La soberanía se defiende minuto a minuto

22 Noviembre 2020

Por lo general solemos disfrutar cada fin de semana largo sin prestarle la debida atención al feriado que lo motivó. En el caso del Día de la Soberanía Nacional se suma el hecho de que no son muchos los argentinos que podrían explayarse sobre el hecho fundante -la batalla de la Vuelta de Obligado-. Con la mano en el corazón, aceptemos que son episodios de nuestro pasado que empiezan a resbalarse de la memoria apenas terminamos el secundario. Se suma la circunstancia de que se trata de una celebración “nueva”, impulsada por el revisionismo que sacó a Juan Manuel de Rosas del index de lo prohibido en la historia argentina y certificada como feriado en consonancia con el Bicentenario de 2010.

No estamos festejando la soberanía popular, esa que Jean-Jacques Rousseau explicó como base de la libertad y de la igualdad entre los ciudadanos. Hablamos de Soberanía Nacional -así, con mayúsculas-, que es la que el pueblo delega para que el Estado la ejerza como expresión de autoridad, a través de sus instituciones, con el fin de asegurar la integridad de un país. En este caso, una Argentina que no por sufriente y cíclicamente crítica, deja de ser una nación joven y con mucho aprendizaje por delante.

Entre la Declaración de la Independencia en Tucumán y la Constitución alberdiana de 1853 transcurrieron 37 años turbulentos, surcados por una idea -la organización nacional- y una herida -la sangre de las luchas fratricidas-. En ese escenario, lo sucedido en la Vuelta de Obligado en 1845 fue casi un milagro. De algún modo, aquel país poscolonial en formación encontró la forma de entorpecer lo que parecía un avasallante paseo de la flota anglo-francesa por el Paraná. Una lección de defensa de la soberanía en un contexto adverso. A la vez, un mensaje de lo que la naciente Argentina podía conseguir, precisamente en un tiempo coronado por esa grieta monstruosa que fue la pelea entre unitarios y federales. “Los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”, le escribió José de San Martín a su amigo Tomás Guido. El Libertador opinaba que la batalla había sido clave para el devenir del país. “De tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”, precisó.

El paso del tiempo fue reconfigurando los mapas, los intereses y las realidades. Por ejemplo, subrayando el hecho de que es tan importante proteger las fronteras como los recursos naturales. Todo hace a la integridad nacional y a su soberanía, lo que obliga a mirar con atención el afuera y el adentro. Más que de hipótesis de conflicto, se trata de una alerta social que merece permanecer encendida.

“La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes y conforme a los principios del Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino”. Así lo expresa nuestra Constitución mediante su Disposición Transitoria Primera.

El objetivo “permanente e irrenunciable” que sintetiza la causa Malvinas se extiende a cada aspecto de la vida nacional y no puede reducirse a una declamatoria declaración de principios. Es acción pura, que se practica día a día, y que obedece a las necesidades de un país autónomo y, por supuesto, soberano.

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