La patria floydiana recibe a Waters por cuarta y ¿última? vez

Brindará esta semana dos shows en La Plata. Política, clásicos del rock y, con 75 años, una vitalidad que parece inmune a los almanaques.

1) La primera vez fue con un país chamuscado por aquellas llamas que tumbaron a Fernando de la Rúa. Mientras se discutía si la Argentina podía gobernarse a sí misma o si lo mejor era transformarse en un protectorado de la ONU, Roger Waters tocó el set de “In the flesh” en un estadio de Vélez que lo escuchó extasiado. La gira lo trajo el 7 de marzo de 2002. Nunca un miembro de Pink Floyd había actuado en el país y ese concierto saldó una deuda histórica con la patria floydiana. Porque así como hay una patria stone, la Argentina se reconoce como un genuino santuario de veneración por Pink Floyd y por su obra. Waters tejió aquella noche de Villa Luro un pacto espiritual con esos fans que, durante un par de horas, dejaron de sentir que el país -su país- se desintegraba irremediablemente. El duelo de guitarras (Doyle Bramhall-Snowy White) inflamó los corazones, mientras a un costado se lucía el mejor trío de coristas jamás reunido por Waters: PP Arnold, Katie Kissoon y la espléndida Susannah Melvoin (¿qué habrá sido de ella?).

2) La segunda, ya en River, también fue en marzo: 2007, la primavera kirchnerista a tope. El alma de esa gira era “The dark side of the moon” y, tal como había hecho el Pink Floyd de David Gilmour la década anterior, tocaron el disco de principio a fin, manteniendo el orden de las canciones. En la banda ya estaba Dave Kilminster, en reemplazo de Bramhall, y tras los teclados se adivinaba a Harry, el hijo de Roger. Sonaron “The Fletcher Memorial Home” (en cuyo video Galtieri y Margaret Thatcher conviven en un psiquiátrico), la orwelliana “Sheep” y “Leaving Beirut” entre los puntos altos de la noche.

3) La tercera fue el récord, la explosión. Waters salió del ámbito musical para instalarse en la tapa de la revista Gente, a caballo de los nueve shows de “The Wall” que vendió en River. Había que explicar el fenómeno, así que entendidos y no tan entendidos hablaron de la patria floydiana, pero también del atraso cambiario que ponía los viajes a Europa a tiro del bolsillo y a Waters en un escenario tan cómodo como el londinense Earls Court. Era 2012, parece mucho más lejano. Será por la velocidad con la que pasa el tiempo (aunque en realidad los que pasamos somos nosotros). Al truco -la pared que se va armando mientras la banda toca y se estalla al final- ya lo archiconocían todos, la clave era ver al mago en acción. Waters desempolvó la varita y cantó el álbum religiosamente a lo largo de esas nueve noches inundadas por la nostalgia. A fin de cuentas, lo que importaba era lo que “The Wall” había significado, y significaba, en la vida de buena parte de ese público.

4) “Us+Them” se titula la gira que trae a Waters, ahora al Estadio Único de La Plata y con dos shows. Para el del martes se agotaron las entradas; al del sábado le quedan tickets en la taquilla. No, la economía no es la misma. La apelación a la canción -otra vez el legado de “The dark side..”- como rótulo del tour no es caprichosa. En ese “nosotros+ellos” se engloba una invitación a estrechar lazos y borrar fronteras en un momento histórico complejo, con el péndulo cada vez más volcado a la derecha. El discurso de Waters choca contra la ola nacionalista encarnada en el continente por Trump y por Bolsonaro. Fue así que la grieta brasileña, tan o más profunda que la argentina, amenazó con tragárselo en San Pablo. Durante el show en el Allianz Arena apareció en la pantalla el contundente “Él no”, lema empleado por los brasileños para resistir el discurso fascista de Bolsonaro. La mitad del público lo abucheó y la otra mitad lo aplaudió. Waters conoce las reglas del juego que eligió y mantiene su prédica en favor de la causa palestina, entre otros posicionamientos políticos que le aseguran un generoso caudal de detractores.

5) No obstante, en el set list que viene tocando desde que inició la gira en mayo del año pasado no aparecen temas de dos de sus trabajos más políticamente explícitos: “Radio KAOS” y “Amused to death”. Tampoco de “The pros ans cons of hitch hiking”, el disco que pudo cambiar la historia. Disgresión: luego de “Animals”, Waters les mostró a sus compañeros de Pink Floyd las maquetas de dos álbumes conceptuales. Por esos tiempos ya era líder de facto del grupo. “Elijan”, se limitó a decirles. Una era “The pros and cons...”, la otra, “The Wall”. Eligieron “The Wall”. ¿Y si hubiera sido al revés? Tras la implosión de Floyd, Waters hizo de “The pros and cons...” su debut solista, con Eric Clapton en la guitarra, como para demostrarle a Gilmour que no lo necesitaba. Fin de la disgresión.

6) Si el lector guarda las entradas bajo siete llaves y es de los que prefieren sorprenderse con el recital, lo recomendable es saltear este punto. De todos modos, la lista de temas es materia por demás conocida y en La Plata no habrá variaciones. Abre con “Speak to me” (grabada) y “Breathe” para saltar a “One of these days”, lo más cerca que estuvo Pink Floyd del heavy metal. Vuelve a “The dark side...” con una seguidilla: “Time”, el reprise de “Breathe” y “The great gig in the sky”. De allí a un pasaje que promete quitar el aliento: “Welcome to the machine”, y en seguida tres temas de su último disco solista: “Déjà Vu”, “The last refugee” y “Picture that”. Antes del descanso salen “The happiest days of our lives” y las partes 2 y 3 de “Another brick in the wall”. El segundo tiempo arranca con “Dogs” y “Pigs (three different ones”), para saltar a “Money” y “Us and them”. “Smell the roses”, lo más parecido a un hit que propuso el nuevo disco, precede al cierre: “Brain damage” y “Eclipse”. Para el bis, Waters canta un tema con la guitarra acústica (puede ser “Two suns in the sunset”, aunque lo más posible es que opte por “Mother”) y el telón se baja, ya con toda la banda, al compás de “Comfortably numb”.

7) Hay músicos que, de tan ligados a la historia de Pink Floyd, terminan formando parte del todo. El saxofonista Dick Parry es uno de ellos. También Roy Harper, a quien honraron permitiéndole cantar un tema (”Have a cigar”). Ese lugar de “sexto Floyd”, tan prestigioso, bien puede caberle a Jon Carin, número puesto en todas las encarnaciones que Gilmour y Waters vienen ensayando desde hace más de 30 años arriba de un escenario. Carin es un derroche de talento -canta, toca la guitarra y los teclados, es un notable arreglador- y esta semana vuelve a Buenos Aires ocupando el lugar que le corresponde: como uno de los puntales de la banda. También sigue Kilminster, cargando siempre y con toda la dignidad del mundo con la más pesada de las cruces: tocar las partes de Gilmour, un clásico tras otro. Son 11 músicos en escena, un arsenal de potencia sonora, imprescindible para bancar una parada tan exigente como la que propone Waters.

8) El 6 de septiembre Waters cumplió 75 años. En casos como el suyo -o el de los Stones, o el de Paul McCartney- está prohibido decir nunca. Es gente que le pelea a la biología con armas pesadas, aunque los límites no están demasiado lejos. Gilmour es más joven, tiene 72. El baterista Nick Mason, a los 74, anda de gira con su propio grupo. El sueño de todo fan es verlos reunidos, lo que suena improbable. Pero para eso son fans, ¿no? El apunte viene a cuento de un pensamiento ineludible: ¿será la última pasada de Waters por el Cono Sur? En más de una cabeza rondará la cuestión durante los shows en La Plata. Si algo tienen las estrellas es fecha de vencimiento y eso las equipara con el resto de los mortales. De eso se trata también este encuentro con Waters: de la certeza de estar frente a un personaje que hizo historia.

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