Historias detrás de la historia: el caso Lucas Fernández

La noche del 30 de marzo de 1996 mataron a un joven de 17 años a la salida de un boliche. Se convirtió en un caso emblemático y en torno a él transcurrieron de historias. Primera entrega de este caso que incomoda a la Justicia.

Lucas Fernández, la víctima, en una de las tantas publicaciones de LA GACETA. Lucas Fernández, la víctima, en una de las tantas publicaciones de LA GACETA.

A lo largo de la historia de Tucumán hubo crímenes que movilizaron a toda una sociedad. El de Lucas Fernández fue uno de ellos. El asesinato del joven ocurrió hace 24 años, pero el tiempo transcurrido no logró borrar de la memoria lo que sucedió esa madrugada del 30 de marzo de 1996. Cada vez que se toca el tema en una reunión, generalmente se inician discusiones estériles. Se plantean teorías e hipótesis que no llegan a ningún lado. Los “jueces” de mesas de cuatro patas con un café de por medio o los “juristas” de una interminable sobremesa de domingo invocan a terceros que dicen que les dijeron lo que realmente ocurrió. Esto sucede normalmente cuando un homicidio queda impune. Eso fue lo que sucedió con la muerte de este adolescente. La Justicia no pudo responder los porqués.

En una lluviosa madrugada del 30 de marzo de 1996, el boliche 2044, ubicado a metros del mástil de Yerba Buena, “explotaba” de gente. Adentro, centenares de adolescentes, daban rienda suelta a la alegría al son de la música de moda. A pocos les llamó la atención que momentos antes, un grupo de chicos habían protagonizado incidentes porque pretendían entrar a la disco sin pagar. En realidad, ese tipo de problemas era una costumbre. “Recuerdo que cuando funcionaba ese local se vivían produciendo líos. Antes, durante y después de que el local abriera sus puertas. Lo más grave era que, supuestamente concurría gente bien”, recordó Javier Chemes, que vivió durante años en esa zona.

Ese día, la salida de los jóvenes del boliche fue igual de caótica que siempre. Gritos. Peleas. Estridentes chillidos de las cubiertas de autos que salían a toda velocidad para impresionar a todos y a nadie al mismo tiempo. Decenas de jóvenes pugnando por un remise o un taxi para que los llevara de regreso a casa. Alguna que otra parejita anudada por los besos y abrazos que se daban impúdicamente en medio de la avenida. El último ingrediente: el sonido de tiros; sí, disparos de armas de fuego. En definitiva, en esos tiempos, los vecinos de Yerba Buena ya comenzaban a acostumbrarse a los males de la noche.

En medio de ese caos, un grupo de amigos decidió marcharse. Luis Battaglia abrió las puertas del VW Gol de sus padres para que subieran sus cinco amigos. Lucas Fernández, de 17 años, se ubicó en el asiento del acompañante. Detrás lo hicieron Francisco Colombres Garmendia, Enrique Zamudio, Bruno Bazzano y Víctor Nassiff. Se dirigieron a una velocidad normal por avenida Aconquija hacia el este.

Al llegar a la intersección de avenida Ejército del Norte y Mate de Luna, según declararon una y otra vez ante la justicia, un Fiat 147 de color azul con vidrios polarizados se detuvo a la par y su conductor los invitó a hacer una picada. Aceptaron y aceleraron. A la altura del parque Avellaneda (avenida Mate de Luna al 1.800), el otro auto volvió a ponerse al lado, y el conductor, rubio de ojos claros y de tez blanca (según lo describieron los sobrevivientes) sacó el brazo izquierdo y realizó al menos tres disparos con una pistola calibre 22. Los jóvenes avanzaron un par de cuadras y allí descubrieron que Fernández estaba herido en la cabeza.

Los amigos se comunicaron de inmediato con el padre de la víctima, Víctor Fernández, quien les pidió que lo trasladaran al hospital Padilla de manera inmediata. Otro de los chicos llamó a su padre médico, Enrique Zamudio -lquien legó a ser funcionario de la Provincia- y el profesional se encargó de avisar al centro asistencial que se prepararan para recibir a un nuevo paciente, que, según le habían avisado, estaba gravemente herido. El personal que los atendió declaró en Tribunales que varios de los jóvenes llegaron con la ropa embarrada, que varios de ellos tenían olor a alcohol y que sufrían una crisis de nervios. A los gritos pedían que atendieran a su amigo. El personal tuvo que hacer un gran esfuerzo para calmarlos.

Lucas permaneció internado en el Padilla y luego fue trasladado a un sanatorio privado donde lo operaron. Pero el milagro de la ciencia nunca llegó. El joven de 17 años falleció el 5 de abril. Su muerte movilizó a toda la provincia y abrió una serie de interrogantes que hasta el momento siguen sin tener respuestas.

Los protagonistas del caso

El crimen de Lucas Fernández no sólo conmocionó por cómo se produjo, sino por sus protagonistas. Todos los involucrados eran hijos de personas influyentes en la provincia. Desde la víctima, pasando por los testigos, y hasta los sospechosos.

La víctima tenía 17 años cuando murió. Era un chico conocido en la noche tucumana. Jugaba al rugby, era el hijo de uno de los directivos de la Caja Popular de Ahorros y se había robado el corazón de muchas adolescentes en esos años. Tenía fama de ser un joven al que le gustaba generar problemas. Pese a su corta edad, ya había pasado por tribunales por la agresión a otro adolescente. Ese hecho terminó transformándose en un engranaje clave en el caso.

Tucumán es una provincia chica, y ya en esos tiempos, la usina de rumores conseguía resultados de manera mucho más rápida que en otros lados. El primer nombre que comenzó a escucharse fue el de Andrés Miguel, hijo del camarista federal Jorge Miguel, que además era policía y prestaba servicios en la ex Brigada de Investigaciones, al parecer, haciendo tareas administrativas. El otro señalado fue Julio Vergara Altuve, hijo de Ada Altuve, la histórica líder de los empleados judiciales que siempre fue señalada como la “sexta” vocal de la Corte Suprema de Justicia por el poder que había acumulado durante los años que estuvo al frente del gremio.

En la sociedad había una sola certeza: al haber tantos “hijos de” involucrados sería muy probable que nunca se supiera lo que realmente había sucedido esa trágica madrugada. “Yo tengo plena confianza que este caso se va a solucionar. Pero debemos actuar con el tacto necesario como para no inculpar a una persona que finalmente no sea quien haya cometido el delito. Este no será otro caso María Soledad (Morales)”, señaló el fiscal Pedro Gallo que se hizo cargo de la investigación de la causa. Esas palabras fueron publicadas seis días después del crimen. El tiempo demostraría que el investigador estaba equivocado, que ninguna de sus palabras se cumpliría.

Miguel y Altuve, acompañados por padre y madre respectivamente y cada un por su lado, salieron a los medios a jurar su inocencia. Aprovecharon las cámaras y los grabadores del periodista que se le pusiera adelante para contar sus coartadas y tratar de despegarse del hecho. Aunque aún no existían las redes sociales, ambos ya habían sido condenados por los tucumanos.

En el caso de Miguel la estrategia tuvo un efecto contrario al esperado. Los amigos de Lucas lo reconocieron como el autor de los disparos después haber sido entrevistado por un canal de televisión de la provincia y por la fotografía que ilustró la entrevista que publicó LA GACETA. Por esa razón terminó siendo el único imputado y detenido por la causa, a pesar que los testigos presenciales del ataque mortal coincidieron en señalar que en el Fiat 147 circulaban dos personas, una de ellas, de pelo largo.

Altuve, en cambio, salió airoso, pero no por mucho tiempo. A los días le secuestraron el Fiat 147 azul de su propiedad que había tenido polarizados sus vidrios y que, según declaró, se lo había sacado días antes del mortal ataque. Varios miembros de su entorno desmintieron que él haya tenido una pistola calibre 22 en esos días, aunque aclaron que había extraviado una.

Profundo dolor

La muerte del adolescente causó un profundo dolor en la provincia que descubrió lo que pasaba en las calles. Sus amigos y familiares hicieron vigía en los lugares donde estuvo internado peleando por su vida. Luego de su muerte, se volcaron a la calle para pedir que se hiciera Justicia. Cada una de las marchas se transformaban en un puñal en la gestión del gobernador Antonio Bussi, quien era cuestionado por los permanentes descontroles que había en las calles de la provincia.

Nelly Giovannello, la madre de la víctima, se hizo conocida públicamente por los pedidos que realizó a la sociedad después del crimen. “Pido a la Justicia que intervenga de cualquier manera para que no salga gente armada a la calle a matar chicos inocentes. Mi hijo todos los días hacía deportes, pero el deporte que nunca practicó fue el tiro al blanco”, le dijo a LA GACETA en una nota publicada hace más de 20 años.

“Mi hijo salió ese día con toda su vida y energía y no me lo trajeron más a casa. Lo que quiero es que no vuelva a ocurrir eso. Yo tengo otro hijo, ¿te imaginás que algún día pueda pasarle lo mismo? ¿Cómo puede ser que madres permitan a sus hijos salir con armas a las calles?”, se preguntaba en esos años la madre de la víctima. A lo largo de todos estos años hubo otras mujeres que se hicieron las mismas preguntas al llorar a sus hijos asesinados y nada cambió.

Giovannello no estuvo sola. Varias de las madres de los amigos de sus hijos también la apoyaron. Unidas también se presentaron en casi todos los medios de comunicación. No sólo pedían que se hiciera justicia, sino que clamaban para que los tucumanos creyeran el relato de sus hijos que, en principio, no presentaba ninguna fisura. ¿Por qué no había que creerles? En esos días circularon numerosas versiones que contrarrestaban la que habían dado a conocer los cinco jóvenes Las más crueles eran que el joven habría sido herido en una pelea; y otra, que no se habría tratado de un crimen, sino de una muerte accidental y que el disparo había salido de una pistola que llevaba uno de los chicos. Y a uno de ellos les dio positivo el test de parafina, es decir, había manipulado un arma.

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