Lo de “polo” suena bien, porque proporciona una idea de exclusividad y desarrollo: “polo inmobiliario”, “polo cultural”, “polo productivo”. Estamos llenos de polos, por más que el planeta sólo tenga dos, tan congelados como opuestos, así que uno más no puede molestarle a nadie. Bienvenido entonces el “polo gastronómico” inaugurado en la antigua estación El Provincial. Si el rótulo suena apropiado o exagerado lo determinará la marcha de los emprendimientos; es decir, la cantidad de comidas, cafés o helados que se vendan en el “polo”. De lo contrario, será como esos “polos industriales” que apenas ofrecen un par de galpones disfrazados de fábricas. La expresión de deseos y la inversión inicial a cargo del municipio están, también la pretensión de jerarquizar la más olvidada de las zonas de la capital, ese gigantesco conglomerado de barriadas que se suceden desde la avenida Kirchner hacia el sur; desde San Cayetano hasta El Manantial. El “polo”, como el bonito parque que lo circunda, se ubica en el finisterre de Villa Alem, mirando más al frente -la avenida y el barrio Sur que se inicia cruzando la platabanda- que a la espalda. Pero algo es algo.
* * *
Y pensar que detrás del Provincial, cuando no éramos más que una promesa y el progreso llegaba con el ímpetu de las locomotoras, se jugó por primera vez al fútbol en Tucumán. En ese antiguo descampado que perduró hasta no hace mucho los empleados del ferrocarril, ingleses la mayoría de ellos, consiguieron una pelota, armaron dos equipos y disputaron un partido de resultado incomprobable. Aquella protoaventura deportiva, propia de fines del siglo XIX, quedó documentada en la “Historia del deporte tucumano” que nos legó don Antonio Benejam. No estaría mal consignar con una placa, alguna figura alegórica o -en lo preferible- alguna idea más creativa aquel momento y en ese sitio. Pero lo que la anécdota futbolera habilita es el destino socializador del espacio, propiciado por el maravilloso y añorado universo que circunda la marcha del tren. Un lugar para jugar, para pasear, para tomar sol, para llevar a los chicos, para remontar volantines y, ahora, para hincar el diente. El “polo gastronómico”, que vino a reemplazar al “polo ferroviario”.
* * *
A fines de febrero el intendente Germán Alfaro visibilizó por medio de una foto protocolar sus contactos con los cuadros operativos en los que descansa Horacio Rodríguez Larreta. Estaban en Tucumán las cabezas de la estratégica Subsecretaría de Bienestar Ciudadano de CABA, Héctor Gatto y Pablo Capuselli. Y junto a ellos Martiniano Molina, hombre de la gastronomía -dentro y fuera de la cocina- a quien el Pro no le soltó la mano por más que pasó con más pena que gloria por la intendencia de Quilmes. Tras ser derrotado por la camporista Mayra Mendoza, el chef encontró conchabo como asesor en el Ministerio de Desarrollo Económico y Producción porteño. En esa condición llegó a Tucumán para seguir asesorando, en este caso a Alfaro, sobre “polos gastronómicos”. Porque en política y en materia de negocios todo tiene que ver con todo.
* * *
En la escuela nos explicaron que hay un polo positivo y otro negativo, y que por ellos circula la corriente eléctrica. También sabemos que en algo -¡finalmente!- somos los mejores del mundo: jugando al polo. Polo se les dice en España a las camisetas y también a los helados de agua, tributarios de nuestras achilatas y picolés. En Costa Rica, a un tipo ridículo -un pavo, digamos- se lo tilda de “polo”. Y con extrema facilidad decretamos la “bipolaridad” de fulanos o menganas, de la clase política y de la Argentina misma. Como si en los extremos de esos movimientos pendulares los polos aguardaran sus 15 minutos de fama. En el Polo Norte vive Papá Noel y en el Polo Sur no vive nadie, y esto que parece una tontera (el razonamiento propio de un polo) es en realidad una construcción muy poderosa. La idea de un polo -el del norte próspero e industrioso- que derrama la riqueza navideña sobre el mundo y de otro -el del sur agreste y subdesarrollado- que es la más irreversible metáfora de la desolación. La nada misma, blanca y eterna. Así que cuidado con los polos que elegimos, porque el lenguaje y sus representaciones ponen las cartas sobre la mesa. Que el “polo gastronómico” no llame a equívocos.
* * *
El dato sobre la ubicación del “polo gastronómico”, su condición de periférico en la cartografía del sur de la ciudad, no es menor. El crecimiento de esa zona postergada necesitará iniciativas más incisivas. El “polo gastronómico” -El Provincial en su conjunto- es más bien la puerta, que puede lucir impecable, pero no dice nada sobre lo que aguarda una vez superado el hall. El intendente Alfaro y su esposa, la diputada nacional Beatriz Ávila, pueden hablar con propiedad de esos barrios en los que están anclados sus vivencias de vecinos, su herencia familiar. Siguiendo con el ejemplo de esa CABA que tanto deslumbra al Lord Mayor, vale apuntar que allí se tomaron decisiones de fondo. También el sur de Buenos Aires es la zona más pobre y menos privilegiada por la inversión, y fue allí donde se trasladó la sede del Gobierno porteño. Sería como sacar la Intendencia del confort de las cuatro avenidas y reubicarla, por caso, en Villa Amalia. Más allá del beneficio que aporta toda descentralización se recorta la potencia del gesto político. Es animarse a más.
* * *
Lo que está de moda es parcelar el espacio urbano en infinidad de polos: polos comerciales, polos educativos, polos administrativos (¿las plazas serán polos ambientales?), polos deportivos, polos religiosos y un etcétera tan extenso como polos puedan aparecer. A cada uno de estos polos les cabe la oportunidad de dividirse en subpolos o minipolos, así que un “polo gastronómico” puede incluir un subpolo cervecero o un subpolo vegano, por poner dos ejemplos de moda. La cuestión es cómo se integran todos estos compartimentos en un diálogo espacial fluido, que haga en esencia a la calidad de vida de los tucumanos. Que todos estos polos no sean guetos, sino partes de un todo armónico e inclusivo. Ese es el gran desafío al momento de pensar la ciudad, la de hoy y la de los próximos 50 años. Una ciudad accesible, amable, democrática.
* * *
Mientras, no fue un jueves feliz para los vecinos. Quienes tenían turno para renovar el carné de manejo se toparon con la protesta gremial que paralizó las oficinas de Tránsito. El resto fue rehén del paro de ómnibus número un millón. Es la sal de la gestión, lejos de los cortes de cinta. En estos casos, la realidad de Tucumán nos arranca del mediano/largo plazo para recordarnos que somos, por excelencia, un polo de conflictos.