Así como practicar deportes de alta competencia representa un esfuerzo físico altísimo, para el que se requieren fortaleza y habilidades técnicas superiores, también son necesarios recursos mentales y emocionales, claves para manejar el éxito, el fracaso, la presión, el estrés. Y esto no es algo que únicamente debe asumir cada deportista, sino también el club al que representa, o el grupo de trabajo con el que se moviliza, incluso la familia y el entorno. El final que decidió para su vida Santiago “Morro” García, futbolista uruguayo de Godoy Cruz, volvió a instalar en la opinión pública un tema que muy pocas veces es tratado con la seriedad necesaria. Y mucho menos se generan acciones que ayuden a evitar esta situaciones o sirvan de red de contención para la vida lejos de los campos de juego.
Un psicólogo aplicado al deporte, José Blunda, explicó en LA GACETA que hay varios ejes para intentar explicar la situación en la que se encontraba García. Y entre sus consideraciones puso de manifiesto que la conducta suicida no tiene que tener valoración moral. “No se es ni valiente ni cobarde, sino que se sufre una asfixia total ante la imposibilidad de una vida digna, producto de un intenso sufrimiento”, sostuvo. Y el especialista también introdujo un punto que incluso trasciende largamente al deporte: los efectos de la pandemia en las personas, que marcará un antes y un después. No es un tema menor. A los infectados físicamente con el virus hay que sumarle cuestiones relacionadas con el deterioro mental. Surgen entonces la pérdida de la tolerancia y el déficit en los recursos para sortear las adversidades de la vida.
En los últimos meses, muchos de los fusibles en materia psicológica, que obraron como contenedores de los deportistas, han desaparecido o bien permanecieron en pausa. En aquellas disciplinas que pudieron volver, fueron discontinuados, bajo la explicación de una precaria situación económica, que impide mantener estructuras que muchos no consideran importantes. Pero los tiempos actuales exigen que, de una vez por todas, así como se consideran inversiones edilicias o crecimiento institucional; así como se pretende estar al día en indumentaria, tecnología o equipamiento, se ponga el énfasis que se requiere en cuestiones sensibles que involucran la salud mental.
“Lo que sucedió es un claro ejemplo de que cuando los clubes o instituciones se preocupan más por los resultados, se deja de lado lo más importante: la persona que hay detrás de cada jugador”, explicó a LA GACETA Eduardo Paliza, psicólogo clínico especializado en deportes. Esto no es un llamado de atención: es una declaración de principios que debiera asimilar la dirigencia deportiva, o los grupos que trabajan con los deportistas.
Existe en el imaginario popular que los deportistas, sobre todo los de elite, son personajes que se asemejan a seres superiores, a quienes los conflictos de todo tipo no les llegan. Pero la realidad indica que ese un pensamiento erróneo. El propio “Morro” García lo anticipó hace apenas dos años: “los jugadores no somos robots, no somos de acero. Tuve varios problemas personales que fueron influyendo en mi rendimiento y no fue fácil”.
¿Cuántas pérdidas de rendimiento se deben a la imposibilidad de manejar la parte psicológica? ¿Cuántas carreras se frustraron por no poder tolerar las presiones externas y por no poder hacerles frente a las exigencias? La historia del deporte reconoce infinidad de casos. Y son los menos quienes admiten la situación. De ese grupo hay quienes llegaron al extremo de una decisión como la del futbolista uruguayo.
Lo tóxico y lo nefasto que se da en ocasiones en ciertos deportes, sobre todo en aquellos en los que impera el dinero, creció a la par de las exigencias de un mundo que sólo exige resultados. Pero educar y preparar deportistas para la vida es otra cosa.