Se equivocan los que desprecian a los jueces de Paz o asignan a estos una importancia relativa

24 Junio 2019

Mario Juliano

Juez penal bonaerense - Director de la Asociación de Pensamiento Penal

Vengo siguiendo con preocupación los hechos que involucran a algunos jueces de paz tucumanos y al mismo sistema de Justicia de Paz ante la falta de cobertura de varios cargos vacantes. Como es natural, si hay funcionarios que se han extralimitado en sus atribuciones, deberán rendir cuentas y, llegado el caso, responder por sus actos. Pero estos episodios no empañan mi convencimiento sobre las bondades y beneficios de este modo de administrar justicia.

La Justicia de Paz ha sido objeto de cierto desprecio y minimización por parte del saber ilustrado a partir de la errónea creencia de que como su objeto tiene dimensiones diferentes al de la Justicia civil y penal, su importancia sería relativa, o podría quedar relegada respecto de las urgencias del resto de los fueros. Nada más equivocado, desde mi perspectiva.

La Justicia de Paz ha demostrado a lo largo y ancho del país, y en su historia ser la justicia de la proximidad; la justicia de la cercanía; la justicia de la cotidianidad; la justicia destinada (como su propio nombre lo indica) a pacificar la sociedad y a intervenir tempranamente en la resolución de los conflictos procurando evitar “que pasen a mayores”. Y es desde este ángulo que la Justicia de Paz debería ser revalorizada y destinataria de más atención.

La proximidad, la cercanía con los conflictos, permiten su resignificación. Ver al conflicto de una manera diferente posibilita que dejemos de tratarlos como infracciones a una norma estatal, donde el principal ofendido es el Estado, para traducirlos en lo que en realidad son: una disputa entre dos o más personas de carne y hueso, que precisan que se delimiten sus derechos y sus obligaciones. De ser posible, con la mayor celeridad, para restablecer prontamente la paz perdida. De alguna manera, esto supone la restitución a los verdaderos interesados del conflicto confiscado por el Estado.

La tendencia contemporánea busca simplificar la administración de justicia y despojarla de formalismos innecesarios; de rigorismos que solo sirven para inmovilizar, y de ritos y ceremonias que podían ser comprensibles en los sistemas inquisitivos, pero inaceptables para una sociedad democrática. Este es el sentido en el cual marchan los modernos procesos de reforma ya que existe la impostergable necesidad de dar respuestas prontas y satisfactorias a los requerimientos de los ciudadanos, que no pueden esperar años a que se resuelvan sus diferendos.

Llegado a este punto deseo hacer una expresa reivindicación a la Justicia de Paz lega, pese conocer la decisión tucumana de remplazarlos por profesionales del derecho, ya que han prestado y siguen prestando en muchas provincias importantes servicios para el afianzamiento de la justicia. La Justicia de Paz lega administrada por hombres y mujeres sabios (en el mejor sentido de la palabra), de gran prestigio en sus respectivas comunidades por su experiencia de vida, por su particular sensibilidad y por su comprensión pluralista de la sociedad democrática, continúa siendo una opción válida. He tenido ocasión de comprobar el alto grado de legitimidad que tienen los jueces de Paz legos de muchas provincias en sus respectivas comunidades, como es el caso del Chaco y Chubut, prestigio y aceptación del que carecemos muchos jueces profesionales integrantes de altos tribunales de la República.

Por la necesidad de contar con medios idóneos de resolución de conflictos pero, además, porque la Justicia de Paz se conecta con el ideal republicano de contar con participación ciudadana en todos los poderes públicos y, fundamentalmente, en un poder que conserva características monárquicas acentuadas (selección de sus miembros por representación delegada, estabilidad en los cargos en forma vitalicia e intangibilidad de las remuneraciones), es que reivindico a la Justicia de Paz lega. Y, también, por sus evidentes vasos comunicantes con los juicios por jurados, que se vienen implementando con marcado suceso en varias provincias.

En esta dirección del pensamiento se orienta el reciente anuncio de crear un Juzgado de Paz intercultural en Amaicha del Valle, donde la cultura contemporánea sea complementada y enriquecida con el saber ancestral de las comunidades originarias que, desde siempre, sin necesidad de los aparatos burocráticos estatales, supieron resolver sus conflictos de convivencia. No encuentro mejor forma de cerrar esta nota que rememorando la idea que hace años nos legó John Lennon: hay que darle una oportunidad a la paz.

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