Manzur y Jaldo, los candidatos testimoniales

El justicialismo tucumano ya soportó una crisis similar a la actual siendo Gobierno, casualmente por las mismas razones. Y se fracturó. En 2007, el entonces vicegobernador Juri se enfrentó al gobernador Alperovich porque aspiraba a sucederlo. La diferencia con la pelea entre Manzur y Jaldo es que aquella disputa por el poder pudo resolverse en una interna en el PJ, compitiendo ambos grupos por la conducción del partido. Esa alternativa partidaria hoy no está -la renovación de las autoridades del partido se dará en 2023-, pero sí está próxima una elección como para aprovecharla y dirimir allí la batalla por el liderazgo en el peronismo tucumano: la de diputados y de senadores. En 2007, la votación volcó la confrontación en favor del alperovichismo.

La disputa de fondo de hoy podría entonces adelantarse un par de años. Claro, siempre y cuando el gobernador y el vice sean candidatos testimoniales y resuelvan competir entre ellos desde distintos frentes: uno postulándose a diputado nacional -tal como lo hiciera en 2017-, y el otro presentándose a senador suplente; tal como ocurriera con Alperovich en 2009, cuando acompañó en la boleta a su esposa, Beatriz Rojkés y a Sergio Mansilla. Es una salida posible para poner fin a la confrontación entre manzuristas y jaldistas. Una forma de calzarse los guantes de una vez y por todas para resolver la pelea por la jefatura del peronismo. Jaldo no tiene alternativa: deberá salir y poner la cara por su sector, mientras que Manzur debe estar midiendo la conveniencia de ir como senador suplente. Si lo hace y ubica a Pablo Yedlin como senador en primer término, ya se puede anticipar quién será el candidato a gobernador del manzurismo en 2023.

Esta es una crisis inédita en el justicialismo y puede desembocar en la pérdida del poder del PJ en un par de años a causa de la grieta y del desgaste interno; siempre y cuando la oposición advierta que está ante una situación política inmejorable. Lo lógico y natural sería que nos uniéramos; destacó el intendente Alfaro frente al divorcio del binomio gubernamental. Sin embargo, no parece el destino de la oposición acometer este tiempo electoral en unión: demasiadas ambiciones personales. La tienen servida en bandeja, pero pintan varias coaliciones.

En suma, por el nivel de desconocimiento y frialdad a la que llegó la sociedad política, a Jaldo no le quedará más que postularse por fuera del oficialismo, fue empujado a tomar esa decisión después de que se deslizara la supuesta lista de candidatos del Frente de Todos, donde no aparece uno solo de los suyos. Mensaje claro, sin necesidad de desencriptar: no serán parte de la nómina, están afuera, no son del equipo, juegan con la oposición. Váyanse. La reacción no podía ser otra más que la del jaldismo el viernes: advertir que si no hay unidad -dignidad y proporcionalidad, dijeron-, compiten por afuera. Es lo que sucederá, casi una fija. Nos cansamos del franeleo, se oyó en los pasillos de la sede legislativa. Ellos buscaron esto desde el comienzo, replicó un legislador manzurista, planteando que los compañeros siempre persiguieron el quiebre.

En el Poder Ejecutivo no se dan por sorprendidos, es más, apuntan que aguardaban que los -¿ex?- socios “se fueran” del peronismo. Frase fuerte. Sacaron los pies del plato, sintetizan. Aquí está una clave de lo que se viene y que puede marcar un hito en la vida institucional y política del Gobierno: ¿quién representará mejor el voto peronista? Cada lado tiene argumentos para buscar esa adhesión. Los expondrá y defenderá. Y se dividirán más. Uno porque preside el PJ y porque tiene la exclusividad de la sigla del Partido Justicialista; por lo que puede reclamar a los peronistas que respalden al Gobierno a través de la nómina manzurista. El otro sector forma parte del congreso provincial, se reivindica parte del PJ y jura fidelidad a Alberto y a Cristina, por lo que no admite que le desconozcan militancia partidaria. O que los quieren expulsar. De ahí que exijan ser parte de la lista de unidad, so pena de salir por fuera. Las cartas ya están echadas, es difícil que haya unidad, menos una lista conjunta. A no ser que haya un tirón de orejas monumental del poder central, cosa que hasta ahora ni asomó, como si apostaran a que suceda lo que tenga que suceder.

En el horizonte se avizoran dos espacios peleándose por el voto peronista que juega siempre con el Gobierno. En el medio aparecieron los dedos señaladores desde ambas trincheras, se prefiere acusar y distanciar antes que acercar posiciones; existe vocación de quiebre. Cada cual con sus motivos.

El estatuto frena una postulación

Breve paréntesis: la ministra Rossana Chahla, que fuera “medida” para ser nominada por el manzurismo, difícilmente podrá ser candidata, ya que no reúne un requisito básico: no tiene los años de afiliación que exige la carta orgánica. Para ser candidatos los afiliados deben tener dos años ininterrumpidos de antigüedad en la afiliación a la fecha de la presentación de la lista; reza el estatuto. Y ni siquiera está afiliada, y tampoco parece que le simpatice ser nominada.

La única forma de superar este obstáculo es que el congreso provincial se reúna con urgencia -los plazos se acortan- y modifique el texto “por única vez” para aceptar a un extrapartidario en la boleta. Algo que ya ocurrió en 2001, cuando el organismo deliberó para aprobar la candidatura a senador de Alperovich, un radical no afiliado. Luego hubo otra “única vez” para aceptar al correligionario como candidato a gobernador del PJ. Pero se necesitan dos tercios de los votos para la habilitación, algo que el manzurismo no puede garantizar, especialmente después del documento suscripto por una cuarentena de congresales jaldistas pidiendo primero ser convocados a la unidad e integrar la lista del Gobierno, y luego advirtiendo que saldrán por un frente aparte si no son convidados. Desde la carpa de Manzur sólo leyeron lo que les interesa: la de la salida, porque ya consideran al jaldismo fuera del peronismo pejotista. Y así quieren jugar.

El oficialismo ya está quebrado, oficialmente agrietado. Irremediablemente. Puede implicar el inicio de la debacle del peronismo, que sólo puede ser profundizada y aprovechada por una maniobra opositora conjunta, desprovista de intereses individualistas.

Un detalle para dejar pasar es el nombre adoptado por el jaldismo para confrontar con Lealtad Peronista y exponerse como grupo político: Peronismo Verdadero. Verdadero o no, así se identificó la línea que supo comandar en los 90 la ex senadora Olijela Rivas. En 1996, esa agrupación consagró presidente del PJ a Amado Nicomedes Juri, padre de Fernando Juri. Dos años después perdería la elección interna ante el Frente Fundacional que encabezó el recientemente fallecido Julio Miranda, a quien esa victoria le sirvió como trampolín para llegar a la gobernación en 1999.

En una entrevista a Café Prensa, Miranda no le reconoció “peronismo” ni a Manzur ni a Jaldo y deslizó que no veía al peronismo acompañando a ningún líder: acá lo que está sobresaliendo y triunfando es la estructura, dijo. Sin embargo, Rivas, que enfrentó al ex senador, señaló hace pocas semanas: de Jaldo puedo decir que es realmente peronista, pero de Manzur no puedo decir lo mismo. El tranqueño supo ser “mamilo” y al hacer “resurgir” el Peronismo Verdadero recuerda sus viejos tiempos, a la vez de homenajear a la referente peronista.

A esta altura, la pregunta central es cuánto daño puede causarle el vicegobernador al Gobierno si sale por fuera en los comicios, hablando en términos de votos, no tanto por los que pueda obtener, sino por los puntos que pueda restarle a Manzur. Se desconoce si este aspecto le preocupa o no al Gobierno. Oficialistas y opositores coinciden en decir que el oficialismo ronda los 40 puntos. Eso era así antes de que la fractura; en adelante los muestreos deberán contemplar la división y la alternativa de que el vicegobernador encabece una lista para enfrentar a su ex socio político.

Los números, seguramente, van a cambiar. Esos análisis tendrán que hacerse a contrarreloj porque sólo faltan 10 días para la presentación de las coaliciones y 20 días para la inscripción de los postulantes. O sea que en menos de tres semanas se blanqueará la fractura y la crisis del oficialismo con nombres y apellidos.

¿Cuántos puntos puede sacarle Jaldo a Manzur y a la estructura político-institucional del Gobierno? ¿Uno?, ¿cinco?, ¿10?, ¿15? Cuanto más, más chances para la oposición de soñar con una victoria -siempre y cuando vaya unida- y hasta de pensar en llevarse las dos bancas de senadores. Pero los opositores sólo se ven peleando la banca por la minoría, por eso todos ellos le apuntan a ese cargo; si tuvieran real vocación de poder deberían mirar las dos poltronas de la Cámara Alta frente al nuevo panorama. La chance está a mano. La división del oficialismo les abre la oportunidad de soñar en grande y no sólo la de armarse para sostener las quintitas conseguidas.

Para imaginarse un escenario electoral posible hay que estimar la cantidad de tucumanos que se pueden acercar a votar, y si es que habrá motivación ciudadana para ir a las urnas. En los comicios jujeños del domingo, por ejemplo, votó el 65% del padrón. En Tucumán, el 70% de los empadronados implican 850.000 personas. Un piso de 40 puntos para el PJ serían 340.00 adhesiones. La pregunta es cuántos votos les sacaría Jaldo yendo por fuera y si los que pueda conseguir el oficialismo en ese marco le permitiría imponerse en los comicios para conseguir dos diputados y dos senadores. Diez puntos significan casi 85.000 votos. Vaya un dato para condimentar las especulaciones: 80.000 sufragios le aportó Acción Regional, el partido de Juan Antonio Ruiz Olivares, al Frente Justicialista por Tucumán en 2019. Los opositores deberían sacar las calculadoras, empezar a hacer números e incluir el “factor Jaldo” en las ecuaciones.

El “dato” del partido del monterizo llama la atención sobre un aspecto que no hay que descuidar a la hora de mirar los alcances del trabajo territorial: el aporte en sufragios de los acoples, que son los que cada dirigente obtiene en las distintas secciones electorales. Porque estas colectoras no son más que nombres de partidos -degradados como tales- puestos al servicio de los políticos para poder postularse. Cada uno llega con un partido bajo el brazo a cada elección, ya sean provinciales o nacionales. El jaldismo encontrará uno de distrito para lanzarse en un frente. Seguramente los que trabajan electoralmente, los que observan mapas y circuitos con lupa, ya andarán haciendo sumas y restas para determinar el posible impacto de la fractura del oficialismo en materia de caudal de votos: cuántos pueden ir para un lado, cuántos para el otro.

Además de que resuenen en adelante las acusaciones mutuas de quien traicionó a quién en el Gobierno, lo cierto es que desde ambas trincheras han contribuido a la fractura. Queda claro que la división tiene un solo origen: el sillón de Lucas Córdoba; de uno lado por tratar de continuar en el cargo a partir de una reforma constitucional y del otro por evitar esa reforma para cerrarle el paso y tratar de convertirse en el sucesor. Al margen de la crisis en el oficialismo, de la división que se viene en el PJ y de las especulaciones numéricas, hay un elemento que deben sopesar todos los que van a competir en las elecciones: ¿de dónde sacarán los recursos para soportar dos votaciones, para sostener las primarias de septiembre y las generales de noviembre? Sin vueltas: billetera vacía mata candidatos.

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