Un oficio que se pierde entre los cerros calchaquíes

DÉCADAS DE AMISTAD. Plácido Chocobar y Rogelio Ayala se conocen desde hace tiempo y comparten la profesión de llevar mercaderías por los cerros a lomo de mula, por senderos que sólo ellos conocen y quebradas mágicas, llenas de belleza y misterios.  DÉCADAS DE AMISTAD. Plácido Chocobar y Rogelio Ayala se conocen desde hace tiempo y comparten la profesión de llevar mercaderías por los cerros a lomo de mula, por senderos que sólo ellos conocen y quebradas mágicas, llenas de belleza y misterios.

“El seclanteño” es una baguala escrita por Ariel Petrocelli. Salteño, docente, poeta, músico, la copla está inspirada en aquel personaje serrano que camina solitario mascando coca, de pelo oscuro y paso lento, ese que surca los cerros muchas veces entre nubes. Va en silencio, sólo con la compañía de sus sueños, sabiendo que toda pena no vale la pena. Relata la vida solitaria y dura de vivir a más de 2.800 metros en los Valles Calchaquíes.

Rogelio Armando Ayala, con 64 siembras a sus espaldas, es unos de los últimos cargueros de mulas que une la ruta Tafí del Valle-Anfama, oficio que se va extinguiendo. Sus conocimientos para la travesía le fueron transmitidos de abuelos a padres y de padres a hijos.

UN SABER TRANSMITIDO POR GENERACIONES. Rogelio Armando Ayala conoce el cerro por lo que aprendió de su padre.  UN SABER TRANSMITIDO POR GENERACIONES. Rogelio Armando Ayala conoce el cerro por lo que aprendió de su padre.

Mulas de cargas con cinchas de cuero, alforjas de diferentes tamaños, machete, botas, un jarro de aluminio para el mate cocido, pan casero, hojas de coca y aguardiente para matar al frío componen la herencia que recibieron de sus mayores.

Y junto con ella la tarea de trasladar en mulas serranas todo tipo de objetos: alimentos, chapas, paneles solares, ventanas, colchones, armarios, puertas, cemento y baterías tienen como destino los lugares más recónditos de los cerros. Cruzan precipicios, ríos y cascadas, llegan a lo más alto, donde el cuerpo y mente dan una ardua lucha al apunamiento (ese malestar físico ocasionado por la dificultad para adaptarse a la baja presión del oxígeno a gran altitud).

UN ALTO EN EL CAMINO. El oficio de carguero se desarrolla entre los cerros de los Valles Calchaquíes, con alturas que rondan los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Cada vez hay menos personas que se dedican a esta tarea. UN ALTO EN EL CAMINO. El oficio de carguero se desarrolla entre los cerros de los Valles Calchaquíes, con alturas que rondan los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Cada vez hay menos personas que se dedican a esta tarea.

Rápido, como gaucho que perdió el poncho, a trote junto a tres perros y sin perder el ritmo, saluda a grito pelado “Qué hace paisano, a la vuelta nos tomamos un mate”, dice. Rebenque al viento, don Armando Mamani, de 62 años y vecino de La Ciénaga, se abre camino.

“Nosotros con Rogelio nos conocemos hace más de 60 años; nuestros padres ya eran compadres y cargueros, y nos criamos juntos. Fuimos de muy changuitos a la zafra y anduvimos con penas y alegría por montones de lugares. Él se ha casado con doña Hilda Mamani y yo, con Delicia Aguilera”, resalta en una pausa en el rancho de su amigo, don Plácido Chocobar (64 años), que transporta sus mulas al valle de Anfama.

CON TODO CARGADO. Los animales son usados para trasladar todo tipo de pertenencias, desde un armario hasta paneles solares. Al guía no puede faltarle hojas de coca para evitar el apunamiento ni ropa de abrigo para soportar las bajas temperaturas. CON TODO CARGADO. Los animales son usados para trasladar todo tipo de pertenencias, desde un armario hasta paneles solares. Al guía no puede faltarle hojas de coca para evitar el apunamiento ni ropa de abrigo para soportar las bajas temperaturas.

Valle bañado por dorado sol, cubierto de estrellas que sirven de guía en las noches oscuras, lugares donde la comunicación es escasa, vecinos que viven a kilómetros de distancias, caminos que solo se pueden recorrer a pie o lomo de caballos, mulas y burros. Es el territorio de estos cargueros. conocedores de cuevas y cascadas escondidas, que a paso lento pero firme unen sueños y penas en los cerros de Tafí.

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