Dos viajes a Japón
Muchas veces los opuestos son, en verdad, complementarios. Al menos eso sucede con Okāsan (Reservoir Books), las crónicas de viaje escritas por Mori Ponsowy la primera vez que visitó Japón para reencontrarse con su hijo, y Bailarinas, la novela del japonés Yasunari Kawabata -publicada originalmente en 1955 y editada en estos días por Emecé- que cuenta la relación entre una mujer japonesa y su hija en un país sumergido en la nostalgia de un pasado arrasado por la Segunda Guerra Mundial.
Por Verónica Boix
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
A lo largo de 14 días Mori Ponsowy recorre junto a su hijo de 21 años distintas ciudades y pueblos japoneses. La escritora argentina no sabe el idioma y a cada paso siente miedo de perderse en una cultura extraña, es el joven el encargado de guiarla por ese paisaje desconocido. Sin embargo, ella no es una simple turista, sus ojos tienen la cualidad de observar los detalles imperceptibles del mundo. Cada paseo se vuelve un descubrimiento personal. Todos los días escribe textos breves de una potencia poética que eriza los sentidos como un destello. “Me doy cuenta de que en este país -en el que los niños deben estudiar durante quince años su propio idioma antes de ser capaces de leer y entender lo que está escrito en un diario- solo podré comunicarme con los otros a través de mi hijo. Yo le enseñe a hablar: ma-má, ár-bol, ca-sa. Ahora es él quien habla por mí”.
No es una sorpresa que Okāsan sea un viaje a través de la belleza de un país exótico, lo que era imposible prever es que, al mismo tiempo, resulte una exploración honda y honesta sobre el encuentro de una madre y su hijo como si ese vínculo fuera el verdadero territorio misterioso. No es casualidad que Ponsowy provenga del mundo de la poesía con obras como Enemigos afuera, su modo de decir el mundo encuentra la música precisa a cada experiencia.
No hay duda de que la escritura de Yasunari Kawabata consagra un tono para hablar de Japón que en el imaginario contemporáneo se volvió Japón. En Bailarinas, al igual que en su primera novela Las bailarinas de Izu, la belleza pura de la juventud encarna el núcleo del deseo de los protagonistas. Namiko dedica su vida al ballet clásico occidental, pero la guerra le impide consagrarse; Shinako, su hija, también baila desde niña y procura alcanzar el mismo sueño que su madre. Las dos mujeres son talentosas, pero permanecen atadas a un ideal de perfección. Algo similar va a sucederles con el amor.
Con el conocimiento que solo se alcanza al habitar un lugar desde la infancia, Kawabata dibuja los gestos mínimos de sus personajes y deja en las sombras algunos sucesos cruciales como si bailara alrededor del vacío. El movimiento de la escritura trama el espíritu de esa cultura mejor que cualquier explicación. Una escena del comienzo de la historia resulta elocuente: “En ese rincón, el quieto pez carpa blanco no flotaba ni se hundía, se mantenía simplemente bajo la superficie. La basura se acumulaba en ese recodo y el fondo se elevaba con un manto de hojas muertas, también de los plátanos, fijo, simplemente allí bajo el agua, tal como la carpa”.
Si en Okasan la fuerza poética traduce una mirada capaz de asociar un paisaje desconocido con el vínculo más cercana -el de madre e hijo-; en Bailarinas la prosa elegante de Kawabata deja ver las grietas de un entorno tan asimilado como propio y natural que termina volviéndose extraño. Es decir, sus protagonistas quedan atrapadas en la tradición, incapaces de encontrar otro modo de vivir.
Es curioso, las crónicas de viaje de Ponsowy hablan desde la extrañeza de lo absolutamente desconocido, mientras que la novela de Kawabata habita en los detalles de una cultura que conoce desde adentro. Cada una, a su modo, logra transmitir la respiración de Japón con la belleza de la ceremonia del té.
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Verónica Boix - Periodista cultural.