreación, trabajo físico y diván. “Para mi cabeza y mi cuerpo. Me hace bien andar en bici. Aparte, no me duelen los pies cuando lo hago, salvo que baje por alguna pendiente y haya mucha vibración. A diferencia de caminar, en la bici no cargo todo mi peso sobre los pies”, explica.
El rescate
Entre Icaño y Real Sayana hay casi 16 kilómetros de distancia, 15,8. El accidente fue justo en el medio. El que chocó a Hugo no le salvó la vida. Ni eso hizo. Fue un policía que andaba por la zona, pescando. Al ver una tira de humo negro pegado a la vera de la 34 llamó a su tío, un comisario. “Como no había delito en la zona, porque se conocen todos, el policía, al que fui a ver años después para agradecerle, me contó que se dedicaban a rescatar gente de accidentes. Yo tuve esa suerte.” En vez de ver el vaso vacío, Shaw siempre verá la mitad llena, aunque no la hubiera.
El auto empezó a incendiarse con él adentro, inconsciente. “Dicen los médicos que antes de un golpe así, una milésima de segundo antes entrás en shock. Te apagás. Por eso hoy yo no tengo miedo de manejar”. Sus pies ardían, sus piernas, de las rodillas para abajo, también. La única solución fue arrancar su asiento y sacarlo por una puerta trasera. Aquellos héroes anónimos fueron los primeros de una larga lista VIP de santos que hoy habitan en el corazón de Hugo.
Luego vino el traslado a Santiago capital. El parte médico hablaba de fracturas varias, en el fémur derecho, en el pómulo izquierdo, en los brazos, en una clavícula. En todo el cuerpo. “Además, tenía dislocada la cadera, las piernas calcinadas hasta las rodillas y un hematoma en la cabeza que podía haberme causado la muerte o daño cerebral irreversible si no lo sanaban a la brevedad”, relata. En el hospital santiagueño, ese viernes 8, un neurocirujano se ofreció a operarlo en su clínica. Lo salvó. “No recuerdo nada. Desperté a los tres días, aunque Vane y los chicos dicen que yo hablaba con ellos”.
Monsanto, la multinacional para la que Hugo sigue trabajando (es ingeniero agrónomo), contrató un avión sanitario el lunes siguiente para trasladarlo a Buenos Aires. En tiempos sin GPS, el chofer de la ambulancia que fue a buscarlo al aeropuerto de San Fernando no tenía idea dónde quedaba el Hospital Británico. “Decí que mi hermana tenía una guía de la ciudad, la famosa ‘T’.” Con eso zafaron. Hay más. Qué locura, Dios.
Entrando hacia Panamericana, la ambulancia pinchó una rueda. Y otra vez drama: “mi mamá vivía cerca de la zona, así que mi hermana se acordaba de una gomería. Tuve suerte, ¿no?”, increíble. Así es Shaw, luz en estado propio.
El dolor
La junta médica del Británico había decidido que lo mejor era amputarle las piernas. No había piel de dónde agarrarse, por las quemaduras. “Tenía las tibias expuestas; todo”. Una vez más, un ángel salió en su defensa. “Fue el doctor Fernando Pereyra, un especialista en quemados, el que se la jugó por mí. Dijo que yo era joven, que a mis 28 años podía probar alternativas.” Cuánta razón tuvo el doc. Presumía que Hugo era un superhéroe.
Durante cuatro meses y medio, tres días a la semana, Hugo visitó uno de los tantos quirófanos del Británico. Allí lo recibían con un toilette quirúrgico. “Me raspaban las piernas con un cepillo hasta que sangraran mucho. Era la única forma de prepararme para un trasplante de piel”. Lo curioso es que esos eran los momentos de paz de Hugo. “Es que durante esas tres horas me apagaban por completo, no sentía nada; me dormían. Al principio no podía siquiera escuchar ruidos. Vivía por los rescates de morfina y así y todo era imposible sobrellevar el dolor. Yo sé lo que es el dolor. Vivo con dolor”.
Volver a empezar
Su siguiente parada fue el Fleni, un centro rehabilitación top de Buenos Aires. Allí conoció a su mejor amiga, la silla de ruedas. “Al estar tanto tiempo acostado en la cama, me costaba estar sentado. Mi cuerpo no estaba acostumbrado a la gravedad. En el Fleni me enseñaron a bañarme en la silla de ruedas, a incorporarme a la cama; a ir de la cama a la silla. Me enseñaron a adaptar mi forma de vida a la silla de ruedas y a ser yo una persona independiente, porque el conflicto más grande que se le genera a un discapacitado es no ser independiente. Eso pasa si le generás dependencia. Es un embole.” Es un crack este tipo.
En casa de los Shaw en Yerba Buena, Catalina se pasea, primero, en rollers y después en bicicleta, la misma que Diego Aráoz le pedirá para hacer la sesión de fotos de LG Deportiva con su papá, el que pasó otras incontables veces por el quirófano, por cirujanos plásticos, traumatólogos. Su cuerpo necesitaba de services constantes, así como sus pies, completamente doblados.
A partir de mucho trabajo de kinesiología con el tucumano “Rolo” Flores, Hugo pudo operarse y usar muletas. Esa parte de la rehabilitación la hizo en Yerba Buena, en casa. Pasaron casi cuatro años desde el accidente hasta dar sus primeros paseos aferrado a las muletas, otro de sus tesoros. “Ahí las tengo, las saco para prestárselas a los chicos cuando se lastiman, je”.
Imparable
En un par de días, Hugo se meterá en el desafío de correr los 50 kilómetros del Trasmontaña. “Lo voy a hacer todo pedaleando. No me pidas que camine, maestro, eh. Eso dejalo para mí otra vida, je”. A su lado, Figueroa se ríe, y cuenta un secreto íntimo de esta entrañable pareja que se conoce desde la infancia, de los tiempos del rugby y de ser rivales, “Huguito” de Tucumán Rugby, el “Colo” de Universitario. “A veces tengo que empujarlo para que pedalee y no me queda otra que empujarlo de la colita”, dice. “Y si no funciona, hacemos la del cangrejo”, agrega Hugo. “Cola al piso y marcha atrás.”
Pasaron años desde que Hugo se compró su primer equipo de biker. “Fue un viernes. El sábado llovió y no salí. El lunes viajé a Pergamino por trabajo y el viernes fue el accidente. Nunca pude estrenarlo. Años después fui a cambiarlo. Fui por unas zapatillas de menor talla, ja.” Ese es Hugo Shaw, el que no conoce de días negros, el que encontró en “Qué Pedal” más que un grupo de bikers.
La bicicleta es su cable a tierra, el que hoy lo tiene entero encarando un desafío que antes no quiso tomar por temor a demorar la pista y generar malestar entre los participantes. “Lo que los chicos, lo que ustedes ven como meritorio, que yo corra el Trasmontaña, para mí es normal. Si no lo hice antes fue por temor quizás a no estar bien entrenado. Yo no me doy cuenta de lo que pasa, lo tomo con normalidad. Aparte, me cago de risa de mi discapacidad.” Por fin pude abrazarlo y decirle gracias. Por todo.