Una novela que navega en la borrascosa historia de Italia

Papeles en donde las palabras flotan frágiles.

09 Junio 2019

NOVELA

EL BARQUITO CHIQUITITO

ANTONIO TABUCCHI

(Anagrama – Buenos Aires)

Una fina película recubre los objetos. Aunque si la mirada logra ejercer una leve presión sobre las cosas se puede ahondar en sus profundas historias. En Cosas transparentes de Vladimir Nabokov, el narrador es consciente de esto y a través de esas cosas brilla el pasado: son las cosas transparentes las que lo tornan más seductor. Así ocurre también en El barquito chiquitito, la segunda novela de Antonio Tabucchi, publicada en 1978. El Capitán Sesto encuentra su propia voz en los recuerdos, en la transparencia que su mirada recupera en cada objeto de su pasado: “las miraba desde su interior como un submarino que navega dentro de las cosas”. Se reencuentra en ese pueblo repleto de piedras, en esa casa llena de grietas y de humo. En las historias de esa Italia que se somete a las “mandíbulas” de las guerras, de los bombardeos y del fascismo que producen escombros siempre polvorientos, en el hormigón de la reconstrucción posterior y la amnesia.

Sesto intentará volver al comienzo para contar la historia de su familia que en suma es la historia de todo un país. Luego de haber aprendido en su infancia las inflexiones del silencio, para evitar a los que sólo hablan para mandar/prohibir/preguntar, se dedica a escribir en un cuaderno las tormentas y corrientes que arrastran a todos los hombres y papeles en donde las palabras flotan frágiles, sin rumbo aparente. Porque el barquito chiquitito es él mismo, torpe e inseguro, una barca que navega en una marea de “náusea y recuerdos”, pero Capitán de sí mismo al final. La escritura es una forma de “mirarse, descifrarse, dar un sentido a su discurrir”. También un modo de recuperar la memoria de personajes tenaces como Leonida o Sócrates y de mujeres inolvidables como Amelia e Ivana, que en verdad es Rosa Luxemburgo que ha regresado. Tabucchi consigue en esta novela que un cuaderno, un río, una grulla, un color, la locura, una bocina de latón, un polvillo blanquecino se transformen también, como el mármol cincelado, en historia.

© LA GACETA

MÁXIMO HERNÁN MENA

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios