Pudieron decir adiós en la sala de terapia de covid

Familiares de pacientes en estado terminal por coronavirus cuentan la experiencia de haberse podido despedir de sus seres queridos.

Verónica Olima es tucumana, tiene 40 años y vive en Córdoba hace cinco. Cuando supo que su padre tenía coronavirus y se encontraba en estado grave, no dudó y decidió volver a Tucumán. Consiguió velozmente los permisos correspondientes, manejó ocho horas e hizo la cuarentena obligatoria hasta certificar el resultado negativo de su hisopado. Aún le quedaba por hacer lo más importante: ver a su padre por última vez.

“Mi mamá tenía mucho miedo de que yo me contagiara al entrar en la terapia para pacientes de covid”, cuenta. Sin embargo, Verónica insistió y logró despedirse de su padre gracias al programa “Acompañar”, que permite el acceso de un familiar en la etapa terminal de un paciente. “El riesgo era alto pero no le temía al contagio, necesitaba hacerle saber a mi papá que su familia lo amaba y que valoramos todo lo que hizo por nosotros”, afirma.

El programa se implementa desde el 4 de septiembre y ya son 15 los familiares que pudieron visitar a sus seres queridos hospitalizados por covid en el hospital Centro de Salud. El programa también se implementa en el hospital Eva Perón y en el Avellaneda. “Es una patología que lleva en su impronta muchísima soledad –explica Alejandra Acosta, referente del programa en el hospital Centro de Salud-, no sólo para los pacientes que se encuentran internados, sino también para aquellos que están en aislamiento en sus propias casas. Y esa soledad es mayor en el momento de morir por esta enfermedad”.

Es esta soledad, y la angustia que deriva de ella, lo que intenta subsanar el programa. Cuando Alfredo Missaglia, de 45 años, supo de esta opción, reunió a sus hermanos y les trasmitió su intención de visitar a su padre en nombre de todos ellos. Los hermanos estuvieron de acuerdo y acordaron un mensaje en común: “Temíamos que se sintiera abandonado, no tenía cómo saber lo mucho que estábamos pendientes de él”, revela.

Luego de una capacitación sobre los cuidados a tener en cuenta Alfredo ingresó en la terapia. “Le hablé fuerte, como para que pueda escucharme a través de los elementos de protección y del ruido de los respiradores mecánicos. Es un momento difícil; él no estaba muy lúcido pero pude ver cómo los ojos se le llenaron de lágrimas”.

El programa abarca a quienes no responden a los tratamientos que les fueron administrados; son pacientes en estado muy grave y con altas probabilidades de morir. “Preparamos a las personas para que cuando vean a su pariente en estado crítico puedan darle ánimos para sanar”, dice Acosta. “Ya sea que ese ‘sanar’ signifique recuperarse y seguir viviendo, o morir”.

Verónica pudo volver a dormir cuando logró despedirse de su padre: “creo que verlo me ayudó a aceptar que él ya tenía que descansar”, reflexiona. “Es una enfermedad tan cruel que existe el riesgo de no ver más a un ser querido, ni siquiera en el cajón ni en un velorio. Por eso agradezco al menos haberme despedido de él aquel día”, cierra Verónica.

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