Los Pumas y un triunfo para la eternidad: que nadie hable de milagros

Batacazo argentino ante los All Blacks.

Try de Nicolás Sánchez frente a los All Blacks Crédito: AP Try de Nicolás Sánchez frente a los All Blacks Crédito: AP

Cada vez es más difícil explicar al deporte argentino, porque se mantiene vigente  y competitivo en un país que camina en el sentido inverso desde hace muchísimo tiempo. Lo lógico sería un declive, una pérdida de protagonismo acorde con el marco de referencia económico y social del que nuestros deportistas forman parte. También de las cambiantes, a veces erráticas, políticas deportivas que se implementan. Pero no. Ahí está el deporte nacional, siempre al acecho de alguna gesta que nos acaricia la autoestima, por más que en el caso de Los Pumas su entrenador haya calificado la operación All Blacks como surrealista.

Será porque el deporte se abraza a su tradición y se refugia en la historia, no sólo para sobrevivir, sino para hacerse fuerte. La gallina de los huevos de oro son los clubes y el rugby argentino les debe todo. La profesionalización es un proceso complejo, inevitable en el afán por medirse con los mejores, pero es una esfera propia de los seleccionados nacionales y de los jugadores de elite. En el caso de los clubes, la cantera que forma a esos jugadores, esta transición no viene siendo sencilla. Para que la ecuación funcione y Los Pumas sean capaces de derrotar a los All Blacks es imprescindible contar con un equipo brillante, pero a la vez con clubes fuertes. Hay una tensión en ese punto que debe resolverse. Si matamos a la gallina de los huevos de oro, chau Pumas. O al menos, chau estos Pumas “surrealistas”, al decir de su DT.

Algún día se rompería el techo de cristal. Vencer a los neocelandeses en un partido “por los puntos” era cuestión de tiempo, por más que la pálida actuación en el último Mundial había instalado un océano de dudas. No es un resultado azaroso, sino la consecuencia de un trabajo a largo plazo que incluyó la creación de una franquicia para el Super Rugby. Lo particular, lo “argentino” del asunto, tiene que ver con la épica: la pandemia, los entrenamientos caseros (“formaba el scrum con mi papá”) y, a la vez, con lo incierto de lo que se viene. Los Pumas no ganaron en el tope de la curva de rendimiento, sino en el marco de un nuevo éxodo de jugadores a Europa y con mucho por resolver en los frentes interno y externo.

Es, a fin de cuentas, un campanazo propio del deporte nacional. No tiene nada que ver con los milagros, por más tentador y marketinero que resulte pegarle el rótulo de milagroso al deporte argentino. No es milagroso llegar a la final del Mundial de básquet sin jugadores en la NBA, o que en el Masters participen siete europeos y un argentino (semifinalista de Roland Garros, para más datos). No son milagrosas Paula Pareto, ni Delfina Pignatiello, ni son milagrosos los seleccionados de hockey y de vóley. Es toda gente talentosa que se entrena, compite y le va bien. Colocarlos en el altar de lo sobrenatural sería faltarles el respeto.

El deporte no es un milagro, pero sí una sorpresa, la feliz anomalía de un país que hace lo posible por llenarle el camino de piedras. Que cuando encuentra algo que funciona se empeña en descomponerlo. El caso del Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) es clarísimo. Funcionaba con plena autarquía, sin depender del Gobierno de turno, financiado por un impuesto a la telefonía celular. ¿Qué se hizo? Quitarle esa autarquía para depender de la billetera oficial del momento. Contra esta clase de situaciones el deporte rema en una Argentina que lo aplaude y se enorgullece de él, pero que poco lo ayuda.

Los Pumas son tributarios de un rugby centenario en el país, referencia que se multiplica en cada disciplina. Nadie saltó a la cancha desde un repollo en la Argentina y esa tradición deportiva es un activo que muchos envidian. Una cuestión de legados que traspasa las generaciones y forma parte del costado virtuoso de un país que hace equilibrio entre esa herencia y todo lo malo que archiconocemos del penoso día a día. Cuando se dice que el deporte es una escuela y que es sinónimo de calidad de vida suena a eslogan, y por ende se lo desacredita. Desarmar verdades contundentes es un artificio que los argentinos practicamos a la perfección.

Los calificativos pueden ser peligrosos e invitan a emplearlos con cuidado. Sí, por supuesto que es un triunfo histórico, y por lo tanto viaja directo a la vitrina de las hazañas. Cuando se derrote a los All Blacks por segunda vez (¿cuándo?, esa ya es otra película) el sabor resultará distinto. Es importante que no se hable de milagro ni de casualidad, más bien de un impacto fenomenal que refleja lo mucho y bueno que el deporte argentino tiene para dar. Como si formara parte de otro país. Y no, miren ustedes que es el nuestro.

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