La mujer japonesa, en tiempo de empoderamiento

Las transformaciones son muy lentas para superar las desigualdades en un sistema que favorece a los hombres.

 FOTO DE Pablo Hamada FOTO DE Pablo Hamada

Los intelectuales japoneses observan a la distancia las masivas movilizaciones en Latinoamérica. Ven caos y calles tomadas por grupos antagónicos, ilusionados con un porvenir de arena que piden a gritos que los políticos se vayan o no vuelvan.

Dicen que eso en Japón nunca podría ocurrir, que hay un orden social y un carácter nacional que no admiten cambios radicales. Las transformaciones, aseguran, se hacen de a poco.

Mientras tanto, las mujeres esperan por su hora y los japoneses admiten la desigualdad. Saben que el sistema social favorece el crecimiento profesional y educativo de los hombres, convertidos luego en piezas claves de las corporaciones que enorgullecen a la economía nipona.

Según datos oficiales, sólo el 48% de las mujeres participa en el mercado laboral y de esa porción, sólo el 10% ocupa puestos claves para la toma de decisiones. En la política el panorama es aún más pobre: en este año únicamente el 14% de los cargos le pertenece al sector femenino, a pesar de que en mayo se impulsaron una serie de reformas políticas para equilibrar el reparto de representaciones.

Los datos exhibidos en la conferencia que ayer ofreció el periodista Ikuma Mikio en Tokio son reveladores. Pero a pesar de tener las estadísticas en mano, en los últimos diez años Japón todavía no ha podido erradicar las desigualdades de género. El último reporte del Foro Económico Mundial sobre esta brecha ubicó al país en el último puesto entre los miembros del G7 y bajó tres puntos en el ranking global de un año a otro: pasó de puesto 111 al 114. Para ponerle números más concretos a la diferencia, si para un trabajo similar a un hombre se le pagaran $620 pesos la hora, una mujer cobraría $480.

En otro pasaje de su sesión, Ikuma contó que en las oficinas de Japón se aplican las virtudes del samurai, conocido como el bushido: integridad, respeto, coraje, honor, benevolencia, sinceridad y lealtad. Pero esta filosofía escrita para hombres guerreros no alcanza para explicar el abismo marcado por el género. Mientras tanto, afuera de los grandes edificios hay una sociedad con una edad promedio de 47 años, con jóvenes varones que quieren escapar al ideal masculino -profesional que trabaja 12 horas, que vive en el centro de Tokio y que es capaz de sostener a una familia- y con jóvenes mujeres que buscan redefinirse en la estructura tradicional que las obliga a postergar sus ambiciones.

Pero para ser testigos de los cambios habrá que volver dentro de unos años, quizás algunas décadas, porque, como repiten los intelectuales, los burócratas actúan lento y los políticos quieren cambiar de a poco.

Diario de viaje en Japón

La cortesía de los japoneses es incansable. Pueden agachar la cabeza hasta tres o cuatro veces al momento de saludarse y una leve sonrisa suele escaparse de sus gestos. El sentido de comunidad se lleva en la sangre, pero el don no es genético, es histórico y lo saben decir sin pedantería.

En las oficinas se practican las virtudes del samurai -integridad, coraje, respeto, honor- que no alcanzan para explicar el abismo de género. 

Es respeto es extremista hasta el punto de no mirarse a los ojos, porque un cruce de miradas puede ser hasta ofensivo. Hombres y mujeres que no tienen confianza entre ellos hablan mirando al costado o para abajo. Observan sus manos, el piso, la ventana, con tal de no insinuar nada uno al otro.

Es que la distancia es un valor que quieren cuidar, no por temor a verse invadidos, sino para no molestar a otro. El ejemplo más concreto son los cientos de japoneses que andan con barbijos por la calle: no temen contagiarse de gripe, temen contagiar ellos. Por eso, Tokio, a pesar de sus rascacielos y las grúas gigantes que no paran de construir, se hace sentir primero en planta baja.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios