El debate tiene cuatro debates. Uno se desarrolla cuando los candidatos tienen su minuto para responder las preguntas. Es su momento, lo disfrutan, se distienden, gritan sus verdades. Algunos -como en el caso de José Manuel Paz (Vamos Tucumán)- las leen.
Hay un segundo debate. Ese es el momento en el que los candidatos miran a los ojos a sus potenciales votantes. Es casi un momento de intimidad. Allí se vieron temperamentos y objetivos muy disímiles. Beatriz Mirkin (Hacemos Tucumán) se preocupó de reforzar las ideas y los proyectos con los que quiere diferenciarse José Alperovich. Osvaldo Jaldo (Frente Justicialista por Tucumán) sorprendió. No pidió nada determinado -así lo aclaró- siguió con su discurso de lo que el oficialismo hizo. Pero el impacto mayor lo dio el candidato de Fuerza Republicana. Eduardo Verón Guerra pidió el sufragio por Fuerza Republicana pero invirtió la mayor parte de su minuto en hablarle a la candidata Silvia Elías de Pérez. “Súmese a nuestro proyecto”, le espetó. En términos boxísticos fue la “piña del último minuto”. Es la que duele más y la que suele quedar en la retina de los jurados.
En su turno, Paz se aflojó. Sus minutos no preparados lo mostraron más ágil y suelto que los estudiados. Y allí recurrió a la familia, a la propia y a las de los ciudadanos que quería que lo voten.
El debate más rico, el que más habla de los candidatos -aún cuando están en silencio- es el de los ocho minutos en libertad, sin moderadores. En ese tiempo hicieron esfuerzos. Quisieron respetarse. Pelearon contra sus temperamentos para que la discusión fuera enriquecedora. Lo lograron sólo algunos minutos. Los suficientes para que se viera que Paz y Mirkin discutían con el candidato manzurista. Y que el de FR siguiera concentrado más en la seguridad que en los rivales. Sin embargo, fue el momento que más aprovechó Jaldo. Sus años de recinto le permitieron esquivar embates y lanzar sutiles chicanas. Y cuando estuvo en el rincón se agazapó para repetir: “hicimos y ustedes no aportaron”.
El cuarto debate dentro del debate fue el de las virtudes y defectos de los contendientes. Es lo que más les cuesta. Suelen no cumplir con esta consigna. Allí tratan de ser amables y conciliadores. Pero Mirkin había guardado una “bomba” debajo del atril: destacó que Jaldo y Paz fueron ministros elegidos por Alperovich. Con esa frase identificó a sus rivales.
Cada debate tuvo su ganador. Y cada candidato aprendió del encuentro. Tanto, que se despidieron con respeto y con sonrisas; con disculpas y sin tensiones. Ése es el quinto debate, el que se gesticula.