Las vacaciones y, en especial, estas de vacas flacas que recortan las alas a los proyectos de veraneos en el extranjero, tienen una agenda propia que transcurre en las localidades turísticas tucumanas. Se trata de pueblos o pequeñas ciudades que durante el año permanecen en un segundo plano discreto y que, a partir del primero de enero, pasan al frente, por desgracia no siempre por las razones positivas esperadas de los sitios de esparcimiento. Año a año se observa el avance del desorden y del colapso, y la falta de iniciativa para revertirlos, como si la decadencia fuese un destino ineludible. No lo es: cambiar las cosas que disgustan está siempre al alcance de quienes las padecen, tanto como consolidarlas.
Tafí del Valle es un buen ejemplo de la tarea pendiente. Huelga decir que Tafí y su zona de influencia (las áreas que incluyen El Mollar y Amaicha) son prodigios paisajísticos dotados de un clima privilegiado hasta el punto de que Solano Peña, propietario del casco de la estancia Las Tacanas, lo definió como “aire acondicionado natural”. Es evidente que estos valles presentan condiciones óptimas para su desarrollo eficiente y provechoso en términos del bien común, que es aquel que al tiempo de beneficiar a la población local, preserva la cultura y el ambiente.
Un entorno bello y, a la vez, frágil no puede estar sometido a las dinámicas políticas que cambian cada cuatro años. Esos vaivenes impiden fijar un rumbo y una identidad que pueda ser respetada por los tafinistos y sus visitantes. Marcela Funes Franco, presidenta de la Cámara de Propietarios de Hoteles y Afines, afirmó que en esta última década no pudo ser posible elaborar una definición que involucrara a todos los sectores interesados en el crecimiento armónico del lugar. Ella y otros actores, como el propio Peña, tienen la esperanza de encausar la trayectoria hacia adelante, pero la realidad es que Tafí se ha convertido en un espacio tironeado por conflictos complejos, como la proliferación de la venta callejera, el tránsito caótico y las deficiencias de la provisión de agua que, dicho sea de paso, afectan a casi toda la provincia.
“Amamos Tafí, pero nos asusta no saber en qué va a terminar”, resumió un veraneante con varias décadas de práctica al comentar la coyuntura de un pueblo que en escasos años pasó de ser inaccesible a estar al alcance de todos, a veces de las peores maneras. La preocupación por el futuro de este espacio bellísimo debe interpelar especialmente a los políticos tafinistos, quienes tienen en sus manos las herramientas para elaborar consensos y acuerdos que no varíen en función de los mandatos y gobiernos. Estos líderes deben defender lo propio puesto que, si ellos no lo hacen, ¿quiénes cuidarán este patrimonio que día a día se deteriora un poco más?
El equilibrio particular de Tafí no resiste la masividad de destinos como Carlos Paz o Mar del Plata. Esta convicción impregna las numerosas ordenanzas y los ordenamientos territoriales existentes desde por lo menos la década de 1980. La normativa vigente establece restricciones muy precisas para moldear el impulso urbanizador que amenaza con cubrir el valle de cemento. Sin embargo, el paisaje modificado en los últimos tiempos exhibe rasgos preocupantes y manejos mezquinos del suelo. Es otra necesidad difícil de solucionar puesto que el incremento del valor de los terrenos no fue de la mano de una política adecuada de vivienda para los lugareños.
En definitiva, el turismo destapa una serie de problemas ocultos que la dirigencia no ha sabido, podido ni querido afrontar como corresponde, en otra muestra de un mal típicamente argentino, que es la incapacidad para mirar más allá de intereses pequeños y el rechazo sistemático al llamado a la grandeza. Sucede que para hacer las transformaciones de fondo no bastan las decisiones de un período o de un sector: Tafí y los pueblos con potencial para atraer a visitantes y vivir de ello exigen más diálogo entre los rivales y una confrontación política que mantenga ciertos límites. Las exclusiones, las obstrucciones y el ensimismamiento han privado a esta plaza magnífica de las medidas de largo aliento que merece y que permitirían exaltar sus virtudes. Pero todavía es tiempo de virar de modos de la mano de un liderazgo convencido de la misión de hacer de Tafí del Valle el pueblo con entrada esplendorosa que su nombre significa.