La crisis de la salud nos interpela como sociedad

La escalada de casos de coronavirus, de casi 1.000 por día, ha puesto en alerta máxima al sistema de salud, a punto tal que se discute sobre la conveniencia de volver a Fase 1, lo cual traería aparejadas otras durísimas consecuencias sobre la sociedad. Hay quienes advierten sobre la necesidad de tomar conciencia, como el médico del Hospital del Este que advirtió que atiende un paciente cada 15 minutos y sentenció que le daba como máximo una semana al sistema de salud para que colapse. Otros, como los responsables de clínicas y sanatorios, dicen que ya no pueden internar gente y que no tienen equipamiento ni personal para atender. Las autoridades, que sostienen que aún hay capacidad de respuesta y que hay camas disponibles, reconocen que el recurso humano es el mayor problema, dado que 2.500 personas de las 17.000 del sistema de salud están con comorbilidades. La apelación que hacen es a la conciencia de la gente, algo en lo que coinciden todos en esta crisis.

A seis meses de desatada la pandemia, estamos en una encrucijada tal vez más dramática que en marzo, porque entonces el miedo a lo desconocido daba lugar a que se comprendan las medidas de máximo aislamiento que se habían tomado. Hoy, con la sociedad desanimada, afectada económicamente hasta niveles desesperantes y con una expectativa aún lejana de que se alcance la vacuna, los ánimos están por el piso. Las declaraciones de las ministras de Salud y de Gobierno han sido reveladoras: una dijo que, técnicamente, lo ideal es el aislamiento, como “única medida efectiva”; la otra reconoció las dificultades de volver a fase 1, por el desánimo de la gente y por el daño económico que se genera, y advirtió que “ningún Estado está preparado para hacer un control si la gente incumple lo que se le pide”. En este sentido, se están advirtiendo los daños que se pueden generar con el regreso a fase 1 en el exhausto sistema productivo y comercial.

Además, las imprecisiones sobre lo que está ocurriendo no ayudan a descomprimir la incertidumbre. No se sabe cuándo estaremos en el pico de los contagios y comenzará a vislumbrarse alguna respuesta de alivio. El personal de la salud, que está en la trinchera frente al coronavirus, dice que “estamos viviendo un infierno, con miles de compañeros contagiados” y al mismo tiempo percibe los temores de la gente frente al mal que nos acecha: “sentimos mucho estrés, la gente que llega tiene miedo, hablan todo el tiempo de la muerte, tienen miedo de haber contagiado. El apoyo nuestro no es sólo médico desde la parte clínica, sino que terminamos siendo psicólogos”, como dijo el médico del Hospital del Este. Los profesionales de la salud han reclamado por las condiciones difíciles en que deben desarrollar su trabajo y los responsables de clínicas y sanatorios han señalado que hay falta de buen diálogo con las autoridades, lo cual debe cambiar cuanto antes.

Por lo demás, la situación crítica en que nos encontramos nos interpela. La tragedia del joven rugbista Gonzalo Fanjul, que ha causado no sólo honda conmoción sino que nos ha devuelto los miedos ante lo inexplicable, debería motivar una gran reflexión. No sólo es el reclamo de los médicos y de las autoridades por la falta de conciencia de lo que sucede, sino de pensar que, como el primer día, estamos ante una amenaza que no conocemos y para la que la ciencia aún no tiene la respuesta concreta. En este sentido, la relajación nos juega en contra. La negación es contraproducente y urge tomar todos los recaudos posibles para cuidarnos. Como dijo el médico del Hospital del Este, “Tucumán es chico y nos contagiamos en dos minutos”.

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