Atlético se vuelve a Tucumán así, como dice el tango, con la frente marchita. La derrota 2-0 frente a Vélez lo dejó con las manos vacías y con una mueca de preocupación inocultable, pese a que Ricardo Zielinski quiera disimular con sus palabras una realidad incontrastable: el “Decano” presenta arrugas en su juego, ya no tiene la solidez defensiva, ni la fluidez en la tenencia, ni la contundencia en los últimos metros de antaño. Por eso, este irregular 2019 se le está haciendo cuesta arriba.
Es cierto que, en el complemento, el “Ruso” maquilló la imagen de su equipo con un rápido movimiento de piezas -Favio Álvarez y Ramiro Carrera entraron bien, no así Javier Toledo- y Atlético tuvo sus chances para empatar, pero de ahí a que el “Decano”, no mereciera perder -a decir de su entrenador-, parece excesivo: un Vélez frenético -a imagen y semejanza de Gabriel Heinze- en el balance final hizo más por la victoria.
Ni hablar en el primer tiempo, cuando los juveniles locales desplegaron por momentos todo su repertorio. Creyentes de la religión proclamada por su director técnico, metieron la pelota al piso, con circulación, triangulaciones y pases filtrados. Vélez metía la quinta y Atlético jugaba a otra velocidad, se asemejaba a un conjunto gastado, como si ambos exhibieran el documento de su edad promedio: 23 años los anfitriones, 31 en los visitantes. ¿O será que el entrenador entrerriano provocó la diferencia al hacer entrenar a su equipo toda la semana en el insólito horario de las 13?
El zurdazo-golazo de Agustín Bouzat, figura del partido, a poco del intervalo hizo concordar el trámite con la chapa del marcador. La jugada provino de un lateral: los defensores de Atlético refrendaron las muestras de cierta modorra que los embargó durante este partido en horario de siesta.
Lo mismo pasó con el segundo grito de la “V”, cuando el cuarto árbitro se aprestaba a alzar el cartel con el tiempo añadido a los 90’, y los centrales no supieron resolver un pelotazo largo, larguísimo que Rodrigo Salinas maniobró a placer para que el chileno Pablo Galdames debute en la red de la Superliga en Argentina.
¿Qué pasó entre un festejo y otro? Con la salida de un Juan Mercier desconocido primero, y de un inocuo David Barbona después, el “Decano” impuso condiciones en el mediocampo. Entonces, Vélez, que ya no podía sostener ni la pelota ni el ritmo del primer tiempo, comenzó a sufrir la búsqueda insistente de su rival, sobre todo de arriba.
Pudo ser gol de cabeza de Jonathan Cabral, también de Javier Toledo -desperdició una nueva oportunidad como sustituto- y hasta un córner de Gervasio Núñez estuvo cerca de devenir en gol olímpico. Pero no mucho más que eso. Bien mirado, las dos tapadas de Lucas Hoyos en la primera etapa, ante Mathías Abero y Aliendro, habían sido más claras aún. Pero en ocasiones netas, el anfitrión también se impuso en la contienda, tiro en un palo de Bouzat y algunas salvadas de Cristian Lucchetti incluidos. Y Vélez, que no ganaba en su casa desde principios de diciembre y sólo había sumado un triunfo en sus últimas seis presentaciones en el torneo -sin contar que venía golpeadísimo por la eliminación en Copa Argentina frente al modestísimo Real Pilar- revivió frente a un Atlético que cada vez parece extrañar más a Guillermo Acosta y a Luis Rodríguez, cuando de asociación de juego se habla. Ahora, los hinchas del “Decano” se vestirán de rojo hoy, pidiéndole una mano a Independiente, para que River no sume de a tres y los aleje de la aspiración de clasificación a su tercera Copa Libertadores sin tener que esperar oportunidades y resultados ajenos en instancias futuras.
Tras dos victorias consecutivas en Buenos Aires, la tercera salió torcida: hubo derrota para el equipo que más puntos llevaba cosechando a domicilio, después de Racing y de Defensa.
Si bien el panorama hoy no parece muy alentador, este grupo, y este entrenador, han dado muestras de sobra de capear temporales futbolísticos aún peores. Ojalá dé la nafta. Y el fútbol, que brilla por su ausencia.