La intimidad se vivencia en “Función privada”

Dos monólogos escritos y dirigidos por Diego Bernachi se representan en vivo ante un público limitado. Los peligros que entrañan lo virtual.

Marcela González Cortés. Marcela González Cortés.

En tiempos de redefiniciones artísticas, estéticas y conceptuales, y de incertidumbres varias que incluyen la respuesta del público a la oferta teatral que surja, “Función privada” experimenta su segundo mes de representaciones y ya anuncia el inicio de un tercero con un desafío que privilegia lo presencial, aunque sea para un puñado de personas.

Dos monólogos sucesivos (ver “Las obras”), representados ante una cantidad limitada de espectadores y en cumplimiento de las normas sanitarias, integran el proyecto que Diego Bernachi impulsa en Sala Ross (Laprida 129), con funciones sucesivas desde las 20 los domingos (estará esta noche y la próxima semana, y luego regresa, como mínimo, el 7 de marzo).

“La idea apareció en gran parte por mi rechazo a lo que se denomina teatro virtual: empecé a gestar un teatro presencial que sea para una sola persona en el lugar del espectador, sin conocer cómo ni cuándo sería la reapertura de las salas de teatro independiente. En la calle veía muchos negocios que sólo permitían ingresar de a una persona. Así que decidí replicarlo al hacer teatro, aunque después ese margen de público se amplió, pero siempre acotado. Me encantaría experimentar una función con una sola persona, no cierro esa posibilidad”, le dice a LA GACETA.

- ¿Cómo surgió todo?

- En la primera época de la cuarentena, cuando las videollamadas eran una necesidad diaria, nos juntábamos todas las noches con un grupo de amigos y amigas, y cada vez proponíamos una actividad creadora para el día siguiente; en una oportunidad, surgió escribir algo y así apareció un primer escrito que después se transformó en “La soledad distraída”, uno de los unipersonales que forma parte de “Función privada”. Después escribí “Ensayo de un adiós” y decidí poner ambos textos en una misma producción teatral.

- ¿De qué manera trabajaste?

- Comenzamos el proyecto de manera virtual, también mediante videollamadas. Los ensayos fueron realizándose por separado, por un lado con Marcela González Cortés y por otro con César Romero, sólo yo sabía cómo eran ambos trabajos. Unas semanas antes del estreno recién pudieron verse en escena y de modo presencial.

- La puesta en escena está condicionada por la pandemia. ¿La limitación del público les resultó un impedimento o una motivación?

- Para mí los límites son una posibilidad de crecimiento y una motivación para crecer; así tomo a la limitación en la cantidad impuesta para el acceso de público en las salas. Estudié muchas posibilidades pensando en el distanciamiento social para evitar posibles contagios y el eventual cierre de la sala. Después de los análisis, decidí dividir al público en tandas, que pasan de una sala a la otra. Y también trabajamos con dos funciones sucesivas cada día, en ciertas oportunidades.

- ¿El desafío de trabajar ante grupos limitados posibilita un teatro íntimo y facilita tu propuesta?

- Como creador escénico y como público disfruto mucho de las puestas intimistas, ver de cerca la actuación, el cuerpo actuante, su transpiración, su respiración... Desde mi mirada, genera un universo maravilloso que de otra forma no puedo percibir ni mostrar, o quizás hoy no me interesa hacerlo. La pandemia nos hizo encontrarnos con nosotros mismos de una manera que antes no lo habíamos hecho. El universo nos está pidiendo mirarnos de cerca, sentirnos de verdad, y eso refleja el teatro que elijo hacer.

- ¿Qué pensás de lo virtual en el teatro?

- No considero ninguna posibilidad de hacer algo que para mí no tiene razón de existir. Considero al teatro virtual una zona peligrosa, no digo riesgosa porque los riesgos son alentadores. A veces siento que habla mucho de la desesperación o de la soberbia de quiénes lo hacen. Es una especie de primo “adolescente y caprichoso” del exquisito y prestigioso cine, cuando este es un arte hecho por quienes se formaron específicamente para hacerlo. Las pocas veces que ví teatro a través de una pantalla me preguntaba: ¿por qué en vez de hacer esto no se piensa en cómo se puede volver al teatro? Si eso hubiese pasado, hoy estaríamos llenos de estrenos teatrales presenciales y eso no está sucediendo masivamente. Lo peor era ver a algunas instituciones apoyando ese medio de producción cuando no había formación en ese camino. Sentía que el teatro estaba agonizando. Y como la pantalla genera adicción, va a ser difícil sacar al público de sus casas si se le sigue dando todo de esa manera.

- ¿Cómo se enlazan tus trabajos de dramaturgo y de director?

- Soy fanático de la actuación y mi dramaturgia como autor se deja modificar por la actuación surgida en los ensayos; escucho mucho al cuerpo de las personas que dirijo en escena y gracias a ese trabajo flexible logré encontrar puntos de contacto en mis textos. Hoy puedo decir que en “Función privada” hay algo dando vueltas referido a la vida, específicamente, del y de la artista, a la intensidad con la que vivimos, a la fortaleza de nuestra sensibilidad, a la poetización que hacemos de vez en cuando de nuestras emociones para poder vivir, y a zonas que no mucha gente quiere reconocer que transita.

Las obras

Historias distintas de egos, soledades y despedidas

César Romero interpreta en “La soledad distraída” a un actor desocupado que formó parte del teatro oficial más importante de Tucumán. En su desesperación por sentirse acompañado y admirado, abre su casa para contar un sueño recurrente, en el cual se desdobla siendo amante de sí mismo y proyecta su ego sin compañía alguna. En “Ensayo de un adiós”, Marcela González Cortés personifica a una bailarina que graba un video para terminar una relación, atravesada por el dolor y la ausencia. Quemar la casa como rito de un adiós, marcará el eventual inicio de un nuevo ciclo vital. Ambas conforman el espectáculo único “Función privada”.

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