Historias detrás de la Historia: El infierno de Pablo Amín

DURA IMAGEN. Después de haber sido detenido, Pablo Amín fue internado en una pieza con rejas en el Obarrio.

Pablo “El Loco” Amín fue detenido minutos después de haber asesinado y mutilado a su esposa María Marta Arias en el hotel Catalinas Park, en la madrugada del 28 de octubre de 2007. Fue llevado al hospital Obarrio, donde lo instalaron en una habitación con rejas. En una foto publicada por LA GACETA el 29 de octubre, se lo veía totalmente dormido, en una cama pequeña (apenas si resistía los más de 120 kilos de su cuerpo), atado de pies y manos y medicado. Esa imagen se transformó en una prueba contundente de que el acusado terminó siendo una especie de bulto que generaba peleas porque nadie se quería hacer cargo de él. Fue otra de las aristas oscuras del caso.

Penalmente no era un caso sencillo de resolver. Primero debía determinarse si Amín era imputable, es decir, si realmente estaba en sus cabales cuando ocurrió el hecho, no antes ni después. Luego, encontrarle la calificación legal. Y en esos años los funcionarios judiciales no contaban con las herramientas que hoy utilizan diariamente. Por ejemplo, la fiscala Adriana Reinoso Cuello no pudo imputarle el agravante del vínculo porque la pareja sólo se había casado por iglesia y no lo había hecho por civil; por lo tanto, legalmente no había una relación de cónyuge. Tampoco existía la figura de violencia de género. Pero sí pudo imputarle el ensañamiento porque los médicos forenses que realizaron la autopsia determinaron que le había extraído los globos oculares y realizado las otras lesiones cuando aún estaba con vida.

El “Loco” estuvo hasta mediados de diciembre internado en el Obarrio. Según las crónicas de la época, allí estaba bien atendido y cuidado. Pero le descubrieron dos semanas después la fractura que tenía en uno de los dedos. Se sospecha que la sufrió por los golpes que le propinó a la víctima. Por una orden judicial, se ordenó su traslado al penal de Villa Urquiza. Pero sus defensores, Martín Zottoli y Roberto Flores, consiguieron que la Cámara de Apelaciones ordenara que sea llevado nuevamente al centro asistencial por un tiempo más o, al menos hasta que se supiera cuál era su estado de salud mental.

Una pesadilla

El panorama se aclaró en abril de 2008. En esa fecha la junta médica que analizó a Amín determinó que era imputable por el delito del que estaba acusado. Al recibir esa información, se ordenó su traslado de manera inmediata a la cárcel. La Justicia determinó que debía ser alojado en un sector seguro para él y para los otros compañeros de encierro. El sistema carcelario es un mundo aparte donde rigen otros códigos totalmente diferentes a las normas de convivencia de la sociedad. Allí rigen las leyes de supervivencia. Y un reo de semejante tamaño, con el antecedente de una muerte cruel y violenta, corría serio peligro de ser asesinado. Por eso se ordenó que fuese custodiado las 24 horas por al menos dos hombres.

Las autoridades del Servicio Penitenciario tomaron otra decisión. Lo hicieron inaugurar la Unidad de Máxima Seguridad, el sector de la cárcel destinadas a los presos más peligrosos. Fue alojado en una celda de no más de cuatro por cuatro, donde permanecía 23 horas encerrado. Sólo tenía un recreo de una hora por día. En ese tiempo libre, caminaba por el patio del pabellón que no tenía luz natural, y como no había ningún otro reo en el lugar, tampoco tenía la posibilidad de socializar con nadie porque era el único habitante de ese edificio.

En junio de 2008 Amín se presentó en Tribunales. Lo hizo para cumplimentar el trámite de un hábeas corpus que habían presentado sus defensores. “No aguanto estar encerrado en ese lugar. Le pido por favor que me lleven a otro lado. Ese encierro me está matando”, habría dicho el imputado cuando declaró ante el magistrado Víctor Manuel Pérez. Su queja abrió la puerta para que otros procesados hicieran lo mismo. Por ejemplo, la penalista Aurora Díaz Argañaraz denunció que los internos de Máxima Seguridad eran medicados permanentemente para que estuvieran tranquilos. Dijo además que era el mismo tratamiento que habían recibido los menores que estaban alojados en el Instituto Roca y que derivó en la muerte de Ariel Llanos en 2005. Ese caso generó un verdadero escándalo que quedó en la nada cuando los funcionarios del ex gobernador José Jorge Alperovich le habrían dado una casa y otros beneficios a la madre de la víctima, en un acuerdo extrajudicial.

La medicación

El director de Servicios Penitenciarios, Roberto Guyot, que luego sería juez de Ejecución y que terminaría siendo destituido, en una entrevista con LA GACETA desmintió las denuncias que hicieron los profesionales. “Venimos trabajando respetando todas las leyes. Los reclusos que están ahí no son castigados, sino que reciben un tratamiento especial por su peligrosidad. No les damos psicofármacos; sólo los medicamentos que los médicos les prescriben”, señaló.

El juez Alfonso Zottoli investigó el caso y comprobó que todo lo que se hacía en ese pabellón era ilegal y vejatorio a todas las normas que protegen los derechos de los detenidos. El magistrado ordenó que se modificara el régimen de vida y se suspendiera cualquier tipo de suministro compulsivo de pastillas.

La decisión generó toda una polémica en la provincia. En un “Panorama Tucumano”, el periodista Roberto Delgado se preguntó: “¿Qué hacemos con los presos? ¿Y con los presos peligrosos? La pregunta suena rara. ‘Nada -respondería posiblemente la opinión pública-, siempre y cuando se los deje ahí, en el fondo de la oscura prisión. Y que no salgan. No importa cómo los traten, pero que no salgan’”. En su columna, también agregó: “Pero el problema surge cuando se advierte que, en algunos casos, salen antes de tiempo, y en otros casos, cumplen su condena y tienen que volver a la sociedad, le guste o no a la opinión pública. Otro problema surge cuando se advierte que hay quienes reclaman que los traten como seres humanos. Esto suele generar el enojo de la opinión pública, que reclama, emocionalmente, que se aplique la ley del ojo por ojo, diente por diente, y no ve con agrado que se trate bien a quien trató mal a otros”. Han pasado más de 13 años de que se imprimieran esas palabras y nada cambió; al contrario, empeoró.

La confesión

En el medio se lo citó para que fuese imputado por homicidio agravado. Su primer traslado, registrado a mediados de abril de 2007, fue cinematográfico. Al menos 10 efectivos del grupo Lagarto -la fuerza de choque del Servicio Penitenciario- realizaron esta misión. Su presencia generó un enorme revuelo en el edificio de la avenida Sarmiento. Decenas de periodistas protagonizaron una lucha cuerpo a cuerpo con los uniformados para tomar contacto con él. Mientras eso sucedía, decenas de personas presenciaban la dantesca escena. Amín ingresó a la Fiscalía de Instrucción VI. Lo recibió Reinoso Cuello y antes que le dijera nada, le pidió que le convidara un cigarrillo. Se sentó frente a la instructora de la causa, Soledad Aguirre y escuchó la acusación en su contra. Cuando estaban por comenzar a interrogarlo, avisó que no abriría la boca.

Dos meses después, los defensores de Amín anunciaron que el acusado quería declarar. Algunos lo tomaron como si se tratara de una estrategia netamente defensiva; otros, que simplemente no le quedaba otra que contar lo que realmente había sucedido. Ese episodio clave ocurrió el 13 de junio de 2008 y duró más de dos horas. El relato del “Loco”, para hacerlo más entendible, fue fragmentado en cinco partes:

1- La pelea: el santiagueño confirmó que en la convención mantuvo una pelea con Luis Bader, un compañero de trabajo. “Pensé que me querían sacar del negocio; por eso me retiré de la reunión. Salí del estacionamiento y, a los gritos, lo invité a pelear fuera del lugar donde se desarrolló el encuentro”, explicó. De ahí se subió al auto con toda la intención de volver a Santiago del Estero. “Vi todo como una nebulosa; no me acuerdo de nada hasta que una alarma empieza a sonar. Ya estaba en otro lugar y veo una estación de servicio cerca y decido entrar a cargar combustible, pero no cargo. Dejo el auto estacionado. Saco un revólver que tenía y lo arrojo a un tacho de basura, y le digo a María Marta que algo me habían dado de tomar”, declaró.

2- Los incidentes: El acusado reconoció que a partir de ese momento comenzó a generar una serie de incidentes que consistieron en subirse a taxis y a colectivos que pasaban por la zona “Una voz interior me decía: bajate de ahí porque te quieren matar”, declaró. De ahí pasaron a un bar al frente de la plaza Independencia donde pidió permiso para usar el baño. “Me terminé orinando el pantalón porque pensaba que ahí también me querían matar. Vuelvo a la mesa, pido la cuenta y le digo a mi señora que mirara lo que iba a pasar. Le pago al mozo con $ 100 y le pregunto cómo me llamo. Él me contestó: ‘Pablo de Santiago del Estero’. Me asusto y María Marta se sorprende. La agarro de la mano y vuelvo a escuchar la voz que me decía: ‘Pablo, movete que te quieren matar’”, declaró.

3- En la Catedral: “El Loco” también habló sobre lo que sucedió en el templo, donde pidió ser bautizado. “Le pedía a la gente que me fotografiaran, pero los fotógrafos se negaban. Agarré una jarra de agua bendita y la empecé a tomar. Después agarré el celular de mi señora y lo empecé a desarmar porque pensaba que nos iban a seguir por el teléfono y lo dejé en una mesita”, comentó.

4- Al calabozo: El joven santiagueño explicó que la Policía lo detuvo cuando se arrojó al capot de un patrullero. “Le dije al comisario que me quería quedar a dormir en un calabozo porque me sentía más seguro allí. Pero me dijo que no podía porque no había dónde. Le dije que dormiría en el piso porque tenía miedo de que me pasara algo en la calle, pero no quiso”, declaró.

5- El desenlace: Amín dio a conocer su versión sobre cómo y por qué había cometido el crimen. “Estábamos los dos acostados en la cama; ella me daba la espalda. Le pregunté por qué se demoró tanto en ir a buscarme al Hospital Padilla. Ella me respondió: porque queríamos internarte, Pablo. Ahí me enloquecí”, declaró. Luego vino lo más duro de su relato: “me subí arriba de ella. Con la rodilla en el pecho, la agarré del cuello con las dos manos y con todas mis fuerzas la empecé a asfixiar hasta no dar más, hasta que me cansé. La solté y ella no se movía más. Se me vino una nebulosa como la que sentí cuando andaba en el automóvil. Todo duró hasta que sentí la voz de una señora vestida de blanco que me dijo que había muerto. No recuerdo nada más”. Esa señora, se supone, era la fiscal.

El acusado no contó con qué elemento lastimó sádicamente a la víctima, pero sí dejó un mensaje: “La amaba mucho a mi señora. Estoy arrepentido de lo que hice, pero no por la causa ni por lo que estoy pagando ahora, sino porque la extraño mucho. No sé por qué lo hice”.

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