Ruido devastador en la última trinchera contra el coronavirus

“Si todos vieran lo que yo vi en este lugar, vivirían la situación de otra manera”, me dice Alejandra Acosta, licenciada en enfermería, mientras me ayuda a colocarme el traje y los elementos de protección. Diez minutos después, me guiaría a través de la unidad de terapia intensiva de la torre de covid del hospital Centro de Salud, uno de los lugares donde se encuentran los pacientes en el estado más crítico de esta enfermedad.

Cuando la puerta se abre el ruido es devastador, no solo por la intensidad, sino por lo que significa. Es el sonido de uno de los peores escenarios de la pandemia en nuestra provincia. Un sonido que nadie quiere escuchar: respiradores mecánicos, alarmas de bombas de infusión, ruidos electrónicos de artefactos que monitorean la temperatura, la frecuencia cardíaca y la saturación de oxígeno. Las ventanas permanecen cerradas y con las persianas bajas, pero el lugar está bien iluminado.

Nueve personas luchan por sus vidas en ese sector, son tres mujeres y seis hombres. Algunos están boca abajo. “Están en posición ‘prona’”, explicaría después Alejandra. “Es para mejorar la capacidad pulmonar”. Muchos de ellos están en coma inducido y conectados a respiradores, otros tienen colocadas máscaras especiales para oxígeno. Solo una mujer se encuentra lúcida y en el extremo de la habitación revisa su celular. Es médica. Una de las diez camas está vacía y abre un interrogante desolador. “Quizás alguien se recuperó”, responde una enfermera. Luego cambia el tono: “quizás murió. Lo seguro es que pronto la ocupará alguien más”, concluye. Los enfermeros atraviesan la sala yendo de un paciente a otro con movimientos certeros y veloces.

La escena remite a imágenes de hospitales de campaña en películas o documentales bélicos. Impresiona ver en vivo y en directo al personal de salud en esta trinchera de la que todos hablan y pocos conocen. Se intuye la urgencia de la batalla, solo que en esta guerra se cuentan las muertes pero no vemos las bombas.

Existe una certeza en este lugar y es que hay una fuerte carga viral. Una negligencia o distracción puede asegurar el contagio del peligroso virus. La conciencia de esa amenaza sofoca mucho más que el barbijo y las antiparras empañadas.

Al final del recorrido, caminamos al “área sucia” como se llama el sector destinado para el retiro y desecho de los elementos de resguardo y la sanitización de los objetos que volverán a usarse. En este punto, Alejandra subraya con firmeza el especial cuidado que hay que observar. “De esto depende no solo nuestra salud, sino también que no llevemos el virus afuera”.

Minutos después las puertas de la terapia se cierran detrás de mí. Luego vendrían el sol y la calle. Todavía escuchaba adentro mío las primeras palabras de Alejandra: “Si todos vieran lo que yo vi en este lugar, vivirían la situación de otra manera”. Pienso en los cuerpos aferrándose a la vida a través de las máquinas, en la enorme labor de los enfermeros y siento que la frase de Alejandra, es ahora un poco mía también.

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