La hora de reducir los privilegios

01 Enero 2020

El reloj marca las 13.30  del 31 de diciembre de 2019 y las astillas del sol se clavan sin escrúpulos en quienes caminan por las calles tucumanas. En la esquina de Alfredo Guzmán y Mate de Luna (mano hacia el norte) dos filas paralelas de vehículos aguardan el verde para avanzar. Entre ellas, tres jóvenes parecen correr una carrera por ver quién logra limpiar más parabrisas. Por detrás viene transpirando un hombre de unos 50 años, que ofrece latas de gaseosa; una mujer (casi adolescente) embarazada y con un bebé en brazos intenta vender bolsas de consorcio y, por último, una nena de no más de siete años golpea suavemente las ventanillas y extiende la mano para pedir una moneda o un billete. En cuanto el semáforo muestra el verde, ellos regresan a la vera del canal. Allí esperarán que la luz roja vuelva a aparecer y les brinde la oportunidad de obtener algo de dinero antes de que el año se evapore.

La descripción del párrafo anterior puede ser ubicada en cualquier esquina del Gran San Miguel de Tucumán y no es exclusiva de la víspera de Año Nuevo. Por el contrario, los limpiavidrios, las familias que piden dinero y las personas que ofrecen distintos productos en los semáforos (desde bolsas de residuos hasta limones) son parte del paisaje citadino. A tal punto que a veces pasan inadvertidos o simplemente se los ignora.

Sin embargo, es quizás por la cercanía de un festejo que suele asociarse con la familia, los amigos, las comidas y la alegría desbordante que este paisaje adquiere otra relevancia. Mucho más si se lo observa a la luz del ocaso de un año que en materia económica y social generó cifras escalofriantes: más del 30 % de los argentinos es pobre. Y ese porcentaje está constituido por mucho más que números: lo integran seres humanos como los que “buscan el mango en los semáforos”.

El 2019 se va con un nuevo Gobierno nacional que comenzó a tomar medidas para intentar recuperar la economía. Sin embargo, flota la sensación (y la certeza, en muchos casos) de que esas medidas ajustan sólo en un sector: una clase media a la que en 2019 se le licuaron de una manera brutal los ingresos. Al punto que familias que hace algunos pocos años llevaban una vida digna, sin excesos, pero tampoco sin necesidades, hoy ya engrosan los índices de la pobreza. Si a eso se le suma la existencia de una clase política poco predispuesta a renunciar a sus beneficios, el panorama se vuelve como mínimo irritante.

Tras la sanción de la ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva que envió el Gobierno nacional al Congreso, las críticas empezaron a brotar por todos lados. Desde algunos sectores políticos surgieron propuestas para intentar ponerse a tono con los reclamos de una sociedad que siente que el Gobierno le exige demasiado, pero que esos mismos dirigentes están dispuestos a ceder muy pocos de sus privilegios. Y las quejas no sólo van dirigidas a la administración nacional, sino también los Gobiernos provinciales y  a las pesadísimas cargas tributarias que colocan sobre los contribuyentes.

Tal como informó LA GACETA, en Tucumán, los legisladores congelarán sus dietas durante seis meses. De esta manera, al menos hasta el 31 de julio de 2020, los parlamentarios verán en su boleta un ingreso cercano a los $120.000 mensuales. En el resto de las “cabezas” del Estado, la situación es la siguiente: a mediados de 2019, el sueldo básico de un vocal de la Corte Suprema rondaba los $190.000 (sin título, antigüedad ni otros ítems), mientras que un juez o fiscal de primera instancia tenían un básico de $157.000. En el caso del gobernador, al inicio del segundo semestre tenía un básico cercano a los $60.000; con los adicionales de ley, rondaba los $120.000.

La actitud de los legisladores tucumanos no deja de ser un simple gesto: está lejos aún del reclamo de la sociedad, que pide una reducción de los exorbitantes gastos políticos (que se multiplican casi hasta lo incalculable en cada año electoral, como el que se acaba de ir). Ojalá el 2020 traiga acciones concretas en este sentido y no meros gestos. Argentina necesita hoy más que nunca de la grandeza de sus dirigentes y no de las especulaciones egoístas y avaras del barro de la política.

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